CAPÍTULO LXXXV: Los cuerpos de los resucitados tendrán otra disposición que la actual

CAPÍTULO LXXXV

Los cuerpos de los resucitados tendrán otra disposición que la actual

Aun cuando los cuerpos de los resucitados han de ser de la misma especie que son ahora nuestros cuerpos, sin embargo, tendrán otra disposición.

Y, en primer lugar, en cuanto que todos los cuerpos de los resucitados, tanto buenos como malos, serán incorruptibles. Lo cual obedece a tres razones:

La primera se toma del fin de la resurrección, pues tanto los buenos como los malos resucitarán para que también en los propios cuerpos obtengan el premio o castigo por lo que hicieron mientras vivieron en el cuerpo. Mas el premio de los buenos, que es la felicidad, será perpetuo; de igual forma también al pecado mortal corresponde pena perpetua. Ambas cosas se evidencian por lo que se determinó en el libro tercero (capítulos 62, 144). Por lo tanto, es menester que unos y otros reciban un cuerpo incorruptible.

La otra razón puede tomarse de la causa formal de los resucitados, que es el alma. Pues se ha dicho ya (capítulo 79) que, para que el alma no permanezca perpetuamente separada del cuerpo, volverá por la resurrección a tomar nuevamente el cuerpo. Luego, como se proveyó para la perfección del alma que recibiese al cuerpo, será conveniente que el cuerpo se disponga según conviene al alma. Pero el alma es incorruptible. Por lo tanto, también se le restituirá un cuerpo incorruptible.

La tercera razón puede tomarse de la causa activa de la resurrección. Pues Dios, que restableció a la vida cuerpos ya corrompidos, mucho más podrá conceder a los cuerpos la conservación perpetua de la vida ya recuperada. Para cuyo ejemplo, cuando quiso, conservó libres de corrupción a los cuerpos corruptibles, como los cuerpos de los tres niños en el horno de Babilonia.

Luego la incorruptibilidad del estado futuro hay que entenderla de manera que este cuerpo, que ahora es corruptible, se convierta en incorruptible por virtud divina; de forma que el alma le dominará plenamente en orden a su vivificación, y nadie podrá impedir tal comunicación vital. Por eso dice el Apóstol: “Es preciso que lo corruptible se revista de incorrupción y que este ser Mortal se revista de inmortalidad”.

Según esto, el hombre resucitado no será inmortal porque vuelva a tomar otro cuerpo incorruptible, como sostenían las opiniones anteriores (capítulo prec.), sino porque este mismo cuerpo, ahora corruptible, se hará incorruptible.

Así, pues, se ha de interpretar al Apóstol, que dice: “La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios”, o sea, que en el estado de los resucitados se quitará la corrupción de la carne y de la sangre, permaneciendo, no obstante, la substancia de las mismas. Por eso añade: “Ni la corrupción heredará la incorrupción”.

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