CAPÍTULO LXX: Cómo un mismo efecto procede de Dios y, a la vez, de la naturaleza agente

CAPÍTULO LXX

Cómo un mismo efecto procede de Dios y, a la vez, de la naturaleza agente

Algunos encuentran dificultad para comprender cómo se atribuyen los efectos naturales conjuntamente a Dios y a la naturaleza agente.

Porque, al parecer, de dos agentes no puede resultar una sola acción. Luego, si la acción con que se produce un efecto natural procede de un cuerpo natural, no procederá de Dios.

Lo que puede hacerse por uno solo es superfluo que lo hagan muchos, pues vemos que la naturaleza no hace con dos instrumentos lo que puede hacer con uno solo. Según esto, siendo la virtud divina capaz de producir los efectos naturales, es superfluo añadir para la producción de los mismos las virtudes de la naturaleza, o, si éstas son capaces de producir sus propios efectos, también es superfluo que obre Dios para producirlos.

Si Dios produce el efecto natural en su totalidad, al agente natural no le queda nada que producir. Por lo tanto, no parece posible que Dios produzca los mismos efectos que las cosas naturales producen.

Estas cosas no importan dificultad alguna si se considera lo que ya hemos expuesto. Pues en todo agente se deben considerar dos cosas, o sea, la cosa tal que obra y la virtud por que obra, como el fuego calienta por el calor. Ahora bien, la virtud del agente inferior depende de la virtud del superior, puesto que el superior le da la virtud con que aquél obra, o se la conserva, o la aplica para obrar, como aplica el artífice el instrumento para el propio efecto; el cual, sin embargo, no le da al instrumento la forma por la que obra ni se la conserva, sino que le da solamente el movimiento. Luego es preciso que la acción del agente inferior no sólo proceda de él como resultado de su propia virtud, sino también como resultado de la virtud de todos los agentes superiores, pues obra en virtud de todos ellos. Y así como el agente ínfimo tiene actividad inmediata, así también el agente primero tiene virtud inmediata para producir el efecto, pues el agente ínfimo no tiene de sí virtud para producir tal efecto, porque la recibe del superior, y éste la tiene de otro superior; y así vernos que la virtud del agente supremo produce de sí el efecto, como si fuera causa inmediata, tal como sucede con los principios de la demostración, de los cuales el primero es inmediato. Por lo tanto, así como no hay inconveniente para que una acción sea producida por un agente y su virtud, tampoco lo hay para que un mismo efecto sea producido por Dios y por el agente inferior; por ambos inmediatamente, aunque de manera diferente.

Y, al mismo tiempo, se ve que, aunque una cosa natural produzca su propio efecto, no es superfluo que Dios lo produzca también, porque la cosa natural no lo produce si no cuenta con la virtud divina.

Tampoco es superfluo que, pudiendo Dios producir por sí mismo todos los efectos naturales, los produzca mediante algunas otras causas. Pues ello es efecto, no de la insuficiencia de la virtud divina, sino de la inmensidad de la bondad de Dios, por la cual quiso comunicar su semejanza a las cosas no sólo para que existieran, sino también para que fueran causas de otras cosas; pues de estas dos maneras consiguen las criaturas la divina semejanza, según se demostró antes (cc. 20, 21). -Esto hace patente, a la vez, el esplendor del orden que reina en las cosas creadas.

Es también manifiesto que un mismo efecto no se atribuye a la causa natural y a la virtud divina de manera que una parte la haga Dios y la otra el agente natural, sino que cada uno lo realiza totalmente, aunque de diferente modo; igual que un mismo efecto se atribuye en su totalidad al instrumento y al agente principal.

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