CAPÍTULO LXXXIII: En los resucitados no tendrá lugar el comer ni el goce sexual

CAPÍTULO LXXXIII

En los resucitados no tendrá lugar el comer ni el goce sexual

Por lo dicho anteriormente se demuestra que entre los hombres resucitados no tendrá lugar el comer ni el goce sexual.

Suprimida la vida corruptible, es necesario suprimir cuanto estaba al servicio de la misma. Mas es manifiesto que el uso de los alimentos está al servicio de la vida corruptible, pues tomamos los alimentos para evitar la corrupción que pudiese sobrevenir de la consunción del humor natural. Además, al presente, el uso de los alimentos es necesario para el crecimiento, el cual no existirá después de la resurrección, pues todos los hombres resucitarán con la debida cantidad, como consta por lo dicho (c. 81). De igual modo, el ayuntamiento del hombre y a mujer está al servicio de la vida corruptible, pues se ordena a la generación. Mediante la cual, lo que no puede conservarse siempre según el individuo, se conserva según la especie. Pero antes se demostró que la vida de los resucitados será incorruptible (c. prec.). Luego entre ellos no tendrá lugar el comer ni el goce sexual.

La vida de los resucitados será no menos, sino más ordenada que la presente; porque el hombre alcanza aquella obrando sólo Dios, mientras que ésta la consigue con la cooperación de la naturaleza. Pero en esta vida el uso de los alimentos se ordena a algún fin, ya que se toma el alimento para que mediante la digestión se transforme en cuerpo. Luego, si entonces se hiciera uso de los alimentos, sería para convertirlos en cuerpo. Por lo tanto, como nada del cuerpo se disolverá, pues será incorruptible, habrá que decir que todo lo que se convierte por el alimento se transforma en aumento. Mas el hombre resucita en su debida cantidad, como antes se dijo (c. 81). En consecuencia, alcanzará una cantidad inmoderada, pues la cantidad que excede a la debida es inmoderada.

El hombre resucitado vivirá perpetuamente. Según esto, o se servirá siempre del alimento, o no siempre se servirá, sino por un tiempo determinado. Si siempre, como quiera que el alimento convertido en cuerpo -del cual nada se disuelve- necesariamente ha de producir un aumento conforme a alguna dimensión, será preciso decir que el cuerpo del hombre resucitado aumentará indefinidamente. Lo cual no es posible, porque el aumento es un movimiento natural; y la finalidad de la virtud natural del que mueve nunca tiende al infinito, sino a algo determinado; porque, como se dice en el II “De anima”, “la naturaleza de cuanto existe tiene un término de magnitud y de aumento”. Mas si el hombre resucitado no usara siempre de alimento, viviendo, sin embargo, siempre, tendrá que haber algún tiempo en que no use de alimento. Y esto ha de ser desde el principio. Luego el hombre resucitado no usará de alimento.

Y, si no come, síguese que tampoco hará uso de lo venéreo, que requiere la secreción seminal. Y tal secreción no podrá hallarse en el cuerpo resucitado ni tampoco en su substancia, porque o sería contra la naturaleza del semen -que en este caso estaría como corrompido y separado de la naturaleza, sin poder ser principio de una acción natural, como consta por el Filósofo en el libro “De generatione animalium”-; o también porque de la substancia de dichos cuerpos que existen incorruptibles no puede separarse nada. Tampoco podrá ser el semen lo superfluo del alimento si los resucitados no comen, como se demostró antes. Luego entre los resucitados no tendrá lugar el goce sexual.

El uso de lo venéreo se ordena a la generación. Según esto, si después de la resurrección cabe el uso de lo venéreo, de no ser inútil, habrá también entonces generación de hombres como ahora. Por lo tanto, después de la resurrección existirán muchos hombres que ahora no existen. En vano, pues, se retrasa la resurrección de los muertos para que todos los que tienen una misma naturaleza recobren simultáneamente la vida.

