CAPÍTULO XCII: De la muchedumbre de las substancias separadas

CAPÍTULO XCII

De la muchedumbre de las substancias separadas

Hay que saber que Aristóteles se esfuerza en probar no sólo la existencia de algunas substancias intelectuales sin cuerpo, sino que su número corresponde exactamente al de los movimientos celestes, ni más ni menos.

Prueba, pues, no haber otros movimientos celestes que los conocidos, por aquello de que todo movimiento celeste es movimiento de alguna estrella visible, pues los orbes conducen a las estrellas; y el movimiento conductor se da por el movimiento del conducido. Prueba, además, que no hay substancia separada de la cual no provenga algún movimiento en el cielo, porque si los movimientos celestes se ordenan a las substancias separadas como a fines, si hubiera otras substancias separadas más que las dichas, habría otros movimientos ordenados a ellas como a fines; pues de otra suerte serían movimientos imperfectos.

De todo ello concluye no haber más substancias separadas que los movimientos conocidos y que se pueden conocer en el cielo, no habiendo sobre todo cuerpos celestes de la misma especie para que así hubiera movimientos desconocidos.

Esto no prueba necesariamente. Pues en las cosas dirigidas a un fin, su necesidad se toma del mismo fin, como enseña en el II de los “Físicos”, y no al revés. Por lo tanto, si los movimientos celestes se ordenan como a fin a las substancias separadas, según él afirma, no puede necesariamente deducirse el número de dichas substancias del número de movimientos y afirmar que no hay 1 otras substancias separadas de naturaleza superior, además de las que son fines próximos de los movimientos celestes; porque si los instrumentos artificiales son para los hombres que con ellos trabajan, esto no impide que haya otros hombres que obren sin valerse inmediatamente de tales instrumentos, sino mandando a los que obran. Por eso, el mismo Aristóteles no da esa razón como necesaria, sino sólo como probable: “Porque las substancias y principios inmóviles tienen este número, no se tenga por cosa necesaria”.

Queda, pues, por demostrar que son más las substancias intelectuales separadas del cuerpo que los movimientos celestes.

Las substancias intelectuales trascienden por su género a toda naturaleza corpórea; por consiguiente, hay que asignarles grado según su elevación sobre ésta. Hay, pues, algunas sólo elevadas por la naturaleza de su género, y que se unen como formas a los cuerpos (c. 68). Y como el ser de estas substancias por su género no tiene dependencia alguna del cuerpo (c. prec.), se encuentra un grado más alto; pues si no se unen a cuerpos como formas, son motores propios de determinados cuerpos. Del mismo modo, su naturaleza no depende de la moción, ya que sigue a su principal operación que es el entender, y, por consiguiente, habrá un grado más para las substancias que sólo son motores de cuerpos superiores.

Como el agente natural obra por su forma natural, así el agente intelectual obra por su forma intelectual, como se ve en el arte. Ahora bien, así como aquél es proporcionado al paciente en razón de su forma natural, así el agente intelectual es proporcionado al paciente y a la obra por su forma intelectual, para que así la forma intelectiva, que se ha de causar por la acción del agente en el paciente, sea del mismo género. Luego es necesario que los motores propios de los orbes -si es que queremos seguir la opinión de Aristóteles- tengan tantas inteligencias cuantas son deducibles de esos movimientos y producibles en las cosas naturales. Pero sobre estas mentes hay que poner otras más universales, porque el entendimiento aprehende las formas de las cosas de modo más universal de lo que está su ser en las mismas; por ejemplo, vernos que la forma del entendimiento especulativo es más universal que la del práctico, y, entre las artes prácticas, más universal es la concepción del arte que manda que la del que ejecuta, cuyo grado de elevación hay que tomar según el grado de operación propia intelectual que en ellas haya. Y así hay otras substancias intelectuales, además de las que son próximos y propios motores de los orbes.

El orden del universo parece exigir que las cosas más nobles excedan en cantidad y número a las que son menos, pues éstas son por aquéllas. Por lo tanto, conviene que las nobles, que son como para sí, sean muchas en lo posible. Y así vemos que los cuerpos incorruptibles, cual son los celestes, exceden en tanto a los corruptibles y a los elementos como si éstos no tuvieran cantidad notable en comparación dé aquéllos. Ahora bien, si los cuerpos celestes son más dignos que los elementales, las substancias intelectuales serán más que todos los cuerpos, pues son inmobles e inmateriales, y éstos móviles y materiales. En consecuencia, las substancias intelectuales separadas exceden en número a toda la multitud de las cosas materiales, y, por lo tanto, no están limitadas por la cantidad de los movimientos celestes.

Las especies de las cosas materiales no se multiplican por la materia, sino por la forma. Pues bien, las formas que existen sin materia tienen ser más completo y universal que las que existen en la materia, pues éstas se reciben según la capacidad de aquélla; por lo tanto, no parece que aquéllas, las substancias separadas, se den en menor multitud. Mas no por ello decimos que estas especies de lo sensible sean separadas, como opinaban los platónicos; pues como no podían llegar a noticia de dichas substancias sino por lo sensible, pusiéronlas en la misma especie, o mejor, “sus especies”, sucediéndoles como al que, no viendo el sol, la luna y las estrellas y demás astros, y oyendo que hay otros cuerpos incorruptibles, los nombrara con nombres de estos corruptibles en la creencia de ser todos de la misma especie, lo cual no es posible. -Además, es imposible también que las substancias inmateriales sean de la misma especie que las materiales, o sus especies, porque la materia es de la esencia de la especie de lo sensible -aunque no “esta materia”, que es su propio principio de individuación-, como la carne y los huesos lo son del hombre, aunque no esta carne y estos huesos que son principio de Sócrates y de Platón. En consecuencia, no afirmamos que las substancias separadas sean especies de lo sensible, sino especies más nobles, en cuanto que lo simple es de más noble condición que lo compuesto; y así debe admitirse que hay más substancias de éstas que especies de cosas materiales.

Es más multiplicable aquello que es inteligible por su ser que lo material, ya que vemos hay muchas cosas que no caben en materia; por ejemplo, matemáticamente es posible la adición a la línea recta finita, y no en la naturaleza; también la raridad de los cuerpos, la velocidad de los movimientos y la diversidad de las figuras, hace el entendimiento que se den hasta el infinito, y, sin embargo, no es posible en la naturaleza. Y como las substancias separadas son por su naturaleza de ser intelectual, mayor multiplicación, pues, han de tener que lo material, sospesadas la propiedad y esencia del género de cada una de ellas, porque “en las cosas perpetuas no difiere el ser de la posibilidad” (c. 91). En consecuencia, la muchedumbre de substancias separadas excede la multitud de cuerpos materiales.

Todo ello lo atestigua la Escritura. Se dice en Dan. 7: “Millones servían a él y billones le asistían”. Y Dionisio dice que el número de aquellas substancias “sobrepasa el cúmulo de lo material”.

También queda excluido con ello el error de los que dicen que el número de substancias separadas es el de las revoluciones celestes, o el de las esferas. Lo mismo que el error de Rabí Moisés, que afirmó que el número de ángeles que da la Escritura no es el de las substancias separadas, sino el de estas fuerzas inferiores, como si al apetito concupiscible llamáramos “espíritu de concupiscencia”, etc.

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