CAPÍTULO LXXVIII
La voluntad divina se extiende a los bienes singulares
Lo dicho manifiesta también que no es necesario decir, para salvar la simplicidad divina, que Dios quiera los otros bienes en una cierta universalidad, es decir, en cuanto se quiere como principio de todos los bienes que pueden fluir de Él, y que no los quiere en particular. Efectivamente:
El querer es en atención a la relación existente entre el que quiere y la cosa querida. Ahora bien, la simplicidad divina no es obstáculo para que pueda ser relacionada con muchos seres, aun particulares, pues dícese que Dios es lo mejor y lo primero, incluso respecto de los singulares. Luego su simplicidad no es obstáculo para que quiera también los otros seres en especial o en particular.
La voluntad de Dios se relaciona con los otros seres en cuanto participan de bondad en virtud del orden que dicen a la bondad divina, que es para Dios la razón de querer. Pero no sólo universalmente, sino cada uno de los bienes en particular recibe de la bondad divina su propia bondad, como también el ser. Por tanto, la voluntad divina se extiende a cada bien singular.
Según el Filósofo, en el libro XI de los “Metafísicos”, hay en el universo un bien de orden doble: uno, según que todo el universo se ordena a lo que está fuera de él, como todo el ejército se ordena al general en jefe; y otro, según que las partes del universo se ordenan mutuamente como las partes del ejército. Este segundo orden está subordinado al primero Pues bien, Dios, queriéndose a sí mismo como fin, quiere las cosas que se ordenan a Él como tal, según ya se ha probado (c. 75). Quiere, por lo tanto, el bien de todo el universo en cuanto se ordena a El y el bien del universo ordenado en sus partes. Pero el bien del orden es resultado de bienes singulares. Quiere, por lo tanto, también los bienes singulares.
Si Dios no quiere los bienes singulares que componen el universo, el bien del orden en el universo es casual, pues es imposible que una parte del universo disponga todos los bienes particulares en orden, sino solamente la causa universal de todo el universo, que es Dios, y que obra por voluntad, como más adelante probaremos (l. 2, c. 23). Es imposible, por lo demás, que el orden del universo sea casual, porque se seguiría que con más razón serían casuales los bienes posteriores. Queda, por lo tanto, que Dios quiere los mismos bienes singulares.
El bien conocido, en cuanto tal, es querido. Pero Dios conoce los mismos bienes particulares. Quiere, pues, los bienes particulares.
Esta verdad se apoya en la autor, dad de la Sagrada Escritura, que nos muestra en el Génesis la complacencia de la voluntad divina en cada una de sus obras. Dice: “Y vio Dios ser buena la luz”. Y lo mismo dice de las otras obras. Finalmente, dice de todas juntas: “Vio Dios ser bueno cuanto había hecho”.
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