CAPÍTULO LXXIX
Dios quiere lo que aun no existe
Como el querer supone una relación entre el ser que quiere y lo querido, puede parecer a alguien que Dios no quiere más que lo que real mente existe, porque dos cosas relativas deben existir a la vez, y la desaparición de una entraña la desaparición de la otra, como enseña el Filósofo. Si, pues, el querer exige una relación entre el sujeto que quiere y el objeto querido, nadie puede querer sino lo que realmente existe.
Además, se dice voluntad, respecto de los objetos queridos, como se dice causa y creador. Pero no puede afirmarse que Dios es Creador, Señor o Padre, sino de lo que existe realmente. Luego no es posible decir que quiere sino lo que realmente existe.
Si el querer de Dios es, como su ser, invariable, y no quiere sino lo que realmente existe, podremos concluir también que nada quiere que no exista siempre.
A esto responden algunos que las cosas que no existen en sí mismas existen en Dios y en su entendimiento. Y así, nada se opone a que Dios quiera, como existentes en Él, las cosas que no existen en sí mismas.
Mas esta contestación no es suficiente. Se dice que un sujeto quiere algo cuando su voluntad se vuelve al objeto querido. Si, pues, la voluntad divina no se inclina al objeto querido, que no existe sino en cuanto es en Él o en su entendimiento, se seguiría que Dios no lo quiere sino en cuanto quiere que esté en Él o en su entendimiento. Y esto no es lo que intentan decir, sino que Dios quiere que existan en sí mismos los seres que no existen realmente.
Además, si la relación que hay entre la voluntad y la cosa querida es por su objeto, que es el bien conocido, y el entendimiento conoce no sólo el bien que existe en él, sino también el que existe en la propia naturaleza, la voluntad se relacionará con el objeto querido, no sólo como existente en el cognoscente, sino también como existente en sí mismo.
Contestemos, pues, que, puesto que el bien aprehendido mueve a la voluntad, el acto mismo de la voluntad ha de seguir a la condición de la aprehensión, de la misma manera que los movimientos de los seres movidos siguen a las condiciones del moviente causa del movimiento. Pero la relación del sujeto que aprehende con el objeto aprehendido es consiguiente a la aprehensión misma, pues por la acción de aprehenderlo es como el sujeto se relaciona con el objeto. Y el sujeto aprehendente no capta el objeto sólo como existente en él, sino como existente en su misma naturaleza, pues no sólo sabemos que conocernos una cosa, que es precisamente existir en el entendimiento, sino también que ella existe, existió o existirá en su propia naturaleza. Y aunque en este momento la cosa no existe sino en el entendimiento, la relación consiguiente a la aprehensión se establece con ella, no como existe en el cognoscente, sino como es la propia naturaleza captada por el sujeto.
Por lo tanto, hay una relación entre la voluntad divina y la cosa que no existe actualmente, en cuanto ella existe en su naturaleza propia por algún tiempo, y no sólo en cuanto existe en Dios, que lo conoce. Quiere, pues, Dios que lo que ahora no existe exista en algún tiempo, y no lo quiere solamente en cuanto lo conoce.
La relación que existe entre el sujeto que quiere y el objeto querido no es igual que la que hay entre el creador y lo creado, el hacedor y lo hecho, el Señor y la criatura a Él sujeta. El querer es una acción inmanente, que no fuerza a suponer algo existente fuera. En cambio, el hacer, crear y gobernar indican una acción determinada a un efecto, sin cuya existencia no puede concebirse una acción de este género.
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