Si después de la resurrección existiere la generación de hombres, quienes entonces fueren engendrados, volverán a corromperse o serán incorruptibles e inmortales. Mas si son incorruptibles e inmortales se siguen muchos inconvenientes. En primer lugar, será preciso afirmar que tales hombres nacen sin pecado original pues la necesidad de morir es la pena derivada del pecado original; cosa que va contra el Apóstol, que dice: “Por un hombre sobrevino a todos los hombres el pecado y la muerte” Se sigue, además, que no todos tienen necesidad de la redención de Cristo, dado que algunos nazcan sin pecado original y sin la necesidad de morir; y de esta manera Cristo no será cabeza de todos los hombres, lo cual es contra la sentencia del Apóstol, que dice en la primera a los de Corinto: “Así como todos mueren en Adán, así también en Cristo todos son vivificados”. Y síguese también otro inconveniente, y es que los que tienen una generación semejante no tienen semejante el término de ésta; pues resulta que los hombres engendrados seminalmente ahora adquieren la vida corruptible, y los engendrados después, la inmortal. Pero, si los hombres que nazcan entonces son corruptibles y mortales, no volviendo a resucitar, síguese que sus almas permanecerán perpetuamente separadas de sus cuerpos, lo cual es un inconveniente, siendo sus almas de la misma especie que las de los hombres que resucitan. Si, por el contrario, resucitan, debió ser esperada por otros su resurrección, para que a todos los que simultáneamente participan una sola naturaleza se les confiera el beneficio de la resurrección, que pertenece a la reparación de la misma, como consta por lo dicho (c. 81). Y, en último término, no parece haber razón alguna para que algunos esperen a resucitar juntamente si no todos lo esperan.

Si los hombres resucitados hacen uso de lo venéreo y engendran, o esto será siempre o no lo será. Si siempre, resultará que la multiplicación de hombres será infinita. Pero la finalidad de la naturaleza generante, después de la resurrección, no podrá tener otro fin que la multiplicación de los hombres, pues no será para conservar la especie por medio de la generación, puesto que los hombres vivirán incorruptiblemente. Y de esto resultará que la finalidad de la naturaleza generante tenderá al infinito, lo cual es imposible. Ahora bien, si tales hombres no engendran siempre sino por un tiempo determinado, después de él ya no engendrarán. Razón por la cual se les ha de atribuir desde un principio el que no usen de lo venéreo ni engendren.

Mas si alguien dijere que en los resucitados tendrá lugar el comer y el uso de lo venéreo, no para conservar o aumentar el cuerpo ni para conservar la especie o multiplicar los hombres, sino por el puro placer que hay en esas cosas, a fin de que los hombres o carezcan de delectación alguna en la última remuneración, se puede ver de muchas maneras que tal afirmación es inconveniente.

En primer lugar, porque la vida de los resucitados será más ordenada que la nuestra, según dijimos. Mas en esta vida es desordenado y vicioso que alguien use por sólo placer de los alimentos y del goce sexual, y no por la necesidad de sustentar el cuerpo o procrear la prole. Y con razón, pues el placer que hay en dichas acciones no son fines de las acciones, sino más bien lo contrario, pues la naturaleza dispuso los deleites en estos actos a fin de que los animales no se abstuvieran a causa del trabajo de estos actos necesarios para la misma; cosa que sucedería de no ser provocados por el deleite. Luego el orden es pospuesto e inconveniente si tales acciones se ejecutan sólo por deleite. Por consiguiente, de ninguna manera se darán tales cosas en los resucitados, cuya vida se considera ordenadísima.

La vida de los resucitados está ordenada a la conservación de la bienaventuranza perfecta. Pero la bienaventuranza y felicidad del hombre no está en los deleites corporales, que son la comida y el goce sexual, como se demostró en el libro tercero (c. 27). Luego no es conveniente afirmar que en la vida de los resucitados se dan tales deleites.

Más todavía. Los actos virtuosos se ordenan a la bienaventuranza como a su fin. Por lo tanto, si en el estado de la bienaventuranza futura hubiera deleites de alimentos y de goce sensual, como pertenecientes a la misma, resultaría que en la intención de quienes ejecutan las acciones virtuosas se encontrarían de algún modo dichos deleites. Lo cual suprime la razón de ser de la templanza, pues es contra su naturaleza que alguien se abstenga ahora de los deleites para poder disfrutar más de ellos después. Así toda castidad sería impúdica, y toda abstinencia, golosa. Mas si tales deleites han de existir, aunque no como pertenecientes a la bienaventuranza, de manera que sean buscados por quienes ejecutan acciones virtuosas, esto es imposible. Porque todo cuanto existe, o se ordena a otro o a sí mismo. Ahora bien, tales deleites no se ordenarán a otra cosa, pues, como se ha demostrado (al princ.), no estarán relacionados con las acciones ordenadas al fin de la naturaleza. Sólo queda que se ordenen a sí mismos. Mas todo lo que es así, o es la bienaventuranza o una parte de ella. Luego es preciso que, si tales deleites han de estar en los resucitados, pertenezcan a la bienaventuranza. Lo cual es imposible, como poco antes se probó. Por lo tanto, de ningún modo habrá en la vida futura semejantes deleites.

