CAPÍTULO LXXVI: Dios se quiere a sí mismo y a los otros seres con un solo acto de su voluntad

CAPÍTULO LXXVI

Dios se quiere a sí mismo y a los otros seres con un solo acto de su voluntad

Esto probado, síguese que Dios se quiere a sí mismo y a los otros seres con un solo acto de su voluntad. En efecto:

Toda potencia se vuelca en el objeto y en la razón formal de este objeto con una operación única, como vemos con una única mirada la luz y el color que se hace visible en acto por la luz. Cuando queremos algo exclusivamente en atención a un fin, esto que por tal fin deseamos halla en él la razón de su deseo; y así, el fin es a él lo que la razón formal al objeto y la luz al color. Como quiera, pues, que Dios quiere a los otros seres por sí mismo como por un fin, como ya se ha demostrado (c. 75), se quiere a sí mismo y a los otros seres con un solo acto de su voluntad.

Lo que es perfectamente conocido y deseado, conócese y se desea en todo su alcance. Pues bien, el fin encierra no sólo el deseo de sí mismo, sino también de cuanto se apetece en atención a él. Luego quien desea perfectamente un fin, deséalo de ambas maneras. Pero en Dios no hemos de admitir un acto por el que se quiera a sí mismo y no se quiera perfectamente, al no haber en Él nada imperfecto. En consecuencia, por cualquier acto que se quiera Dios a sí mismo, se quiere absolutamente y a los otros seres por Él, pues se ha probado (c. 75) que los seres distintos de Dl los quiere en cuanto se quiere a sí mismo. Queda, por lo tanto, que se quiere a sí mismo y a los otros seres, no con actos distintos, sino con un acto único.

Ha quedado ya puesto en claro (c. 57) que, al actuar la facultad cognoscitiva, el discurso se realiza conociendo separadamente los principios y llegando por ellos a las conclusiones, pues no habría discurso si, conociendo los principios, intuyésemos en ellos las conclusiones, como no lo hay cuando vemos algo en un espejo. Ahora bien, al tratarse de operaciones, hay en lo operativo y apetitivo la misma relación entre el fin y lo ordenado al fin que en lo especulativo entre los principios y las conclusiones; pues así como conocemos las conclusiones por los principios, así el fin provoca el apetito y la operación de lo que a él se ordena. Si alguno, pues, quisiera el fin y lo que a él se ordena separadamente, habría una especie de discurso en su voluntad. Pero esto en Dios es imposible, por estar fuera de todo movimiento. Queda, por lo tanto, que Dios quiérese a sí mismo y a los otros seres a la vez y con un solo acto de su voluntad.

Dios quiérese siempre a sí mismo. Si, pues, con un acto se quiere a sí mismo y con otro a los demás seres, se sigue que en Él hay a la vez dos actos de su voluntad. Pero esto es imposible, porque una potencia simple no puede realizar a la vez dos operaciones.

En todo acto voluntario, el objeto es al sujeto lo que el motor a lo movido. Si existe, pues, una acción de la voluntad divina por la que quiere a los otros seres, que sea distinta de la voluntad por la que se quiere a sí mismo, habrá en El algo extraño que mueva a la voluntad divina; y esto es imposible.

Quedó probado que el querer divino es su ser (c. 73). Pero en Dios no hay más de un ser. Luego no tiene más de un querer.

El querer conviene a Dios por ser inteligente. Luego, de la misma manera que se conoce a sí mismo y a los otros seres por un solo acto, en cuanto su especie es el ejemplar de todo ser, asá también se quiere a sí mismo y a los otros seres por un solo acto, en cuanto su bondad es razón de toda bondad.

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