CAPÍTULO LXXVII
Los sacramentos pueden ser dispensados por ministros malos
Lo que llevamos dicho manifiesta que los ministros de la Iglesia reciben con el orden cierta potestad para dispensar los sacramentos a los fieles.
Lo que se adquiere para una cosa por medio de la consagración, permanece perpetuamente en ella; por eso nada consagrado se vuelve a consagrar. Luego la potestad de orden permanece perpetuamente en los ministros de la Iglesia, no desapareciendo por el pecado. Según esto, los sacramentos eclesiásticos pueden ser dispensados incluso por pecadores y malos, con tal de que estén ordenados.
Nadie puede Obrar sobre lo que excede sus facultades si para ello no recibe el poder de otro. Lo vemos tanto en las cosas naturales como en las civiles: el agua no puede calentar si no recibe del fuego tal virtud, y el simple habitante no puede mandar a los ciudadanos si el rey no le ha dado el poder. Mas cuanto se hace en los sacramentos excede la facultad humana, como consta por lo dicho (capítulo 74). Luego nadie, aun siendo bueno, puede conferir los sacramentos si no cuenta con facultad para ello. Pero a la bondad humana se oponen la maldad y el pecado. Luego quien está facultado, ni aun por el pecado está impedido de conferir al menos los sacramentos.
Se dice que el hombre es bueno o malo con relación a la virtud o al vicio, que son ciertos hábitos. El hábito y la potencia se diferencian en esto: por la potencia somos capaces de hacer algo; sin embargo, por el hábito no nos volvemos capaces o incapaces para hacer algo, sino hábiles o inhábiles para aquello que podemos hacer bien o mal. Luego por el hábito ni se nos da ni se nos quita el poder algo, pues lo que por él adquirimos es hacer bien o mal alguna cosa. Por lo tanto, no porque uno sea bueno o malo es capaz o incapaz de dispensar los sacramentos, sino idóneo o no idóneo para dispensarlos bien.
Lo que obra en virtud de otro asemeja el paciente no a sí, sino al agente principal; por ejemplo, la casa no se asemeja a los instrumentos usados por el artífice, sino a la forma artística de éste. Si, pues, los ministros de la Iglesia en relación con los sacramentos no obran en virtud propia, sino en virtud de Cristo, de quien dice San Juan: “Este es el que bautiza”, tales ministros obrarán como instrumentos, porque el ministro es como un “instrumento animado”. En consecuencia, la maldad de los ministros no es obstáculo para que los fieles alcancen la salud por los sacramentos.
Ningún hombre puede juzgar la bondad o maldad de otro, pues esto es privativo de Dios, que escudriña los secretos del corazón. Luego, si el efecto del sacramento pudiera ser impedido por la maldad del ministro, el hombre no podría estar seguro de su salvación ni su conciencia permanecería libre de pecado. Además, parece inconveniente que alguien deposite en un simple hombre la esperanza de su salvación, pues se dice: “Maldito el hombre que confía en el hombre.” Si, pues, el hombre no esperase alcanzar la salvación sino mediante los sacramentos dispensados por un ministro bueno, se pondría, al parecer, la esperanza de salvación de alguna manera en el hombre. Por lo tanto, para que depositemos en Cristo, que es Dios y hombre, la esperanza de nuestra salvación, se ha de creer que los sacramentos son saludables por virtud de Cristo, aunque sean dispensados por buenos o malos ministros.
Lo esclarece también el hecho de que el Señor nos enseña a obedecer incluso a los malos prelados, aunque no debamos imitar sus obras, pues dice San Mateo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras”. Ahora bien, con mayor razón debemos obedecer a quienes han recibido el ministerio por Cristo que a los que ocupaban la cátedra de Moisés. Luego se ha de obedecer también a los malos ministros. Lo cual no se haría de no permanecer en ellos la potestad del orden, que es el motivo de la obediencia. Incluso, pues, los malos tienen poder para dispensar los sacramentos.
Y con esto se excluye el error de algunos, que dicen que los buenos, sin excepción, pueden dispensar los sacramentos, pero los malos no.
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