CAPÍTULO LXXXIV: Los cuerpos celestes no influyen en nuestros entendimientos

CAPÍTULO LXXXIV

Los cuerpos celestes no influyen en nuestros entendimientos

Como resultado de lo dicho, manifiéstase a primera vista que los cuerpos celestes no pueden ser causa de cuanto se refiere al entendimiento. Pues hemos demostrado ya que, según el orden de la divina providencia, los cuerpos superiores rigen y mueven a los inferiores. Es así que el entendimiento está naturalmente por encima de todos los cuerpos, según consta por lo dicho (l. 2, c. 49 ss.). Luego es imposible que los cuerpos celestes actúen directamente sobre el entendimiento. Por tanto, no pueden ser por sí causa de cuanto se refiere al entendimiento.

Ningún cuerpo obra prescindiendo del movimiento, según se prueba en el VIII de la “Física”. Pero las cosas inmóviles no son causadas por movimiento; porque nada es causado por el movimiento de un agente sino en cuanto que él, mientras se mueve, mueve a quien lo soporta. Luego todo cuanto está al margen del movimiento no puede ser causado por los cuerpos celestes. Ahora bien, lo que se refiere al entendimiento está, hablando con propiedad, al margen del movimiento, como lo manifiesta el Filósofo en el VII de la “Física”, porque -como allí se dice- “únicamente por la ausencia de movimiento se hace el alma prudente y sabia”. En consecuencia, es imposible que los cuerpos celestes sean por si causa de lo que se refiere al entendimiento.

Si nada es causado por un cuerpo sino en cuanto que, al moverse, mueve, es preciso que todo lo que recibe la impresión de algún cuerpo se mueva. Pero únicamente se mueve lo que es cuerpo, como se prueba en el VI de la “Física”. Será, pues, necesario que todo lo que recibe la impresión de algún cuerpo sea cuerpo o alguna potencia corporal. Sin embargo, en el libro segundo se ha demostrado (capítulo 49 ss.) que el entendimiento no es cuerpo ni potencia corporal. Por consiguiente, es imposible que los cuerpos celestes influyan directamente en el entendimiento.

Todo lo que es movido por otro es reducido de la potencia al acto. Mas nada es reducido por otro de la potencia al acto si ese otro no está en acto. Así, pues, es preciso que todo agente y motor esté de algún modo en acto respecto de aquello a que el paciente y movido se halla en potencia. Es así que los cuerpos celestes no son inteligibles en acto, porque son ciertos singulares sensibles. Luego, como nuestro entendimiento no está en potencia sino respecto a los inteligibles en acto, es imposible que los cuerpos celestes actúen directamente sobre él.

La operación propia de una cosa responde a su naturaleza, la cual, en las cosas engendradas, se adquiere juntamente con la operación por medio de la generación. Lo vemos en las cosas pesadas y leves, las cuales, en el término de su generación, tienen inmediatamente el propio movimiento, si algo no lo impide; por esto el generante se llama moviente. Según esto, lo que en conformidad con el principio de su naturaleza no está sujeto a las acciones de los cuerpos celestes, tampoco lo está en cuanto a su operación. Ahora bien, la parte intelectiva no es causada por determinados principios corporales, sino que procede totalmente de algo extrínseco, según probamos (l. 2. capítulo 86 ss.). Luego la operación del entendimiento no está sujeta directamente a los cuerpos celestes.

Las cosas que son causadas por los movimientos celestes están sujetas al tiempo, que es “el número del primer movimiento celeste”. En consecuencia, las que prescinden totalmente del tiempo no están sujetas a los movimientos celestes. Pero el entendimiento prescinde totalmente del tiempo en su operación, como también del lugar, porque considera lo universal, que está separado del tiempo y del espacio. Por tanto, la operación intelectual no está sujeta a los movimientos celestes.

Nada rebasa su especie cuando obra. Es así que el entendimiento trasciende la especie y la forma de cualquier cuerpo agente, porque toda forma corpórea es material e individualizada, y el entender recibe la especie de su objeto, que es universal e inmaterial. Por tanto, ningún cuerpo puede entender por su forma corpórea. Luego mucho menos podrá un cuerpo cualquiera causar el entender en otro.

Lo que es medio de unión con lo superior no puede estar sujeto a lo inferior. Mas nuestra alma, en cuanto que entiende, se une a las substancias intelectuales, que por índole natural son superiores a los cuerpos celestes; porque nuestra alma no puede entender sino en cuanto que de allí recibe su luz intelectual. Así, pues, es imposible que la operación intelectual esté sujeta directamente a los movimientos celestes.

