CAPÍTULO LXXXVIII: Dios es libre

CAPÍTULO LXXXVIII

Dios es libre

Consecuencia inmediata de las demostraciones precedentes es que Dios es libre. En efecto:

Se predica el libre albedrío respecto de lo que uno quiere sin necesidad y espontáneamente. En nosotros, por ejemplo, hay libre albedrío respecto de querer correr o pasear. Pero Dios quiere sin necesidad los seres distintos de Él, como quedó demostrado. A Dios, pues, le es propio el libre albedrío.

La voluntad divina se inclina por su entendimiento, como ya se probó (c. 82), hacia las cosas a que según su naturaleza no está determinada. Pero se dice que el hombre tiene, sobre los otros animales, el libre albedrío, porque se inclina a querer por el juicio de la razón, no por el ímpetu de la naturaleza. Luego Dios tiene libre albedrío.

El Filósofo enseña en el libro III de los “Éticos” que la voluntad es del fin, y la elección, de lo ordenado al fin. Pues como Dios quiérese como fin, y a los demás seres como ordenados al fin, síguese que, respecto de sí mismo, tiene sólo voluntad, y en cambio, respecto de los demás seres tiene además elección. Y la elección se realiza siempre por el libre albedrío. Luego a Dios le pertenece el libre albedrío.

El hombre es dueño de sus actos porque tiene libre albedrío. Pero esto pertenece con más razón al primer agente, cuyo acto no depende de nadie. Dios, pues, tiene libre albedrío.

Esta misma consecuencia se saca de la razón misma del nombre. Es libre lo que es causa de sí mismo, según el Filósofo (“Metaf.”, I), al principio de la Metafísica; y esto a nadie conviene mejor que a la causa primera, que es Dios.

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