CAPÍTULO LXXVII: La ejecución de la divina providencia se realiza mediante las causas segundas

CAPÍTULO LXXVII

La ejecución de la divina providencia se realiza mediante las causas segundas

Se ha de tener en cuenta que la providencia requiere dos cosas: la ordenación y la ejecución del orden. Lo primero se realiza mediante la facultad cognoscitiva; por eso quienes tienen un conocimiento más perfecto se llaman ordenadores de los demás, “pues el ordenar es propio del sabio”. Lo segundo se hace mediante la facultad operativa. Sin embargo, tal poder se realiza en ambas cosas de una manera contraria; pues la ordenación es tanto más perfecta cuanto a más detalles desciende, mientras que la ejecución de lo pequeño sólo requiere un poder pequeño en proporción con el efecto. Pero en Dios ambos requisitos son de suma perfección, pues goza de perfectísima sabiduría para ordenar y de perfectísimo poder para ejecutar. Según esto, es preciso que El mismo disponga con su sabiduría los distintos órdenes de cosas, incluso de las mínimas, y, no obstante, ejecute lo pequeño mediante otras virtudes inferiores, de que se vale para obrar, tal como hace la virtud universal y más elevada por mediación de la inferior y particular. Así, pues, es conveniente que haya agentes inferiores ejecutores de la divina providencia.

Hemos demostrado (c. 69 ss.) que la operación divina no excluye la de las causas segundas. Además, los efectos procedentes de las operaciones de las causas segundas están sujetos a la divina providencia, ya que Dios ordena por sí mismo lo singular, según se declaró (c. prec.). Luego las causas segundas son las ejecutoras de la divina providencia.

Cuanto más poderosa es la virtud de un agente, tanto más lejos llega su operación; por ejemplo, el fuego, cuanto mayor es su intensidad, tanto más lejos proyecta su calor. Sin embargo, esto no sucede en el agente que no obra por intermediario, porque la operación de uno recae sobre lo que está próximo a él. Por lo tanto, como la virtud de la divina providencia es la más poderosa, debe servirse de algunos medios para hacer llegar su operación a lo más distanciado.

A la dignidad de un regente corresponde el tener muchos ministros y diversos ejecutores de su gobierno, pues tanto más alto y grande se manifiesta su dominio cuantos más hombres ele diversas jerarquías están subordinados a él. No hay dignidad, sin embargo, que se pueda comparar con la dignidad del primer rector, Dios. Luego es conveniente que Él ejecute su providencia mediante las diversas jerarquías de agentes.

La conveniencia del orden muestra la perfección de la providencia, porque el orden es el efecto propio de la providencia. Y a la conveniencia del orden corresponde que no haya nada desordenado. Según esto, los descuidos de algunas cosas para con otras deben ser remediados por la divina providencia, pues lo exige su perfección. Y esto se realiza cuando provee a los necesitados de algún bien con el sobrante de los otros. Por lo tanto, como la perfección del universo requiere que unas cosas participen más que otras de la divina bondad, según se probó (l. 2, c. 45), la perfección de la providencia divina exige que los ejecutores del gobierno divino sean quienes más participan de su divina bondad.

El orden de las causas es más noble que el de los efectos, pues la causa es más poderosa que el efecto. Así, pues, el orden de causas muestra mejor la perfección de la providencia. Pero, si no existieran algunas causas medias ejecutaras de la divina providencia, no habría en las cosas un orden de causas, sino sólo de efectos. En consecuencia, la perfección de la providencia reclama la existencia de causas medias ejecutoras de la misma.

Por esta razón se dice en el salmo: “Bendecid al Señor, virtudes, sus ministros, que ejecutáis su voluntad”; y en otro: “El fuego, el granizo, la nieve, el espíritu de las tormentas, que ejecutan su palabra”.

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