CAPÍTULO VII: Refutación de la opinión de Arrio sobre el Hijo de Dios

CAPÍTULO VII

Refutación de la opinión de Arrio sobre el Hijo de Dios

Mas quien reflexione con diligencia sobre las palabras de la Sagrada Escritura puede comprender claramente que esta opinión se opone a la Divina Escritura.

Pues cuando la Divina Escritura llama Hijo de Dios a Cristo e hijos de Dios a los ángeles, es por distinta razón. Por lo cual dice el Apóstol: “Pues ¿a cuál de los ángeles dijo alguna vez: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy?” Cosa que afirma fue dicha a Cristo. Ahora bien, según la opinión aludida, por la misma razón se llamarían hijos los ángeles y Cristo, ya que a ambos competiría el título de filiación conforme a la sublimidad de naturaleza en que fueron creados por Dios.

Y no hay inconveniente en que Cristo sea de una naturaleza superior a la de todos los ángeles, porque entre los ángeles también hay diversos órdenes, como consta por lo dicho (l. 3, c. 80); y, sin embargo, a todos compete la misma razón de filiación. Luego Cristo no se llama Hijo de Dios con arreglo a lo que afirma dicha opinión.

Asimismo, como por razón de creación convenga el título de la filiación divina a muchos, o sea, a todos los ángeles y santos, si Cristo se llama también Hijo por la misma razón, no sería “Unigénito”, aunque por la excelencia de su naturaleza podría llamarse “Primogénito” entre los demás. Pero la Escritura afirma que Él es Unigénito: “Y le vimos como Unigénito del Padre”. Luego no se llama Hijo de Dios por razón de la creación.

Además, el título de filiación responde propia y verdaderamente a la generación de los vivientes, en los cuales el engendrado procede de la substancia del generante. Por otra parte, cuando llamamos hijos a los discípulos o a quienes están a nuestro cuidado, el título de filiación no responde a la realidad, sino más bien a cierta razón de semejanza. Luego si Cristo se llamase Hijo únicamente por razón de creación, como lo que es creado por Dios no procede de su divina substancia, Cristo no podría llamarse en verdad Hijo de Dios. Ahora bien, Cristo es llamado verdadero Hijo: “Para que estemos -dice San Juan- en su verdadero Hijo, Jesucristo”. Luego no es llamado Hijo de Dios como creado por Dios en la más excelente naturaleza, sino como engendrado de la substancia de Dios.

Además, si Cristo se llamase Hijo por razón de creación, no sería verdadero Dios, ya que nada creado puede llamarse Dios si no es por cierta semejanza con Él. Pero el mismo Jesucristo es verdadero Dios, porque cuando Juan dijo: “Para que estemos en su verdadero Hijo”, añadió: “Él es el verdadero Dios y la vida eterna”. Luego Cristo no se llama Hijo de Dios por razón de creación.

Además, dice el Apóstol: “De quienes procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, amén”; y también: “Con la bienaventurada esperanza en la venida gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús”. Y además se dice: “Yo suscitaré a David un Vástago de justicia”; y luego se añade: “Y el nombre con que le llamarán será éste: Yavé, nuestra justicia”; poniendo en hebreo la palabra “tetragrámaton”, la cual es indudable que se dice sólo de Dios. Por lo cual se ve que el Hijo de Dios es verdadero Dios.

Además, si Cristo es verdadero Hijo, síguese necesariamente que es verdadero Dios. Porque no puede llamarse en verdad Hijo lo que procede de otro, aunque nazca de la substancia del generante, si no es semejante específicamente al generante; pues es preciso que el hijo del hombre sea hombre. Luego si Cristo es verdadero Hijo de Dios, es necesario que sea verdadero Dios. Por lo tanto, no es algo creado.

Asimismo, ninguna criatura recibe toda da plenitud de la bondad divina; porque, como consta por lo dicho (c. 1), las perfecciones divinas van de Dios a las criaturas, como descendiendo. Mas Cristo tiene en sí toda la plenitud de la divina bondad, porque dice el Apóstol: “En Cristo habita toda la plenitud de la divinidad”. Luego Cristo no es criatura.

Aún más. Por más que el entendimiento del ángel tenga un conocimiento más perfecto que el entendimiento del hombre, sin embargo es muy inferior al entendimiento divino. En cambio, el entendimiento de Cristo no es al conocer inferior al entendimiento divino. Pues se dice que “en Cristo se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”. Luego Cristo, Hijo de Dios, no es una criatura.

