CAPÍTULO I: Proemio

CAPÍTULO I

Proemio

Dios grande es Yavé, Rey grande sobre todos los dioses, porque no rechazará el Señor a su pueblo. Porque tiene en sus manos las profundidades de la tierra y suyas son también las cumbres de los montes. Suyo es el mar, pues Él lo hizo; suya es la tierra, por sus manos (Ps. 94, 3 ss.)

Anteriormente se demostró que, entre todos los seres, existe un primer ser que posee plenamente la perfección, a quien llamamos Dios, el cual distribuye el ser de la abundancia de su propia perfección a todo cuanto existe; comprobándose así que no sólo es el primero de los seres, sino también el principio de todas las cosas. Pero da el ser a los demás no por necesidad de naturaleza, sino al arbitrio de su voluntad, como consta por lo dicho (l. 2, c. 23), de donde resulta que es el Señor de todas sus criaturas, pues somos señores de cuanto está sujeto a nuestra voluntad. Y este dominio que tiene sobre las cosas que produjo es perfecto, puesto que para producirlas no precisó ayuda de ningún agente exterior ni se valió de la materia, pues es el Hacedor universal de todo ser.

Cada una de las cosas producidas por voluntad de un agente está ordenada a un fin determinado por ese mismo agente; porque, siendo el bien y el fin el objeto propio de la voluntad, es necesario que cuanto proceda voluntariamente esté ordenado a algún fin. Pero cada cosa alcanza el último fin por su propia acción, la cual es preciso que sea dirigida al fin por quien dio a las cosas los principios de sus operaciones.

Luego es necesario que Dios, que en sí es universalmente perfecto y que con su poder prodiga el ser a los demás seres, sea el gobernador de todos ellos, por nadie dirigido; pues no hay quien se exima de su gobierno, como tampoco hay quien no haya recibido afortunadamente el ser de Él. En consecuencia, así como es perfecto en el ser y en el causar, así también lo es en el gobernar.

Mas el efecto de su gobierno aparece de distintas maneras en los diversos seres, en consonancia con sus diferentes naturalezas. Pues hay ciertos seres producidos por Dios y dotados de inteligencia, con el fin de mostrar en sí su semejanza y de representar su imagen; y estos tales no sólo son dirigidos, sino que también se dirigen a sí mismos al fin debido mediante sus propios actos. Los cuales, si al dirigirse se someten al régimen divino, son admitidos a la consecución del último fin por disposición divina; por el contrario, si al dirigirse hacia él se independizan, son rechazados.

Además, hay otros seres, privados de inteligencia, que no se dirigen a sí mismos, sino que son dirigidos por otro hacia su propio fin. De los cuales, unos, que son incorruptibles, no pudiendo sufrir defecto alguno en su ser natural, jamás se separan en sus propios actos del orden al fin que les ha sido prefijado, sino que indeficientemente están sujetos al gobierno de su primer gobernador, como los astros, cuyos movimientos son siempre uniformes.

Y hay otros que son corruptibles, pudiendo padecer defecto en su ser natural, aunque tal defecto redunda en beneficio de otro, porque al corromperse uno se engendra otro. Y fallan también respecto al orden natural en sus propios actos; no obstante, dicho defecto se compensa con algún bien que resulta de ello. Lo cual demuestra que ni aun aquellos seres que, al parecer, se apartan del orden del gobierno divino, escapan al poder del primer gobernador, porque estos cuerpos corruptibles, así como han sido creados por Dios, así también están sujetos perfectamente a su poder.

Considerando estas cosas el Salmista, lleno del Espíritu divino, para demostrarnos el gobierno de Dios, nos describe, en primer lugar, la perfección del primer rector. De su naturaleza, en efecto, al llamarle “Dios”; de su poder, cuando dice “gran Señor”, dando a entender que a nadie necesita para ejercer su poder; de su autoridad, al decir “Rey grande sobre todos los dioses”, porque, aunque haya muchos gobernantes, no obstante, todos están sometidos a su gobierno.

En segundo lugar nos describe la manera de gobernar. A los seres racionales que, sometiéndose a su gobierno, consiguen por él su último fin, que es El mismo; y a este propósito dice: “Que no rechazará el Señor a su pueblo”. A los seres corruptibles, los cuales, aunque a veces salen de su propio modo de obrar, no escapan al poder del primer regente; y así dice: “En sus manos tiene las profundidades de la tierra”. Respecto a los cuerpos celestes, que sobrepasan en lo más alto de la tierra, esto es, de los cuerpos corruptibles, y que siempre guardan el recto orden del gobierno divino, dice: “Y suyas son también las cumbres de los montes”.

En tercer lugar destaca la razón de este gobierno universal; pues es necesario que todo lo que Dios ha creado sea gobernado por Él; y por esto dice: “Suyo es el mar”, etc.

Como en el libro primero tratamos de la perfección de la naturaleza divina, y en l segundo, de la perfección de su poder como creador y señor de todo, en este tercer libro réstanos tratar de su perfecta autoridad o dignidad como gobernador y como fin de todos los seres. El orden será el siguiente: en primer lugar, trataremos de El mismo como fin de todas las cosas; a continuación, de su gobierno universal sobre todo lo creado (c. 64); y después, del gobierno especial con que rige a las criaturas dotadas de entendimiento (c. 111)

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Comments 1

  1. Gracias, por exponer estas enseñanzas, pues de una forma efectiva y eficiente, nos ilustran.

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