CAPÍTULO LXXV: Respuesta a los argumentos que parecen probar la unidad del entendimiento posible

CAPÍTULO LXXV

Respuesta a los argumentos que parecen probar la unidad del entendimiento posible

Para probar la unidad del entendimiento posible se aducen algunas razones, cuya ineficacia es necesario manifestar.

1. Parece que toda forma, que es una específicamente y se multiplica numéricamente, se individualice por la materia; porque las cosas, que son unas específicamente y muchas numéricamente, convienen en la forma y se distinguen según la materia. Luego si el entendimiento posible está multiplicado numéricamente en los distintos hombres, como es uno específicamente, deberá individualizarse en éste y en aquél según la materia. Pero no por su propia materia, porque entonces su recepción sería del mismo género que la recepción de la materia prima, y recibiría formas individuales; cosa contraria a la naturaleza de dicho entendimiento. Luego la única solución es que se individualice por la materia corporal del hombre, de la que es forma. Y como toda forma individualizada por la materia que actúa es forma material, será necesario que el ser de una cosa cualquiera dependa de aquello que le da la individualización; porque, así como los principios comunes son de la esencia de la especie, así los principios individuantes son de la esencia de tal individuo. De esto se sigue que el entendimiento posible es una forma material, y nada recibe ni ejecuta, por consiguiente, sin órgano corporal. Cosa contraria también a la naturaleza del entendimiento posible. Luego el entendimiento posible, no se multiplica en los distintos hombres, sino que es uno para todos.

2. Si el entendimiento posible fuese uno en éste y otro en aquel hombre, la especie entendida debería ser numéricamente una en éste y otra en aquél, aunque específicamente fuese una en ambos; porque como el sujeto propio de las especies entendidas en acto es el entendimiento posible, será necesario que, multiplicado el entendimiento posible, se multipliquen las especies inteligibles numéricamente en tantos cuantos lo poseen. Es así que las especies o formas, que son unas específicamente y diversas numéricamente, son formas individuales y no pueden ser formas inteligibles, porque las cosas inteligibles son universales y no particulares. Luego es imposible que el entendimiento posible esté multiplicado en los distintos individuos humanos. Debe ser, pues, uno en todos.

3. El maestro transfunde en el discípulo la ciencia que posee, que puede ser numéricamente la misma o numéricamente diversa, pero no específicamente. Lo segundo parece imposible, porque en ese caso el maestro causaría su ciencia en el discípulo del mismo modo que causa su forma al engendrar a otro semejante a él en la especie; lo cual parece pertenecer a los agentes materiales. Luego es necesario que cause en el discípulo la misma ciencia numéricamente. Esto no podría ser si cada uno de ellos tuviese un encendimiento posible. Luego es necesario que el entendimiento posible sea uno para todos los hombres.

Así como esta opinión que acabamos de exponer no es verdadera, según se demostró (c. 73), así también las razones dadas para confirmarla fácilmente se refutan.

(Contestación.) A la 1. Afirmamos que el entendimiento posible, específicamente uno en los distintos hombres, se multiplica, no obstante, numéricamente; pero con tal de que esto no sirva de base para decir que las partes del hombre no se colocan en cuanto tales en un género o en una especie, sino solamente en cuanto son principios del todo. Como tampoco se sigue que sea forma material dependiente del cuerpo en cuanto al ser. Porque, así como al alma humana, en razón de su especie, le compete unirse a tal cuerpo específicamente, así esta alma se diferencia de la otra sólo numéricamente, en cuanto está dispuesta para otro cuerpo numérico. Y de este modo se individualizan las almas humanas, y, en consecuencia, el encendimiento posible, que es potencia del alma, en atención a los cuerpos que informan, y no porque los cuerpos causen tal individuación.

A la 2. La segunda razón de Averroes falla al no tener en cuenta la distinción entre lo que se entiende y el medio de entender. Pues la especie recibida en el entendimiento posible no se considera como lo que se entiende. Porque, como las cosas que se entienden son todas las artes y ciencias, seguiríase que todas las ciencias trataran de las especies existentes en el entendimiento posible. Lo cual es evidentemente falso, porque, exceptuadas la lógica y la metafísica, las demás ciencias no se ocupan de esto. No obstante, por ellas se conocen cuantas cosas hay en las demás ciencias. Luego la especie inteligible está en el entendimiento posible como medio para entender y no como objeto de intelección; así, la especie de color en el ojo no es “lo que” vemos, sino “por lo que” vemos. En realidad, lo que se entiende es la razón misma de las cosas existentes fuera del alma; así como, por ejemplo, con la vista se ven las cosas existentes fuera del alma. Porque las ciencias y las artes se inventaron para conocerlas cosas existentes en sus propias naturalezas.

