CAPÍTULO LXVIII: Dios está en todo lugar

CAPÍTULO LXVIII

Dios está en todo lugar

Por esto se ve que Dios ha de estar necesariamente en todo lugar y en todas las cosas.

Es preciso que el motor y lo movido se hallan simultáneamente, como lo prueba el Filósofo en el VII de los “Físicos”. Mas Dios mueve todas las cosas para sus propias operaciones, como se demostró (c. prec.). Luego está en todas las cosas.

Todo lo que está en el lugar o en una cosa cualquiera es contiguo de alguna manera a la misma, pues una cosa corpórea se encuentra en algo localmente mediante el contacto de la cantidad dimensiva; mas una cosa incorpórea decimos que está en algo por contacto virtual, pues carece de cantidad dimensiva. Luego tina cosa incorpórea, para estar en algo por su propia virtud, se encuentra en la misma situación que la cosa corpórea está en algo por la cantidad dimensiva. Ahora bien, si hubiera un cuerpo que tuviese cantidad dimensiva infinita, sería preciso que se hallara en todo lugar. Según esto, si hay una cosa incorpórea que tenga virtud infinita, deberá estar en todas 1 partes. Demostramos en el primer libro que Dios tiene infinita virtud (capítulo 43). Está, pues, en todo lugar.

Tal como se encuentra la causa particular respecto al efecto particular, así se halla también la causa universal respecto al efecto universal. Pero es preciso que la causa particular se encuentre simultáneamente con el propio efecto particular, así como el fuego calienta por su esencia y el alma por su esencia vivifica al cuerpo. Luego, siendo Dios causa universal de todo el ser, como se demostró en el libro segundo (c. 15), es preciso que doquier se halle el ser, allí esté Dios presente.

Doquier esté un agente solamente presente a uno de sus efectos, su acción no puede pasar a los otros si él no media, porque el agente y el paciente deben estar simultáneamente; por ejemplo, la fuerza motriz no mueve a los otros miembros si no interviene el corazón. Luego si Dios estuviera presente solamente a uno de sus efectos, por ejemplo, al primer móvil, que es movido inmediatamente por Él, resultaría que su acción no podría pasar a los demás sin mediar éste. Cosa que no conviene, porque, si la acción de algún agente no puede pasar a los otros sin mediar un primero, es preciso que éste corresponda proporcionalmente al agente teniendo todo su poder, pues de lo contrario el agente no podría valerse de codo su poder; como vemos que todos los movimientos que puede producir la fuerza motriz puede realizarlos por su cuenta el corazón. Pero no hay criatura alguna que pueda realizarla cuanto es capaz la virtud divina, pues ésta excede infinitamente a toda cosa creada, como consta por lo que se demostró en el libro primero (l. c.). Luego no conviene decir que la acción divina no se extiende a lo demás si no media un primero. Por lo tanto, está presente no en uno de sus efectos, sino en todos. -En el mismo motivo se apoyaría quien dijese que Dios está en algunos, pero no en todos, porque, sumando cuantos divinos efectos se quiera, no podrán realizar suficientemente cuanto alcanza la virtud divina.

Es necesario que la causa agente se encuentre simultáneamente con su efecto próximo e inmediato. Mas en toda cosa hay algún efecto próximo e inmediato del mismo Dios, porque, según demostramos en el libro segundo (c. 21), el crear es exclusivo de Dios. Y en cada una de las cosas hay algo causado por creación; en efecto, en las cosas corporales, la materia prima, y en las cosas incorpóreas, sus simples esencias, como consta por lo que establecimos en el libro segundo (c. 15 ss.). Es, pues, preciso que Dios esté presente en todas las cosas, sobre todo porque, habiéndolas sacado del no ser al ser, las conserva siempre e invariablemente en la existencia, según se vio (c. 65).

De aquí que en Jeremías se dice: “Yo lleno el cielo y la tierra”; y en el salmo: “Si escalo los cielos, allí te encuentras; si bajo a los abismos, allí estás”.

Y con esto se rechaza el error de algunos, que decían que Dios está en determinada parte del mundo, por ejemplo, en el primer cielo, y en su parte oriental, donde comienza el movimiento celeste. Afirmación que podría sostenerse tomándola en buen sentido, es decir, no entendiendo que Dios está encerrado en alguna parte del mundo, sino interpretando que el principio de todos los movimientos corpóreos comienza, según el orden natural, en una parte determinada, siendo Dios quien mueve. Por este motivo se dice en la Sagrada Escritura de un modo especial que Dios está en el cielo, según aquello de Isaías: “El cielo es mi asiento”; y en el salmo: “El cielo del cielo para el Señor”, etc. -Pero por el hecho de que, fuera del orden natural, incluso en los cuerpos ínfimos produce Dios algo que no puede ser causado por virtud del cuerpo celeste, se demuestra claramente que Dios está presente inmediatamente no sólo al cuerpo celeste, sino también a las cosas más ínfimas.

Sin embargo, no se ha de juzgar que Dios está en todo lugar de modo que se divida conforme a los diferentes espacios, como si una parte suya estuviera aquí y la otra allá, sino que está todo en todas las partes. Porque, como es absolutamente simple, carece de partes.

Pero no es simple a la manera del punto, que es el término de lo continuo y, en consecuencia, ocupa en lo continuo un sitio determinado; por eso un punto no puede estar sino en un lugar indivisible. Pero Dios es indivisible, como existente totalmente fuera del género de lo continuo. Luego, por exigencia de su esencia, no está, determinado a lugar alguno, grande o pequeño, como si le conviniera estar en algún lugar, puesto que Él existió eternamente antes que todo lugar. Mas por la inmensidad de su poder alcanza lo que está en todos los lugares, pues es la causa universal del ser, como dijimos arriba. Así, pues, doquier está se halla totalmente, porque con su simple poder alcanza todas las cosas.

Sin embargo, no se ha de creer que está en las cosas como mezclado con ellas, pues se demostró en el libro primero (cc. 17, 27) que no es la materia ni la forma de ser alguno, sino que está en todas las cosas a modo de causa agente.

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