CAPÍTULO XCIII: Las almas de los malos, después de la muerte, tienen la voluntad inmutable en el mal

CAPÍTULO XCIII

Las almas de los malos, después de la muerte, tienen la voluntad inmutable en el mal

Y, de modo semejante, también las almas que inmediatamente después de la muerte se hacen miserables con el castigo, se vuelven inmutables respecto a la voluntad.

Se demostró en el libro tercero (c. 144) que el pecado mortal merece pena perpetua. Pero no existiría tal pena en las almas que son condenadas si pudiesen cambiar su voluntad hacia lo mejor; porque sería inicuo que después de recobrar la buena voluntad fueran castigadas perpetuamente. Luego la voluntad del alma condenada no puede moverse hacia el bien.

El mismo desorden de la voluntad es una pena, y sobremanera aflictiva, porque, mientras alguien tiene desordenada la voluntad, le desagrada lo que se hace rectamente; y a los condenados les desagradará que la voluntad de Dios se cumpla en todos los que resistieron pecando. Luego nunca perderán su voluntad desordenada.

Sólo la gracia de Dios es causa de que a voluntad se mueva del pecado al bien, según consta por lo dicho en el libro tercero (c. 157). Mas, así como las almas de los buenos son admitidas a la participación perfecta de la divina bondad, así también las almas de los malos serán excluidas totalmente de la gracia. Por lo tanto, no podrán cambiar su voluntad hacia lo mejor.

Así como los buenos que viven en este mundo ponen el fin de todas sus obras y deseos en Dios, así también los malos lo ponen en algún fin inadecuado que los aparta de Dios. Pero las almas separadas de los buenos se unirán inmutablemente al fin que se prefijaron en esta vida, es decir, a Dios. Luego también las almas de los malos se unirán inmutablemente al fin que eligieron para sí. Por consiguiente, si la voluntad de los buenos no podrá hacerse mala, tampoco la voluntad de los malos podrá hacerse buena.

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