Además, todo cuanto Dios posee en Sí mismo es su esencia, como se explicó en el libro 1 (c. 21 s.). Ahora bien, todo cuanto tiene el Padre es del Hijo, puesto que el mismo Hijo dice: “Todo cuanto tiene el Padre es mío”; y, hablando con el Padre, dice: “Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo, mío”. Luego son idénticas la esencia y naturaleza del Padre y la del Hijo. Por lo tanto, el Hijo no es una criatura.

Además, el Apóstol dice que antes de que se anonadase a sí mismo tomando la forma de siervo, existía “en la forma de Dios”. Mas por forma de Dios no se entiende otra cosa que la naturaleza divina, así como por forma de siervo no se entiende más que la naturaleza humana. Luego es Hijo en la naturaleza divina. No es, pues, criatura.

Asimismo, nada creado puede ser igual a Dios; mas el Hijo es igual al Padre. Pues se dice: “Los judíos buscaban con más ahínco matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios”. Pues bien, la narración del evangelista, “cuyo testimonio es verdadero”, es que Cristo se llamaba Hijo de Dios e igual al Padre, por lo cual los judíos le perseguían. Ningún cristiano duda de que lo que Cristo dijo de sí es verdadero, al decir el Apóstol: “No tuvo por usurpación el ser igual al Padre”. Luego el Hijo es igual al Padre. Por lo tanto, no es una criatura.

Además, se lee en el Salmo que nadie, ni aun entre los ángeles, que son llamados hijos de Dios, tiene ninguna semejanza con Dios. Dice: “¿Quién semejante a Yahvé entre los hijos de los dioses?” Y en otra parte: “¡Oh Dios!, ¿quién será semejante a ti?” Lo cual hay que entenderlo de una semejanza perfecta, según se ve por lo dicho en el libro 1 (c. 29). Pero Cristo demostró su perfecta semejanza con el Padre incluso en el vivir; pues se dice: “Así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo”. Luego Cristo no se ha de incluir entre los hijos creados de Dios.

Aún más: ninguna substancia creada representa a Dios en cuanto a substancia; ya que todo cuanto se ve de la perfección de cualquier criatura es menos que lo que es Dios. Luego por ninguna se puede conocer o saber la esencia de Dios. Mas el Hijo representa al Padre, puesto que de Él dice el Apóstol que “es la imagen de Dios invisible”. Y para que no se crea que es una imagen deficiente, que no representa la esencia de Dios, y por la que no se pueda conocer “qué es” Dios, igual como el hombre se dice “imagen de Dios”, se hace ver que es una imagen perfecta, que representa la misma substancia de Dios, cuando dice el Apóstol que “es el esplendor de su gloria y la imagen de su substancia”. Luego el Hijo no es una criatura.

Además, lo que pertenece a un género no puede ser causa universal de cuanto está comprendido en él; por ejemplo, el hombre no puede ser causa universal de los hombres, porque nada es causa de sí mismo. El sol, sin embargo, como no pertenece al género humano, es causa universal de la generación humana; como lo es Dios, en último término. Pero el Hijo es causa universal de las criaturas, porque se dice: “Todas las cosas fueron hechas por Él”; igualmente dice la Sabiduría engendrada: “Estaba yo con Él como arquitecto”. Y el Apóstol dice: “En Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra”. Luego El no pertenece al género de las criaturas.

Igualmente, es evidente, por lo demostrado en el libro 2 (c. 98), que las substancias incorpóreas, que llamamos ángeles, no pueden ser hechas más que por creación. También se demostró (c. 21) que ninguna substancia puede crear, sino solamente Dios. Ahora bien, el Hijo de Dios, Jesucristo, es causa de los ángeles al darles el ser, porque dice el Apóstol: “Los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades, todo fue creado por Él y para Él”. Luego el Hijo no es una criatura.

Además, como la acción de cualquier cosa sigue a la naturaleza de la misma, a quien no le pertenezca tal naturaleza tampoco le pertenecerá su propia acción; por ejemplo, quien no pertenece a la especie humana carece de acción humana. Mas las acciones propias de Dios convienen al Hijo, como el crear (conforme ya se demostró), el mantener y conservar todas las cosas en el ser; también el borrar los pecados, lo cual es propio de Dios, como consta por lo dicho (l. 3, cc. 65, 157). Puesto que se dice del Hijo: “Todo subsiste en Él”; y también se dice que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas, después de hacer la purificación de los pecados”. Luego el Hijo de Dios es de naturaleza divina y no una criatura.

Mas como Arrio podría decir que el Hijo hace todo esto no como agente principal, sino como instrumento del agente principal, que no obra en virtud propia, sino sólo en virtud del agente principal, el Señor rechaza esta dificultad diciendo: “Lo que hace el Padre lo hace igualmente el Hijo”. Luego, así como el Padre obra por sí mismo y en virtud propia, así también el Hijo.

