CAPÍTULO LXXII: La divina providencia no excluye la contingencia de las cosas

CAPÍTULO LXXII

La divina providencia no excluye la contingencia de las cosas

Así como la divina providencia no excluye totalmente el mal de las cosas, del mismo modo tampoco excluye la contingencia ni les impone la necesidad.

Se ha demostrado ya (c. 69 ss.) que la operación con que la divina providencia obra en las cosas no excluye a las causas segundas, sino que se cumple por ellas en cuanto obran por virtud de Dios. Mas algunos efectos se llaman necesarios o contingentes por razón de sus causas próximas, pero no por razón de las remotas; pues la fructificación de la planta es un efecto contingente en virtud de su causa próxima, que es la fuerza generativa, que puede ser impedida y fallar; aunque la causa remota, es decir, el sol, sea una causa que obra necesariamente. Luego, como entre las causas próximas hay muchas que pueden fallar, los efectos sujetos a la divina providencia no serán todos necesarios, sino que muchos son contingentes.

Corresponde a la divina providencia el completar todos los grados posibles de entes, como consta por lo dicho (c. prec.). Ahora bien, el ente se divide en contingente y necesario, y esta división del ente es esencial. Luego, si a providencia divina suprimiera toda contingencia, no se conservarían todos los grados de entes.

Cuanto más cerca están las cosas de Dios, tanto más participan de su misma semejanza; y cuanto más distantes, tanto más fallan en asemejarse a Él. Sin embargo, las cosas más próximas a Dios son inmóviles en absoluto, a saber, las substancias separadas, que son las más semejantes a Dios, que es absolutamente inmóvil. Y las más próximas a éstas, y que son movidas inmediatamente por éstas, que siempre se conservan de la misma manera, tienen cierta especie de inmovilidad, consistente en que siempre se amueven del mismo modo, como los cuerpos celestes. Síguese, pues, que las que van detrás de éstas y son movidas por ellas, distan mucho de la inmovilidad de Dios, y por eso no siempre se mueven del mismo modo. Y en esto se nos muestra la hermosura del orden. Pero todo lo necesario, en cuanto tal, siempre se ha de la misma manera. Según esto, se opondría a la providencia divina, a la cual corresponde establecer y conservar el orden en las cosas, el que todo sobreviniera necesariamente.

Lo que tiene existencia necesaria existe siempre. Pero ningún ser corruptible existe siempre. Luego, si fuera una exigencia de la divina providencia que todo fuese necesario, no habría ningún ser corruptible en la creación y, en consecuencia, ni tampoco generable. Y así serían suprimidas todas las cosas generables y corruptibles. Lo cual destruye la perfección del universo.

En todo movimiento hay cierta especie de generación y corrupción, pues en todo lo que se mueve hay algo que comienza a existir y algo que deja de existir. Por lo tanto, si al suprimir la contingencia de las cosas desapareciera toda generación y corrupción, según hemos demostrado, resultaría que desaparecerían a la vez el movimiento y las cosas móviles.

La debilitación de la potencia de j una substancia y su impedimento por parte de un agente contrario proviene de un cambio de la misma. Si, pues, la providencia divina no obstaculiza el movimiento de las cosas, tampoco serán evitados ni la debilitación de sus propias potencias ni el impedimento que les ocasionen agentes contrarios. Pero resulta que, a causa de la debilitación o impedimento de la potencia, una cosa natural no obra siempre de la misma manera, pues en ocasiones falla en aquello que le compete según su propia naturaleza, resultando de aquí que los efectos naturales no provienen necesariamente. Luego no corresponde a la divina providencia el imponer la necesidad a las cosas gobernadas.

En todo aquello que está regido debidamente por la providencia no debe haber nada en vano. Según esto, como vemos que hay algunas causas contingentes, por el hecho de que pueden ser impedidas para que no produzcan sus efectos, es evidente que sería contra la razón de providencia que todo sucediera necesariamente. Luego la divina providencia no impone la necesidad a las cosas excluyendo totalmente la contingencia.

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