CAPÍTULO LXXI: La divina providencia no excluye totalmente de las cosas el mal

CAPÍTULO LXXI

La divina providencia no excluye totalmente de las cosas el mal

Esto manifiesta que la divina providencia, al gobernar las cosas, no excluye de las mismas la corrupción, ni el defecto, ni el m

Pues el gobierno divino, que Dios ejerce sobre las cosas, no excluye la operación de las causas segundas, como ya se demostró (c. 69 ss.). Se da el defecto en el efecto de la causa segunda por defecto de la misma, sin que por ello se encuentre en el agente primero: como cuando en el efecto de un artífice que domina perfectamente el arte se da un defecto porque el instrumento es defectuoso, y como le sobreviene la cojera a un hambre cuya fuerza motriz es vigorosa, no por falta de dicha fuerza, sino por tener la pierna encurvada. Luego el hecho de que aparezca algún defecto o algún mal en los seres actuados y gobernados por Dios obedece a que esos agentes secundarios son defectuosos, aunque en El no se dé ningún defecto.

No se daría la bondad perfecta en las cosas creadas de no existir en ellas un orden de bondad, a saber, que hace a unas mejores que las otras; porque no se cumplirían todos los grados posibles de bondad, ni criatura alguna se asemejaría a Dios por su eminencia sobre otra. Además, suprimiendo la ordenación de las cosas distintas y dispares, desaparecería también el sumo esplendor del orden. Y, lo que es más, suprimida la desigualdad en bondad, desaparecería la multitud de cosas, pues unas cosas son mejores que otras por las diferencias que las separan entre sí; como es mejor lo animado que lo inanimado y lo racional que lo irracional. Y así, si en las cosas hubiese una igualdad absoluta, sólo habría un bien creado; lo cual deroga evidentemente la perfección de la criatura. Además, el grado superior de bondad consiste en que algo sea bueno de tal manera que no pueda perder la bondad; sin embargo, el inferior es aquel en que la bondad puede fallar. Luego el universo precisa de ambos grados de bondad. Pero a la providencia del gobernante corresponde conservar la perfección en las cosas gobernadas y no el disminuirla. Por lo tanto, no corresponde a la providencia divina el excluir totalmente de las cosas la posibilidad de fallar en el bien. Mas el efecto de esta posibilidad es el mal, porque lo que puede fallar falla alguna vez. Además, el mismo defecto de bien es también un mal; según se demostró (c. 7). Luego no corresponde a la providencia divina el suprimir totalmente de las cosas el mal.

Lo mejor de cualquier gobierno es que todas las cosas gobernadas sean atendidas en atención a su modo de ser, pues en esto consiste la justicia del régimen. Según esto, así como sería contra la razón del régimen humano que el gobernador de la ciudad impidiese a los hombres el ejercicio de sus propios oficios -a no ser circunstancialmente, por alguna necesidad-, del mismo modo sería contra la razón del régimen divino el no dejar que las cosas creadas obren en conformidad con su propia naturaleza. Pero, al obrar las criaturas de esta manera, síguese la corrupción y el mal en las cosas, puesto que unas corrompen a las otras por la contrariedad y oposición que existe entre ellas. Por lo tanto, no corresponde a la providencia divina el suprimir totalmente de las cosas gobernadas el mal.

Es imposible que un agente produzca un mal como no sea intentando un bien, según consta por lo anterior (cc. 3, 4). Ahora bien, a la providencia divina, que es la causa de todo bien, no le corresponde suprimir en las cosas creadas y de un modo general la intención de cualquier bien, pues tal medida suprimiría muchos bienes en el universo creado; por ejemplo, si al fuego se le quitara la finalidad de engendrar algo semejante a sí, de lo cual resulta un mal, que es la corrupción de las cosas combustibles, se suprimiría a la vez un bien, que es la generación del fuego y la conservación del mismo dentro de su propia especie. Luego no corresponde a la divina providencia el suprimir totalmente de las cosas el mal.