De este texto se deduce, además, que son idénticos la fuerza y poder del Hijo y del Padre. Ya que no sólo dice que el Hijo obra igualmente que el Padre, sino que “lo mismo e igualmente”. Ahora bien, dos agentes no pueden hacer una misma cosa del mismo modo; porque o la hacen de modo desigual, como cuando el agente principal y el instrumento hacen la misma cosa, o, de hacerla de un modo igual, es preciso que convengan en un solo poder. Y este poder unas veces es el resultado de diversas fuerzas en diversos agentes, como se ve en muchos que arrastran una nave; porque todos la arrastran igualmente; mas, como el poder de cada uno es imperfecto e insuficiente para el efecto, con la reunión de todos se hace un poder común que basta para arrastrar la nave. Pero esto no puede decirse del Padre y del Hijo. Pues el poder del Padre no es imperfecto, sino infinito, como se demostró en el libro 1 (c. 43). Luego es preciso que sea el mismo numéricamente el poder del Padre y el del Hijo. Y como el poder sigue a la naturaleza de la cosa, es preciso que sea una misma numéricamente la naturaleza y la esencia del Padre y la del Hijo. Esto también se puede deducir por lo anterior, puesto que, si en el Hijo hay naturaleza divina, como se demostró de muchas maneras, al no poderse, multiplicar la naturaleza divina, según se demostró en el libro I (c. 42), síguese necesariamente que en el Padre y en el Hijo sean una misma en número la naturaleza y la esencia.

Además, nuestra última felicidad está sólo en Dios, en quien únicamente hay que poner la esperanza del hombre y a quien solamente hay que prestar culto de latría, como se demostró en el libro 3 (cc. 37, 52, 120). Ahora bien, nuestra felicidad está en el Hijo de Dios, ya que se dice: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti esto es, al Padre y a tu enviado, Jesucristo”. Y también se dice del Hijo de Dios que es “verdadero Dios y vida eterna”. Y es cierto que en la Sagrada Escritura el nombre de “vida eterna” significa la última felicidad. También dice Isaías sobre el Hijo, según lo cita el Apóstol, que “aparecerá la raíz de Jesé, y el que se levanta para mandar a las naciones; en Él esperarán las naciones”. Se dice, además, en el Salmo: “Postraránse ante El todos los reyes y le servirán todos los pueblos”. Y se dice también que “todos honren al Hijo como honran al Padre”; y, además, en el Salterio: “Se postren ante El todos los ángeles”. Y todo esto refiérelo el Apóstol al Hijo. Luego es claro que el Hijo de Dios es verdadero Dios.

Para demostrar esto sirven también las razones que hemos aducido antes contra Fotino (c. 4), al demostrar que Cristo no fue hecho Dios, sino que lo es en realidad.

Por lo tanto, adoctrinada la Iglesia católica con los testimonios ya citados y otros muy semejantes de la Sagrada Escritura, confiesa a Cristo Hijo verdadero y natural de Dios, eterno, igual al Padre y verdadero Dios, de la misma esencia y naturaleza que el Padre, engendrado, y no creado ni hecho.

Por donde se ve que sólo la fe de la Iglesia católica confiesa verdaderamente la generación en Dios al referir la generación del Hijo al hecho de que éste recibió la naturaleza divina del Padre. En cambio, otros herejes refieren dicha generación a una naturaleza extraña: Fotino y Sabelio, a la humana; Arrio, sin embargo, no a la humana, sino a cierta naturaleza creada más digna que las demás criaturas. Pero Arrio difiere de Sabelio y Fotino en que Arrío afirma que dicha generación existió antes del mundo, y aquéllos niegan que fue antes de haber nacido de la Virgen. Se diferencia, sin embargo, Sabelio de Fotino en que Sabelio confiesa que Cristo es Dios verdadero y natural, contra el sentir de Fotino y Arrio; Fotino afirma que es puro hombre, y Arrio que es como una mezcla de una excelentísima criatura divina y humana. Ambos, sin embargo, afirman que es una la persona del Padre y otra la del Hijo, cosa que negaba Sabelio.

Mas la fe católica, marchando por un camino intermedio, confiesa con Arrio y Fotino, contra Sabelio, que una es la persona del Padre y otra la del Hijo; que el Hijo es engendrado y el Padre es absolutamente ingénito; sin embargo, afirma con Sabelio, en contra de Fotino y Arrio, que Cristo es Dios verdadero y por naturaleza Dios, y de la misma naturaleza que el Padre, aunque no la misma persona. Y esto incluso puede servir de prueba de la verdad católica, pues, como dice el Filósofo, los errores dan testimonio de la verdad, porque, en realidad, no sólo se apartan de ella, sino incluso los unos de los otros.

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