Y, sin embargo, no es necesario que, porque las ciencias versan sobre los universales, que éstas estén fuera del alma con subsistencia propia, como afirmó Platón. Porque, aunque para el conocimiento de una cosa sea necesario que el concepto corresponda a la misma, no es necesario, sin embargo, que la cosa y su concepto tengan idéntico modo de ser. Pues vemos que cosas realmente unidas, a veces, se conocen separadamente. Por ejemplo, una cosa es simultáneamente blanca y dulce; no obstante, la vista conoce sólo la blancura, y el gusto, sólo su dulzor. Del mismo modo, el entendimiento conoce la línea existente en la materia sensible, prescindiendo de tal materia, aunque también la puede conocer juntamente con la materia. Y esta diversidad obedece a la diversidad de especies inteligibles recibidas en el entendimiento, las cuales son unas veces solamente semejanza de la cantidad, y otras, sin embargo, de la substancia sensible cuenta. E igualmente, aunque la naturaleza del género o de la especie nunca esté sino en determinados individuos, el entendimiento, sin embargo, la conoce prescindiendo de dichos principios individuantes. Y esto es conocer los universales.

Esto evidencia la no repugnancia de estas dos proposiciones: que los universales no subsisten fuera del alma y que el entendimiento, conociendo los universales, conozca o entienda las cesas que están fuera del alma. Ahora bien, que el entendimiento conozca la naturaleza del género y de la especie, desnuda de sus principios individuantes, ello previene de la condición de la especie inteligible en él recibida, que ha s do inmaterializada por el entendimiento agente, como abstraída de la materia y de las condiciones de la materia, por las que el ser se individualiza. Por eso las potencias sensitivas no Pueden conocer los universales, porque no pueden recibir forma alguna inmaterial, pues siempre reciben en órgano corpóreo.

Luego no debe ser una numéricamente la especie inteligible de este ser inteligente y la de aquel otro, porque de esto se seguiría un solo entender numéricamente para éste y para el otro, ya que la operación procede de la forma, que es principio de especificación. Porque, para que lo entendido sea uno, es necesario que la semejanza sea única. Y esto es posible si las espacies inteligibles son numéricamente diversas pues no hay inconveniente para que de una sola cosa se hagan varias imágenes diferentes, lo que da lugar a que un solo hombre sea visto por varios. Luego para el conocimiento universal del entendimiento no repugna que haya diversas especies inteligibles en los diversos hombres.

Y por esto tampoco es necesario que, si las especies inteligibles son varias numéricamente y de la misma especie, que no sean inteligibles en acto, sino solamente en potencia, como las otras cosas individuales. Puesto que no hay contradicción entre lo que es ser individual y lo que es ser inteligible en acto, será, en consecuencia, necesario decir que tanto el entendimiento posible como el agente, supuesta la existencia de ciertas substancias separadas por sí subsistentes y no unidas al cuerpo, son individuales y, sin embargo, inteligibles en acto. Pero lo que repugna a la inteligibilidad es la materialidad; prueba de ello es que, para que las formas de las cosas materiales se hagan inteligibles en acto, deben ser abstraídas de la materia. Y, por lo tanto, en aquellos seres en que la individuación se hace por la materia concretada, las formas individuadas no son inteligibles en acto. Ahora, si la individuación no se hace por la materia no hay inconveniente para que la; cosas que son individuales sean inteligibles en acto. Es así que las especies inteligibles se individualizan por su sujeto, que es el entendimiento posible, y como ellas todas las otras formas. Luego, como el entendimiento posible no es material, no impide que las especies individualizadas por él sean inteligibles en acto.

Además, en las cosas sensibles, así como no son inteligibles en acto los individuos que son muchos en una especie, por ejemplo, los caballos o los hombres, así tampoco lo son los individuos que son únicos en su especie, como este sol y esta luna. Y como de esta manera se individualizan las especies por el entendimiento posible, bien sean muchos entendimientos posibles o bien uno solo -aunque sea otro el modo de multiplicarse en la misma especie-, en consecuencia, nada importa que el entendimiento posible sea uno en muchos o, por el contrario, haya muchos entendimientos, para que las especies recibidas en el entendimiento posible sean inteligibles en acto.

El entendimiento posible, según el citado Comentador, ocupa el último lugar en el orden de las substancias inteligibles, que en realidad son muchas, según él. Y no puede decirse sin que algunas de las substancias superiores tengan conocimiento de lo que el entendimiento posible conoce, puesto que en los motores de los mundos, como él mismo dice, están las formas de las cosas producidas por el movimiento del orbe. Todavía, pues, podría concluirse que, aunque el entendimiento posible sea uno, las formas inteligibles se multiplicarían en los diversos entendimientos.