Además, parece ridículo buscar deleites corporales, que nos son comunes con los brutos, donde se esperan deleites nobilísimos, que nos son comunes con los ángeles, y que consistirán en la visión de Dios, que participaremos los ángeles y nosotros, según se demostró en el libro tercero (c. 48 ss.). A no ser que tal vez alguien quiera decir que la bienaventuranza de los ángeles es imperfecta porque carecen de los deleites de los brutos, lo cual es absolutamente absurdo. De aquí que dice el Señor que “en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como los ángeles de Dios”.

Y con esto se excluye el error de los judíos y de los sarracenos, quienes afirman que los hombres resucitados usarán de alimentos y de placeres sensuales como ahora. A los cuales siguieron también algunos herejes cristianos, afirmando el futuro reinado de Cristo en la tierra durante mil años, en cuyo espacio de tiempo “dicen que aquellos que hayan resucitado entonces se darán en sumo grado a los convites carnales, en los cuales habrá tanta comida y bebida, que no sólo no tendrán templanza alguna, sino que incluso rebasarán a los incrédulos. Cosa que únicamente podían creer los hombres carnales. Pues los que son espirituales llaman a quienes creen tal cosa “kiliastas”, en lengua griega, que, traduciendo al pie de la letra, llamaríamos “milenarios”, como dice San Agustín en el libro XX de “La ciudad de Dios” (capítulo 7).

Sin embargo, hay algunas razones que parecen favorecer esta opinión. En primer lugar, porque Adán antes del pecado tuvo vida inmortal, y, no obstante, pudo usar en aquel estado de alimentos y del goce sexual, pues antes de pecar se le dijo: “Creced y multiplicaos”; y también: “Podéis comer de todos los árboles que hay en el paraíso”.

Se lee, además, que el mismo Cristo comió y bebió después de la resurrección. Pues se dice en San Lucas que, “habiendo comido en presencia de sus discípulos, tomando el sobrante se lo repartió”. Y en los Hechos dice San Pedro: “Dios le resucitó -es decir, a Jesucristo- al tercer día y le dio manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros, que comimos y bebimos con Él después de resucitado de entre los muertos”.

Y hay también algunas autoridades que parecen prometer de nuevo a los hombres el uso de alimentos en semejante estado. Pues se dice en Isaías: “Prepara Yavé Sebaot a todos los pueblos, sobre este monte, un festín de suculentos manjares, un festín de vinos generosos”. Y que esto se refiere al estado de los resucitados consta por lo que se añade: “Destruirá la muerte para siempre y enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros”. Se dice también en Isaías: “Sí, mis siervos comerán y vosotros tendréis hambre; mis siervos beberán, y vosotros tendréis sed”. Y se ve que esto se refiere al estado de la vida futura por lo que añade luego: “Porque voy a crear cielos nuevos y una tierra nueva”, etc. Además, dice el Señor: “No beberé más de este fruto de la vid hasta el día que lo beba con vosotros nuevamente en el reino de mi Padre”. Y en San Lucas dice: “Yo dispongo del reino en favor vuestro con mi Padre, para que comáis y bebáis a mi mesa y en mi reino”. Y en el Apocalipsis se dice también que “de un lado y de otro del río”, que estará en la ciudad de los bienaventurados, “había un árbol de vida que daba doce frutos”. Y más adelante: “Vi las almas de los que habían sido degollados por el testimonio de Jesús y vivieron y reinaron con Cristo por mil años. Los restantes muertos no vivieron hasta que se terminaron los mil años”. Todo lo cual parece confirmar la opinión de los herejes mencionados.

