CAPÍTULO LXXII: El alma está toda en todo el cuerpo y toda en cualquiera de sus partes

CAPÍTULO LXXII

El alma está toda en todo el cuerpo y toda en cualquiera de sus partes

Por la misma razón puede demostrarse que el alma está toda en todo el cuerpo y toda en cada una de sus partes.

Es necesario que el acto propio esté en su propio perfectible. El alma es el acto del “cuerpo orgánico”, y no de un solo órgano. Luego está en todo el cuerpo -y no en una parte solamente- según su esencia, por cuya virtud es forma del cuerpo.

Pero en tanto es forma de todo el cuerpo en cuanto lo es también de cada una de sus partes. Porque, si fuera forma del todo y no de las partes, no sería forma substancial de tal cuerpo; así, la forma de una casa, que es forma del todo y no de cada una de sus partes, es forma accidental. Además, que el alma sea forma substancial del todo y de las partes se demuestra por el hecho de que tanto el todo como las partes reciben del alma la especie. Luego, faltando el alma, ni el todo ni las partes conservan la especie; pues el ojo y la carne de un muerto no se dicen sino equívocamente. Ahora bien, si el alma es el acto de cada una de las partes y el acto está en aquel a quien pertenece, síguese que el alma está en cualquier parte del cuerpo en razón de su propia esencia.

Y que esté toda es evidente. Como el todo se dice con relación a las partes, será necesario tomarlo en tantas acepciones diversas en cuantas se tomen las partes. La parte puede tomarse en dos sentidos: en el primero, cuando se divide una cosa cuantitativamente, por ejemplo, cuando decimos que lo bicúbico es parte de lo tricúbico; en el segundo, cuando se divide una cosa en atención a sus componentes esenciales, y de este modo la materia y la forma se llaman partes del compuesto. Luego el todo puede considerarse según la cantidad y según la perfección de la esencia. Ahora bien, el todo y la parte, según la cantidad, no convienen a las formas sino accidentalmente, o sea, en cuanto que se dividen por la división de un sujeto cuanto. Sin embargo, el todo o la parte, según la perfección esencial, conviene a las formas esencialmente. Hablando, pues, de esta totalidad esencial privativa de las formas, vemos que cualquier forma está toda en el todo y toda en cada una de sus partes; así, por ejemplo, la blancura, que, según su integridad esencial, está toda en todo el cuerpo, se halla también en cualquiera de sus partes. Lo contrario sucedería si se tratara de la totalidad que se atribuye accidentalmente a las formas, porque entonces no podríamos decir que toda la blancura está en cada parte. Si hay, pues, alguna forma que no se divida por la división del sujeto, como son las almas de los animales perfectos, no será necesaria la 1 distinción, pues a tales formas sólo les conviene una totalidad; y deberá afirmarse en absoluto que está toda en cualquier parte del cuerpo. Esto fácilmente lo comprende quien sabe t que el alma es indivisible, pero no a la manera del punto; y que lo incorpóreo se une a lo corpóreo no del mismo modo que se unen entre sí los cuerpos, como ya se expuso (c. 56).

Tampoco hay inconveniente para que el alma, siendo una forma simple, sea acto de partes tan diversas. Porque la materia se adapta a cualquier forma según la propia conveniencia de la forma. Porque cuanto más noble y simple es una forma, tanto mayor es su poder. Por eso, el alma, que es la más noble de las formas inferiores, aunque substancialmente es simple, es, no obstante, múltiple en potencia y capaz de muchas operaciones. De ahí que necesite para ejercer sus operaciones de órganos diversos, cuyos actos propios son las diversas potencias del alma: así, la vista es el acto propio del ojo, y la audición, de los oídos; y lo mismo de los otros sentidos. Por eso los animales perfectos tienen gran diversidad de órganos, y las plantas, pequeña.

Con ocasión de esto, algunos filósofos dijeron que el alma estaba en determinada parte del cuerpo. Por ejemplo, el mismo Aristóteles, en el libro “Sobre la causa del movimiento en los animales”, dice que está en el corazón, en atención a que alguna de sus potencias atribúyese a esta parte del cuerpo. Porque la fuerza motriz, de la cual trataba Aristóteles en aquel libro, está principalmente en el corazón, por el que el alma difunde a todo el cuerpo el movimiento y sus consiguientes operaciones.

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