CAPÍTULO V
Opinión de Sabelio sobre el Hijo de Dios, y su refutación
Puesto que es doctrina invariable para todos los que juzgan rectamente de la Divinidad que no puede haber sino un solo Dios, algunos, descubriendo por la Escritura que Cristo es en verdad y por naturaleza Dios e Hijo de Dios, declararon que Cristo, el Hijo de Dios, y Dios Padre son un solo Dios; y no que Dios sea llamado Hijo por razón de su naturaleza o desde la eternidad, sino que recibió el título de filiación cuando nació de María Virgen por el misterio de la encarnación. Y así, todo lo que Cristo soportó según la carne atribuíanlo a Dios Padre; por ejemplo, el ser hijo de una virgen, el ser concebido y nacido de ella, el haber padecido, el haber muerto y haber resucitado y todas las demás cosas que la Escritura atribuye a Cristo según la carne.
Además, intentaron confirmar esta opinión con autoridades de la Escritura.
Porque se dice: “Oye, Israel: Yavé nuestro Dios es solo Yavé”. Y también: “Ved, pues, que soy yo, yo solo. Y que no hay Dios alguno más que yo”. Además: “El Padre, que mora en el Hijo, Él es quien hace las obras”. Y: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”. “Yo estoy en el Padre y el Padre en mi”. Por todo esto declararon se había de decir que Dios Padre es el mismo Hijo, que tomó carne de la Virgen.
Y ésta fue la opinión de los sabelianos, que también fueron llamados patripasianos, porque confesaban que el Padre padeció, al afirmar que el mismo Padre es Cristo.
Pero esta opinión, aunque difiera de las anteriores (c. prec.) en cuanto a la divinidad de Cristo, ya que confiesan que Cristo es en verdad y por naturaleza Dios, cosa que negaba la primera, sin embargo, está de acuerdo con ellas en cuanto a la generación y filiación; puesto que así como la primera afirma que la filiación y la generación, por las cuales Cristo es llamado Hijo, no existió antes de María, así también lo confiesa ésta. Por lo tanto, ninguna de las dos relacionan la generación y filiación con la naturaleza divina, sino sólo con la humana. Esta opinión sostiene también algo característico, y es que, cuando se dice “Hijo de Dios”, no se designa alguna persona subsistente, sino una propiedad añadida a la persona ya subsistente; así el mismo Padre, al tomar carne de la Virgen, recibió el nombre de Hijo; no siendo el Hijo otra persona subsistente distinta de la persona del Padre.
Pero por los testimonios de la Escritura se ve claramente la falsedad de esta opinión. Porque en ella Jesucristo no sólo es llamado Hijo de Virgen, sino también Hijo de Dios, como consta por lo anterior (c. 2). Y como no es posible que uno sea hijo de sí mismo, porque como el hijo es engendrado por el padre, y quien engendra da el ser al engendrado, se seguiría que serían el mismo quien da el ser y quien lo recibe; lo cual es absolutamente imposible. Luego Dios Padre no es el mismo Hijo, sino que uno es el Hijo y otro el Padre.
Además, dice el Señor: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; y “Padre, glorifícame cerca de ti mismo”. Por estas y otras palabras parecidas se demuestra que el Hijo es distinto del Padre.
Ahora bien, puede decirse, según esta opinión, que Cristo se llama Hijo de Dios Padre solamente en cuanto a la naturaleza humana, a saber, porque el mismo Dios Padre creó y santificó a la naturaleza humana que asumió; según esto, El mismo, según la divinidad, se llama Padre de sí mismo en cuanto a la humanidad. Y así, nada impide que Él, según la humanidad, sea distinto de sí mismo según la divinidad.
Pero, según esto, resultaría que Cristo se llamaría Hijo de Dios como los demás hombres, bien por razón de creación, bien por razón de santificación. Mas hemos demostrado (capítulo anterior) que Cristo se dice Hijo de Dios por distinta razón que los santos. En consecuencia, no puede entenderse, según el modo predicho, que el mismo Padre sea Cristo e hijo de sí mismo.
Además, donde hay un supuesto subsistente no cabe una predicación plural. Pero Cristo habla en plural de sí y del Padre, diciendo: “Yo y Dios Padre somos una sola cosa”. Luego el Hijo no es el Padre.
Más todavía: si el Hijo no se distingue del Padre sino por el misterio de la encarnación, antes de la encarnación no había en absoluto ninguna distinción. Sin embargo, consta por la Sagrada Escritura que incluso antes de la encarnación el Hijo era distinto del Padre. Pues se dice: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”. Por consiguiente, el Verbo, que está en Dios, se distinguía de Él; porque lo da a entender el modo de hablar, al decir “que uno está en otro”. Igualmente, también, el engendrado por Dios dice; “Estaba yo con Él como arquitecto”. En lo cual se indica de nuevo una asociación y cierta distinción. También se dice: “Me compadeceré de la casa de Judá y los salvaré en su Señor Dios”; donde Dios habla de los pueblos que han de ser salvados por el Hijo Dios, como de persona distinta de sí, que es digna del nombre de Dios. Se dice además: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, en lo cual se indica expresamente la pluralidad y distinción de los que hacen al hombre. Ahora bien, por las Escrituras se sabe que sólo Dios ha creado al hombre. En resumen, hubo pluralidad y distinción entre Dios Padre y Dios Hijo antes de la encarnación de Cristo. Luego el mismo Padre no se llama Hijo por el misterio de la encarnación.
Además, la verdadera filiación pertenece al mismo supuesto de quien se llama hijo, ya que ni las manos ni los pies del hombre reciben propiamente el nombre de filiación, sino el hombre mismo, de quien son estas partes. Mas los títulos de “paternidad” y de “filiación” requieren distinción en aquellos a quienes se aplican, como también entre “generante” y “engendrado”. Luego es preciso que, si alguien se llama verdaderamente hijo, se distinga del padre por el supuesto. Es así que Cristo es en verdad Hijo de Dios, porque se dice: “Y estemos en su verdadero Hijo, Jesucristo.” Por tanto, es necesario que Cristo sea distinto del Padre por el supuesto. Luego, el mismo Padre no es el Hijo. Otra prueba: después del misterio de la encarnación, el Padre declaró en voz alta acerca de su Hijo: “Este es mi Hijo muy amado”; y esta designación se refiere al sujeto. Luego, en conclusión, Cristo es distinto del Padre en cuanto al supuesto.
Pero las razones con que Sabelio intentó confirmar su opinión no demuestran lo que pretende, como se verá más extensamente (c. 9). Porque por aquello de que “Dios es uno” y de que “el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre” no se concluye que el Hijo y el Padre tengan un solo supuesto, porque entre dos cosas distintas por el supuesto puede darse también alguna unidad.
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