Pero no es difícil solucionar esto. Pues lo que se objeta en primer lugar sobre Adán carece de eficacia. Porque Adán tuvo cierta perfección natural, pero ni su naturaleza era totalmente perfecta ni el género humano se había multiplicado. Así que Adán fue constituido en una perfección cual convenía al principio de todo el género humano. Y por eso fue preciso que, para multiplicar el género humano, engendrara y usara de alimentos. Pero la perfección de los resucitados será cuando la naturaleza humana llegue a su total perfección, cumplido el número de los elegidos. Y por eso no habrá lugar de engendrar ni de comer. Por lo tanto, la inmortalidad e incorrupción de los resucitados serán distintas de las de Adán. Pues dos resucitados serán inmortales e incorruptibles en el sentido de que no volverán a morir ni sus cuerpos se disolverán. Mas Adán fue inmortal de esta manera: que no podría morir si no pecaba y que podría morir si pecaba; y podía conservar su inmortalidad de este modo, no porque su cuerpo no pudiera disolverse, sino porque, tomando alimentos, podía contrarrestar la disolución del humor natural, evitando la corrupción de su cuerpo.

Y de Cristo se ha de decir también que comió después de la resurrección, no por necesidad, sino para demostrar la verdad de la resurrección. Por eso, aquel alimento no se convirtió en carne, sino que se resolvió en la materia ya existente. Y este motivo para comer no se dará en la resurrección común.

Las autoridades que parecen prometer el uso de alimentos después de la resurrección se han de interpretar espiritualmente. Pues la Sagrada Escritura nos propone lo inteligible bajo signos sensibles, “para que nuestra mente aprenda a amar lo desconocido por aquello que ha conocido”. Y, según esta manera, el placer que hay en la contemplación de la sabiduría y la asunción de la verdad inteligible por nuestro entendimiento se designan por el uso de los alimentos según el modo de hablar de la Sagrada Escritura; sirviéndonos de ejemplo lo que en los Proverbios se dice de la sabiduría: “Mezcló su mino y aderezó su mesa. Y dijo a los insensatos: Venid, comed mi pan y bebed mi vino, que para vosotros he mezclado”. Y en el Eclesiástico se dice: “Le alimentará con el pan de la vida y de la inteligencia y le dará a beber el agua saludable de la sabiduría”. Y de la misma sabiduría se dice en los Proverbios: “Es árbol de vida para quien la consigue, y quien la abraza es bienaventurado”. Por lo tanto, dichas autoridades no obligan a decir que los resucitados usen de alimentos.

Y lo que se afirmó sobre las palabras del Señor que están en San Mateo, puede entenderse también de otra manera, es decir, refiriéndolo a que cuando Él, después de la resurrección, comió y bebió vino ciertamente nuevo con sus discípulos, bebió vino “de una forma nueva”, o sea, no por necesidad, sino para demostrar su resurrección. Y dice “en el reino de mi Padre” porque en la resurrección de Cristo comenzó a manifestarse el reino de la inmortalidad.

Y lo que se dice en el Apocalipsis de los “mil años” y “la primera resurrección de los mártires”, se ha de entender de la primera resurrección de las almas, en cuanto resucitan del pecado, según aquello del Apóstol: “Levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará”. Y por mil años se entiende todo el tiempo que ha de durar la Iglesia, en el cual reinan los mártires con Cristo, y también otros santos, tanto de la Iglesia presente, que se llama reino de Dios, como de la patria celestial de las almas; pues “milenario” significa perfección, porque es número redondo, cuya raíz es el denario, que suele significar también perfección.

Así, pues, vemos que los resucitados no se entregaron a la comida ni a la bebida, como tampoco al goce sensual.

Por lo cual puede afirmarse en último lugar que cesarán todas las ocupaciones de la vida activa, que parecen ordenadas al uso de los alimentos, de los goces sensuales y de otras cosas necesarias a la vida corruptible. Por lo tanto, sólo permanecerá en los resucitados la ocupación de la vida contemplativa. Por esto se dice, en San Lucas, de María, la contemplativa, que “escogió la mejor parte, que no le será arrebatada”. Y se dice también en Job: “El que baja al infierno no sube más, ni vuelve más a su casa, ni lo reconocerá su morada”; con cuyas palabras niega Job la resurrección tal como la afirmaron algunos, que decían que después de la resurrección volverá el hombre a ocupaciones semejantes a las que tiene ahora, es decir, a edificar casas y ejercer oficios parecidos.

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