CAPÍTULO VI: Opinión de Arrio acerca del Hijo de Dios

CAPÍTULO VI

Opinión de Arrio acerca del Hijo de Dios

Y como no está de acuerdo con la Sagrada Doctrina que el Hijo de Dios recibiese el ser original de María, como afirmaba Fotino (cf. capítulo 4), como tampoco que quien es Dios desde la eternidad y es Padre comenzase a ser hijo por la asunción de la carne, como había dicho Sabelio (cf. c. 5), otros, fundándose en lo que enseña la Escritura sobre la generación divina, se apropiaron esta opinión: que el Hijo de Dios existió antes del misterio de la encarnación y aun antes de la creación del mundo; y como el mismo Hijo es distinto de Dios Padre, creyeron que Él no era de la misma naturaleza que el Padre; porque no podían entender ni querían creer que dos cosas distintas, en cuanto personas, tengan una sola esencia y naturaleza. Y como, según la doctrina de la fe, créese que la sola naturaleza del Padre es eterna, creyeron que la naturaleza del Hijo no existió desde la eternidad, aunque fuera Hijo antes que todas las criaturas. Y como todo lo que no es eterno es hecho de la nada y creado por Dios, afirmaban que el Hijo de Dios fue hecho de la nada y que era una criatura. Pero, como la autoridad de la Escritura forzábalos a llamar también Dios al Hijo, como se vio anteriormente, decían que era uno con Dios Padre, pero no por naturaleza, sino por una cierta unión de consentimiento y por una participación de la divina semejanza, superior a la de las demás criaturas. De aquí que, como las criaturas superiores, que denominamos ángeles, sean llamadas “dioses” e “hijos de Dios” en la Escritura, según aquello: “¿Dónde estabas cuando me aclamaban los astros matutinos y me aplaudían los hijos de Dios?”; y también: “Está Dios en el consejo de los dioses”, era preciso llamar Hijo de Dios y Dios, con preferencia a los demás, a la más noble de las criaturas, ya que por Él creó Dios Padre todas las demás criaturas.

E intentaron consolidar su opinión con testimonios de la Sagrada Escritura, a saber:

Porque dice el Hijo, hablando a su Padre: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero”. Luego solamente el Padre es verdadero Dios. Por tanto, como el Hijo no es el Padre, el Hijo no puede ser verdadero Dios.

Además, dice el Apóstol: “Que te conserves sin tacha, sin culpa en el mandato hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, a quien hará aparecer a su tiempo al bienaventurado y solo Monarca, Rey de reyes y Señor de los señores, el único inmortal que habita una luz inaccesible”. En cuyas palabras se ve la distinción entre Dios Padre, que da a conocer, y el Hijo conocido. Por lo tanto, solamente Dios Padre, que da a conocer, es el poderoso Rey de los reyes y el Señor de los que dominan; sólo Él tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible. Luego sólo el Padre es verdadero Dios y no el Hijo.

Además, dice el Señor: “El Padre es mayor que yo”; y el Apóstol dice también que el Hijo está sometido al Padre: “Cuando le fueren sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se someterá a quien -esto es, al Padre- todo se lo sometió”. Ahora bien, si el Padre y el Hijo tuviesen una misma naturaleza, también tendrían una misma grandeza y majestad, porque el Hijo no sería menor que el Padre ni le estaría sometido. Luego, según la Escritura, el Hijo no es -según ellos creían- de la misma naturaleza que el Padre.

Aún más: la naturaleza del Padre no sufre indigencia. Pero en el Hijo hay indigencia. Porque se ve por las Escrituras que el Hijo recibe del Padre, y el recibir es de indigentes. Así se dice: “Todo me ha sido entregado por mi Padre”; y también: “El Padre ama al Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas”. Luego parece que el Hijo no es de la misma naturaleza que el Padre.

Además, ser instruido y ayudado es de indigentes. Mas el Hijo es instruido y ayudado por el Padre. Porque se dice: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre”. Y después: “El Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace”; y dice el Hijo a sus discípulos: “Todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer”. Luego no parece que sean de la misma naturaleza el Hijo y el Padre.

Es más: recibir un mandato, obedecer, orar y ser enviado parece propio de un inferior. Ahora bien, todo esto se lee del Hijo. Así dice el Hijo: “Según el mandato que me dio el Padre así hago”. Y también: “Hecho obediente al Padre hasta la muerte”. E igualmente: “Yo rogaré al Padre y os daré otro abogado”. Y el Apóstol dice también: “Mas al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo”. Luego el Hijo es menor que el Padre y está sometido a Él.

Igualmente, el Hijo es glorificado por el Padre, como El mismo dice: “Padre, glorifica tu nombre”; y sigue: “Llegó entonces una voz del cielo: Le glorifiqué y de nuevo le glorificaré”; y también dice el Apóstol que “Dios resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos”. Además, dice Pedro que fue “exaltado a la diestra de Dios”. Por lo cual parece que el Hijo sea inferior al Padre.

Además, en la naturaleza del Padre no puede haber defecto alguno. Mas en el Hijo halla falta de poder, pues se dice: “Sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mí otorgarlo; es para aquellos para quienes está dispuesto por mi Padre”; y también falta de ciencia, porque El mismo dice: “Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre”. También se encuentra en Él falta de una afección tranquila, al decir la Escritura que en Él tuvo lugar la tristeza, la ira y otras pasiones semejantes. Luego parece que el Hijo no es de le misma naturaleza que el Padre.

Otra prueba: expresamente se halla en la Escritura que el Hijo de Dios es criatura. Así dice: “El creador de todas las cosas me ordenó, mi Hacedor fijó el lugar de mi habitación”; y también: “Desde el principio y antes de los siglos me creó”. Luego el Hijo es criatura.

Además, el Hijo se cuenta entre las criaturas. Porque se dice en persona de la Sabiduría: “Yo salí de la boca del Altísimo como primogénita antes que toda criatura”. Y el Apóstol dice del Hijo que es “primogénito de toda criatura”. Luego parece que el Hijo entra en el orden de las criaturas, como ocupando el primer lugar entre las mismas.

Además, dice el Hijo, orando al Padre por los discípulos: “Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno”. Así, pues, el Padre y el Hijo son uno, como quería que fuesen sus discípulos. Ahora bien, no quería que los discípulos fuesen uno por esencia. Luego tampoco son uno por esencia el Padre y el Hijo. Síguese, pues, que es una criatura sometida al Padre.

Esta es la opinión de Arrio y Eunomio, derivada, al parecer, de las doctrinas platónicas que establecían un Dios sumo, Padre y creador de todas las cosas, de quien decían emanó en un principio cierta “inteligencia” superior a todas las cosas, en la cual estaban las formas de todas ellas, la que llamaron “entendimiento paterno”; y después de ésta, el alma del mundo; luego, las demás criaturas. Según esto, aplicaban a dicha inteligencia lo que se dice en la Escritura del Hijo de Dios. Y principalmente porque la Sagrada Escritura llama al Hijo de Dios “Sabiduría” y “Verbo” de Dios. También está en consonancia con esto la opinión de Avicena, quien coloca sobre el alma del primer cielo una primera inteligencia que lo mueve; y sobre ella ponía a Dios en lo más alto.

Así, pues, los arrianos opinaron que el Hijo de Dios era una criatura superior a todas las otras, mediante la cual Dios creó todo; principalmente porque también algunos filósofos supusieron que las cosas habían procedido del primer principio con cierto orden, de modo que por el primer ser creado fueron creados todos los otros.

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