Este hecho se acredita si consideramos lo que dijeron los filósofos sobre el particular. Porque los antiguos filósofos naturalistas, como Demócrito, Empédocles y seguidores, afirmaron que el entendimiento no se diferencia del sentido, según consta en el IV de la “Física” y en el III “Del alma”. Resultando de esto que, como el sentido es cierta potencia corporal obediente a la mudanza de los cuerpos, el entendimiento también sería igual. Y por eso dijeron que, como la mudanza de los cuerpos inferiores responde a la de los superiores, la operación intelectual responde al movimiento de los cuerpos celestes, según aquello de Homero: “Tal es el entendimiento en los dioses y en los hombres terrenos cual determinó en su día el Padre de los hombres y de los dioses”, es decir, el sol, o, más propiamente, Júpiter, a quien llamaban dios sumo, entendiendo por tal todo el cielo, según consta por San Agustín en el libro de “La ciudad de Dios”.

Esto dio origen también a la opinión de los estoicos, quienes decían que el conocimiento intelectual era causado en nosotros por la impresión de las imágenes de los cuerpos en nuestras mentes, como en un espejo o en una página, que recibe las letras impresas sin hacer nada por su parte. Lo refiere Boecio en el V de “La consolación”. En conformidad con esta sentencia seguíase que nuestras nociones intelectuales se nos imprimirían principalmente por la influencia de los cuerpos celestes. De aquí que los estoicos fueron los primeros en sostener que la vida de los hombres es guiada por cierta necesidad fatal. -Mas la falsedad de esta opinión aparece desde el momento en que vemos que -como dice Boecio en dicho lugar- el entendimiento compone y divide, y compara lo supremo con lo ínfimo, y conoce los universales y las formas simples, que no se hallan en los cuerpos. Y esto demuestra que el entendimiento no es solamente un recipiente de las imágenes de los cuerpos, sino que tiene una potencia superior a ellos; porque el sentido externo, que únicamente recibe las imágenes de los cuerpos, no alcanza a realizar lo ya dicho.

Sin embargo, todos los filósofos posteriores Bque distinguían el entendimiento del sentidoB atribuyeron la causa de nuestra ciencia a las cosas inmateriales y no a determinados cuerpos. Platón, por ejemplo, puso como causa de nuestra ciencia las “Ideas”; Aristóteles, sin embargo, el “entendimiento agente”.

Todo lo cual da a entender que el suponer que los cuerpos celestes son causa de que entendamos es seguir la opinión de quienes sostenían que el entendimiento no se diferencia del sentido, como se ve también por lo que dice Aristóteles en el libro “Del alma”. Pero esta opinión es abiertamente falsa. Luego es claramente falso afirmar que los cuerpos celestes con causas directas de nuestro entender.

Por ello, la Sagrada Escritura atribuye también la causa de nuestro entender, no a cuerpo alguno, sino a Dios: “)Dónde está el Dios que me creó, que da cantares en la noche, que nos da inteligencia mayor que a las bestias de la tierra y nos hace más sabios que a las aves del cielo?” Y en el salmo: “El que da al hombre la sabiduría”.

No obstante, se ha de saber que, aunque los cuerpos celestes no pueden ser directamente causa de nuestra inteligencia, en cambio influyen algo indirectamente. Porque, aunque el entendimiento no es una potencia corporal, sin embargo, en nosotros no puede efectuarse la operación intelectual sin la cooperación de las potencias corporales, que son la imaginación, la memorativa y la cogitativa, según consta por lo dicho (l. 2, c. 68. fin). Y esto es tal, que, impedidas las operaciones de estas potencias por alguna indisposición corporal, se impide también la operación intelectual, como se ve en los frenéticos y letárgicos, etc. Por esto, la buena disposición del cuerpo humano hácelo apto para bien entender, ya que por ella se robustecen dichas potencias. De donde se dice en el II “Del alma” que “los de carne blanda, según se ve, tienen buena aptitud para entender”. Ahora bien, la disposición del cuerpo humano está sujeta a los movimientos celestes. Pues dice San Agustín en el V de “La ciudad de Dios” que “no es totalmente absurdo el afirmar que las irradiaciones siderales pueden producir al menos cambios en los cuerpos”. Y el Damasceno, en el libro segundo “De la fe ortodoxa”, dice que los distintos planetas “provocan en nosotros diversos temperamentos, hábitos y disposiciones”. Por lo tanto, los cuerpos celestes cooperan indirectamente a la bondad de la inteligencia. Y así como los médicos pueden juzgar de la bondad del entendimiento por la complexión corporal, tomada como disposición próxima, así lo puede también el astrólogo, tomando los movimientos de los cuerpos celestes como causa remota de tal disposición. Y de este modo puede ser verdad lo que dice Tolomeo en el “Centiloquio”: “Cuando Mercurio se encuentra en alguna de las moradas de Saturno, da inteligencia capaz de penetrar las cosas, haciendo robusto a quien entonces nace”.

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