CAPÍTULO LXXX: Dios quiere necesariamente su ser y su bondad

CAPÍTULO LXXX

Dios quiere necesariamente su ser y su bondad

Lo que ya hemos demostrado nos hace concluir que Dios quiere necesariamente su ser y su bondad y que no puede querer lo contrario. En efecto:

Ya es sabido que Dios quiere su ser y su bondad como objeto principal, que es para Él la razón de querer los otros seres. En todo objeto, por lo tanto, quiere su ser y su bondad, como la vista ve la luz en cualquier clase de color. Mas es imposible que Dios no quiera algo actualmente; pues, de lo contrario, querría solamente en potencia, y esto es imposible, por ser su querer su propio ser. Es necesario, pues, que quiera su ser y su bondad.

Todo ser quiere necesariamente su último fin. El hombre, por ejemplo, quiere necesariamente su bienaventuranza; no puede querer su mal. Pero Dios quiere su ser como último fin, según consta de lo dicho (c. 74). Necesariamente, pues, quiere ser y no puede querer no ser.

El fin es en lo apetitivo y operativo lo que un principio indemostrable en lo especulativo, pues, como en lo especulativo de los principios se deducen las conclusiones, así en lo activo y apetitivo en el fin se encuentra la razón de todo lo que se ha de hacer y apetecer. Pero, en lo especulativo, el entendimiento asiente necesariamente a los primeros principios indemostrables y de ningún modo puede admitir lo contrario. Luego la voluntad se adhiere necesariamente al último fin, no pudiendo querer lo contrario. Por consiguiente, si no hay más fin de la voluntad de Dios que El mismo, necesariamente quiere ser.

Todos los seres, en cuanto son, se asemejan a Dios, que es el primero y supremo ser. Y todo ser, en cuanto es, ama naturalmente a su modo su ser. Con más razón, pues, Dios ama naturalmente su ser. Pero su naturaleza es ser necesariamente de por sí, como ya quedó probado (c. 13). Dios, por lo tanto, quiere necesariamente ser.

Toda perfección y bondad de las criaturas está en Dios esencialmente, como ya se ha dicho (c. 28). Pero amar a Dios es la perfección más excelsa de la criatura racional, pues este amor le une en cierto modo a Dios. Se encuentra, pues, esencialmente en Dios. Dios se quiere, por lo tanto, necesariamente. Y, en consecuencia, quiere ser.

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