CAPÍTULO LXXVIII: Dios gobierna mediante las criaturas intelectuales a las demás

CAPÍTULO LXXVIII

Dios gobierna mediante las criaturas intelectuales a las demás

Correspondiendo a la divina providencia la conservación del orden en las cosas y correspondiendo al orden que lo ínfimo descienda gradualmente de lo supremo, es menester que la providencia divina llegue hasta lo más pequeño, guardando cierta proporción. Esta proporción consiste en que, así como las criaturas supremas están sujetas inmediatamente a Dios y son gobernadas por El mismo, de igual manera, las inferiores estén sometidas y gobernadas por sus superiores. Ahora bien, entre todas las criaturas, las superiores son las intelectuales, como consta por lo dicho (l. 2, c. 46). Luego el concepto de divina providencia exige que mediante las criaturas racionales sean gobernadas todas las demás.

Si una criatura cualquiera ejecuta el orden de la divina providencia, es porque participa de la virtud del primer providente; por ejemplo, el instrumento no puede mover si no participa de la virtud del agente principal. Así, pues, las que más participan de la virtud de la divina providencia ejecutan dicha providencia en las que menos la participan. Y es un hecho que las criaturas intelectuales la participan más que las otras, porque las criaturas racionales poseen los dos requisitos de la providencia, a saber, la disposición del orden, que se realiza por la virtud cognoscitiva, y la ejecución, que se hace por la operativa; por el contrario, las demás criaturas sólo poseen virtud operativa. Luego, bajo la providencia de Dios, las criaturas racionales gobiernan a las demás.

Dios da a un ser no sólo la virtud, sino también cuanto se precisa para obtener el efecto de la misma, porque para la buena disposición de todo se requiere que cada cual esté en relación con todo cuanto puede realizar naturalmente. Ahora bien, la virtud intelectiva es por naturaleza ordenadora y rectora; por eso vemos que, cuando se da una coincidencia, la virtud operativa sigue a lo que impera la intelectiva, como vemos que en el hombre se mueven los miembros al imperio de su voluntad. Y lo mismo sucede en relación con diversos sujetos; pues es conveniente que los hombres que destacan en virtud operativa sean dirigidos por los que sobresalen en virtud intelectiva. Por lo tanto, el concepto de providencia divina requiere que las criaturas racionales gobiernen a las demás.

Las virtudes particulares están dispuestas por naturaleza a ser movidas por las universales, como consta en las cosas naturales y artificiales. Y sabemos que la virtud intelectiva es más universal que cualquier otra virtud operativa, porque contiene las formas universales, mientras que la operativa sólo contiene la forma propia del que obra. Luego es preciso que las criaturas intelectuales muevan y gobiernen a las demás.

En todas las potencias ordenadas, la que mejor conoce el fin es la directora de las demás; por ejemplo, vemos en las artes que aquella que pretende el fin, que es la explicación del artificio, dirige y manda a la que realiza el artificio, como sucede con la de gobernar respecto a la de construir naves; y vemos también que la que introduce la forma manda a la que dispone la materia. Es así que los instrumentos son únicamente regidos, porque desconocen toda finalidad. Luego, como únicamente las criaturas intelectuales conocen la finalidad del orden de las criaturas, a ellas les corresponderá regir y gobernar a las demás.

Lo que es por sí es causa de aquello que es por otro. Pero, entre las criaturas, únicamente las intelectuales obran por sí mismas, en cuanto que por el libre albedrío son dueñas de sus propias acciones; sin embargo, las demás obran por necesidad natural, como movidas por otro. Por lo tanto, en virtud de su propia operación, las criaturas intelectuales mueven y rigen a las demás.

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