CAPÍTULO LXXI: El hombre que peca después de recibir la gracia sacramental, puede convertirse mediante la gracia

CAPÍTULO LXXI

El hombre que peca después de recibir la gracia sacramental, puede convertirse mediante la gracia

Una consecuencia clara de lo anterior es que el hombre que cae en pecado después de recibir la gracia sacramental, puede rehacerse de nuevo a la gracia.

Como ya se demostró (c. prec.), mientras vivimos en el mundo, la voluntad es mudable respecto al vicio y a la virtud. Luego, así Como el hombre puede pecar después de recibir la gracia, así también puede volver del pecado a la virtud, como consta.

También es claro que el bien es más poderoso que el mal, porque “el mal no obra sino en virtud del bien”, como antes se demostró en el libro tercero (cc. 8, 9). Luego, si la voluntad humana se aparta del estado de gracia por el pecado, con mayor razón puede alejarse del pecado por la gracia.

Además, la inmutabilidad de la voluntad no compete a ningún viador. Es así que el hombre, mientras vive aquí, está en camino hacia el último fin. Luego su voluntad no está inmutablemente en el mal, de modo que no pueda volver al bien por la gracia.

También es cierto que uno puede librarse por la gracia sacramental de los pecados cometidos antes de recibir dicha gracia, pues dice el Apóstol: “Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, etc., poseerán el reino de Dios. Y algunos erais esto, pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios”. Es claro también que la gracia sacramental no disminuye el bien natural, sino que lo aumenta. Pero al bien natural pertenece el reducir del pecado al estado de justicia, porque la potencia para el bien es ya un cierto bien. Luego, si acontece que el hombre peque después de recibir a gracia, aun podrá, volver al estado de justicia.

Además, si los que pecan después del bautismo no pueden volver a la gracia, se les quita la esperanza de salvación. Mas la desesperación es el camino para pecar libremente, porque se dice de algunos que, “desesperados, se entregaron a la lascivia, cometiendo ávidamente todo género de impureza y de avaricia”. Luego es peligrosísima esta opinión, que lanza a los hombres en este gran pozo de inmundicias.

Se demostró antes (c. prec.) que la gracia sacramental no hace al hombre impecable. Luego, si, pecando después de recibir la gracia sacramental, no pudiese volver al estado de justicia, sería peligroso recibir los sacramentos. Pero hay inconveniente en admitirlo por el hecho de que a los que pecan después de recibir los sacramentos no se les niega el volver a justificarse.

Lo confirma incluso la autoridad de la Sagrada Escritura. Pues se dice: “Hijitos míos, os escribo para que no pequéis. Pero, si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, justo. Él es la propiciación por nuestros pecados”. Y es evidente que estas palabras iban dirigidas a los fieles ya bautizados. San Pablo, hablando de un fornicario corintio, escribe: “Bástele a ése la corrección de tantos, pues casi habíamos de perdonarle y consolarle”. Y más abajo dice: “Ahora me alegro, no porque os entristecisteis, sino porque os entristecisteis para penitencia”. También se dice en Jeremías: “Tú, pues, que con tantos amadores fornicaste, podrás volver a mí, dice el Señor”. Y en los Trenos: “Conviértenos a ti ¡oh Yavé!, y nos convertiremos. Danos todavía días como los antiguos”. Todo lo cual demuestra que, si los fieles hubieran caído después de la gracia, de nuevo tienen franca la vuelta a la salvación.

Con esto se rechaza el error de los novacianos, quienes negaban la indulgencia a los que pecaban después del bautismo.

E invocaban como fundamento de su error estas palabras de la epístola a los Hebreos: “Porque quienes, una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, gustaron la dulzura de la palabra de Dios y los prodigios del siglo venidero y cayeron en la apostasía, es imposible que sean renovados otra vez a penitencia”.

Pero lo que se añade luego demuestra en qué sentido lo dijo el Apóstol: “Y de nuevo crucifiquen para sí mismos al Hijo de Dios y le expongan a la afrenta”. Luego, por idéntica razón, quienes cayeron después de recibir la gracia no pueden nuevamente restablecerse por la penitencia, porque el Hijo de Dios no ha de ser crucificado otra vez. Por lo tanto, se niega aquella renovación en la penitencia por la que el hombre se crucifica juntamente con Cristo. Lo que en verdad acontece en el bautismo. Pues se dice: “Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados para participar en su muerte”. Luego, así como Cristo no ha de ser crucificado otra vez, quien peca después del bautismo no ha de ser bautizado nuevamente. Puede, sin embargo, convertirse otra vez a la gracia por la penitencia. Por eso el Apóstol ni dijo que sea imposible a quienes han caído una vez restablecerse y convertirse de nuevo a la penitencia, sino que es imposible que sean “renovados”, lo cual suele atribuirse al bautismo, como está claro en la epístola a Tito: “Según su misericordia nos salvó mediante el lavatorio de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo”.

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