Hay muchos bienes en las cosas que no tendrían lugar si los males no existieran; por ejemplo, no existiría la paciencia de los justos sin la malignidad de los perseguidores; ni habría lugar para la justicia vindicativa de no existir los delitos; e incluso en las cosas naturales no habría generación de uno si no existiera la corrupción de otro. Luego, si la divina providencia excluyera totalmente el mal del universo creado, sería preciso disminuir la cantidad de bienes. Cosa que no debe hacerse, porque más poderoso es el bien en la bondad que el mal en la maldad, como consta por lo dicho (cc. 11, 12). Por lo tanto, la divina providencia no debe suprimir totalmente de las cosas el mal.

El bien del toldo es más excelente que el bien de la parte. Según esto, corresponde al prudente gobernador descuidar algún defecto parcial para aumentar, en consecuencia, la bondad del todo: tal como el artífice esconde bajo tierra los cimientos para dar estabilidad a la casa. Pero si se suprimiera el mal de algunas partes del universo, se perdería mucho de su perfección, porque su belleza se nos muestra por la ordenada conjunción de males y de bienes, ya que los males provienen cuando fallan los bienes y, esto no obstante, su resultado es la aparición de muchos bienes por la providencia del gobernador: tal como la interposición de silencios hace placentera la melodía. Por lo tanto, la divina providencia no debió excluir el mal de las cosas.

Las cosas, y principalmente las inferiores, se ordenan al bien del hombre como a su fin. Pero, si en ellas no hubiera mal alguno, disminuiría considerablemente el bien del hombre en cuanto al conocimiento y también en cuanto al deseo y amor del bien. Pues el bien se conoce mejor si lo comparamos con el mal, y, cuando sufrimos algunos males, deseamos con mas ardor los bienes; tal como los enfermos conocen perfectamente qué buena sea la salud, puesto que la desean con más ardor que los sanos. Luego no corresponde a la divina providencia suprimir totalmente de las cosas el mal.

Por esto se dice en Isaías: “El que hace la paz y crea el mal”. Y en Amós: “No hay mal en la ciudad que no lo haga Dios”.

Y con esto se rechaza el error de algunos, quienes, al ver sucederse los males en el mundo, negaban la existencia de Dios. Así Boecio, en el I de la “Consolación”, cita a cierto filósofo que preguntaba: “Si Dios existe, ) de dónde el mal?” Sin embargo, se debería argüir al revés: “Si el mal existe, Dios existe”. Pues el mal no existiría si desapareciese el orden del bien, cuya privación es el mal. Y tal orden no existiría si Dios no existiera.

Y con lo expuesto no se les ofrece ocasión de errar a aquellos que negaban que la providencia divina se extienda hasta las cosas corruptibles, porque veían que a tales cosas les sobrevienen muchos males; y decían que a la providencia divina sólo están sujetas las cosas incorruptibles, en las cuales ni hay defecto ni se encuentra mal alguno.

Y se evita también la oportunidad de errar a los maniqueos, quienes pusieron dos principios agentes, uno bueno y otro malo, como si el mal no pudiera tener cabida bajo la providencia del Dios bueno.

Y, al mismo tiempo, se soluciona la duda de algunos, a saber: )las acciones malas proceden acaso de Dios? Parque, habiendo declarado (capítulo 66 ss.) que todo agente produce su acción en cuanto que obra por virtud divina, y por esto Dios es causa de todos los efectos y acciones, y, además, que el mal y el defecto ocurren en las cosas gobernadas por la divina providencia (cf. supra), dada la condición de las causas segundas -en las cuales cabe defecto-, es evidente, en consecuencia, que las acciones malas, en cuanto deficientes, no proceden de Dios, sino de sus causas próximas, que fallan; sin embargo, en cuanto a lo que tienen de actividad y de entidad es preciso que procedan de Dios, tal como la cojera, que, en lo que tiene de movimiento, procede de la fuerza motriz, mas en lo que tiene de defectuoso procede de la encorvadura de la pierna.

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Comments 1

  1. Al comienzo del capítulo sobre si la providencia divina excluye de las cosas totalmente el mal, en suma contra Gentiles… Libro 3…cap 71…hay un error de redacción: la palabra mal está incompleta… Dice literalmente :
    “Esto manifiesta que la divina providencia, al gobernar las cosas, no excluye de las mismas la corrupción, ni el defecto, ni el m”

    http://santotomasdeaquino.verboencarnado.net/capitulo-lxxi-la-divina-providencia-no-excluye-totalmente-de-las-cosas-el-mal/

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