CAPÍTULO XCV
Dios no puede querer el mal
De lo dicho se puede demostrar que Dios no puede querer el mal. En efecto:
La virtud de un sujeto es principio de bien obrar. Pero todo obrar de Dios es un obrar virtuoso, al ser su virtud su esencia, como ya se probó (c. 92). Luego no puede querer el mal.
La voluntad nunca tiende al mal sino cuando hay algún error en la razón, al menos cuando se trata de una elección particular; pues como el objeto de la voluntad es el bien aprehendido, no puede inclinarse la voluntad al mal sino en cuanto se le propone de algún modo como bien, cosa que no puede ocurrir sin error. Pero en el conocimiento divino no es posible el error, según se ha probado ya (c. 61). No puede, por tanto, su voluntad tender al mal.
Se ha demostrado que Dios es el sumo bien (c. 41). Mas el sumo bien excluye todo consorcio con el mal, como el sumo calor la mezcla de frío. En consecuencia, la voluntad divina no puede inclinarse al mal.
Como el bien tiene razón de fin, el mal no puede caer bajo la voluntad sino por aversión del fin. Pero la voluntad divina no puede apartarse del fin, puesto que, como ya se probó (c. 74), nada puede querer sino queriéndose a sí mismo. No puede, pues, querer el mal.
Y así, se ve que el libre albedrío en El se encuentra afianzado en el bien.
Esto es lo que se dice en el Deuteronomio: “Fiel es Dios y sin ninguna iniquidad”; y en Habacuc: “Limpios son tus ojos, Señor, y no puedes mirar la iniquidad”.
Con esto se rechaza el error de los judíos, que en el Talmud dicen que Dios peca alguna vez y se purifica del pecado; y el de los luciferianos, que dicen que Dios pecó cuando arrojó a Lucifer.
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