Mas aunque dijimos que la especie inteligible recibida en el entendimiento posible no es “lo que” se conoce, sino “por lo que” conocemos, sin embargo, esto no impide en modo alguno que por cierta reflexión el entendimiento se conozca a sí mismo e igualmente su entender y la especie mediante la cual entiende. Mas su entender conócelo de dos maneras: primero, de manera particular, y así conoce su entender actualmente; segundo, de manera universal, en cuanto reflexiona sobre la naturaleza de su propio acto. Por lo cual conoce también de dos maneras su entender y la especie inteligible: primero, percatándose de que existe y tiene especie inteligible, que es conocer particularmente; y segundo, considerando su naturaleza y la de la especie inteligible, que es conocer universalmente. Desde este punto de vista estudian las ciencias el entendimiento y lo inteligible.

A la 3. Y por estas cosas que acabamos de decir aparece ya la solución de la tercera dificultad. Cuando dice (Averroes) que la ciencia es una numéricamente en el maestro y en el discípulo, en parte tiene razón y en parte, sin embargo, no. Pues la ciencia es una numéricamente en cuanto a lo que se aprende, y, sin embargo, no lo es en cuanto a las especies inteligibles mediante las cuales se aprende, como tampoco en cuanto al hábito de la ciencia. Porque no es necesario que el maestro cause la ciencia en el discípulo del mismo modo que el fuego engendra el fuego. Porque la generación natural de las cosas no es idéntica a la generación artística. En realidad, el fuego engendra el fuego naturalmente, reduciendo la materia, que esta en potencia, al acto de su propia forma; sin embargo, el maestro causa la ciencia en el discípulo de manera artificial A esto se ordena el arte demostrativa que Aristóteles expone en los “Posteriores”, porque la demostración es “un silogismo que hace saber”.

Debe tenerse presente que, como enseña Aristóteles en el VII de los Metafísicos”, hay ciertas artes en cuya materia no se halla ningún principio agente para producir el efecto artístico, como sucede con la arquitectura, pues no hay ni en las maderas ni en las piedras una fuerza activa que mueva a la construcción de la casa, sino solamente una disposición pasiva. No obstante, hay un arte en cuya materia existe cierto principio activo que mueve a la producción del efecto del arte, y tal es la medicina, porque en el cuerpo enfermo hay cierto principio activo para la salud. En consecuencia, el efecto artístico del primer género jamás lo produce la naturaleza, pues siempre es causado por el arte; por ejemplo, toda casa es producto del arte. Sin embargo, el efecto del arte del segundo género es fruto del arte y también de la naturaleza sin el arte; porque muchos, por obra de la naturaleza, sin el arte médica, recobran la salud. Además, en todo lo que puede ser hecho por el arte o por la naturaleza, “el arte imita la naturaleza”. Por ejemplo, si uno enferma a causa del frío, sánale la naturaleza calentándole; por eso el médico, si ha de curarle, le sana calentándole. Pues tal como éste es el arte de enseñar. Porque en quien es enseñado hay un principio activo para la ciencia, o sea, el entendimiento, y, además, aquellas cosas que se entienden naturalmente, como son los primeros principios. Por tanto, la ciencia se adquiere de dos maneras: bien sin enseñanza, por propia invención, o bien por la enseñanza. Luego quien enseña empieza a enseñar del mismo modo que descubre quien empieza a descubrir, o sea, presentando a la consideración del discípulo los principios que éste conoce, porque “toda disciplina parte de un conocimiento previo”, y sacando de ellos las conclusiones y proponiéndole ejemplos sensibles, por cuyo medio se formen en el alma del discípulo los fantasmas necesarios para entender. Y como la operación exterior del que enseña nada produciría si no existiese en nosotros un principio intrínseco de ciencia, que divinamente nos ha sido infundido, por eso dicen los teólogos que “el hombre enseña prestando su ayuda, y Dios, sin embargo, obrando interiormente”, tal como el médico, que, al sanar, se llama “ministro de la naturaleza”. Luego así causa el maestro la ciencia en el discípulo, no en virtud de una acción natural, sino por un medio artificial, como ya se ha dicho.

Por lo tanto, como el citado Comentador afirme que el hábito de las ciencias está, como en su sujeto, en el entendimiento pasivo, la unidad del entendimiento posible no es obstáculo para que la ciencia del maestro y del discípulo sea una numéricamente. Y como consta que el entendimiento pasivo no es el mismo en los diversos hombres, pues es potencia material, esta razón en nada favorece su propia opinión.

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