CAPÍTULO LXVIII: Dios conoce los movimientos de la voluntad

CAPÍTULO LXVIII

Dios conoce los movimientos de la voluntad

Ahora conviene demostrar que Dios conoce los pensamientos de las mentes y los deseos de los corazones. En efecto:

Se ha demostrado más atrás (c. 49) que Dios conoce todo lo que existe, de cualquier manera que sea, viendo su esencia. Ahora bien, existen algunos seres en el alma y otros fuera de ella. Por lo tanto, Dios conoce todas las diferencias de los seres y las que en ellas están contenidas. Como quiera que el ser que existe en el alma es el que existe en la voluntad o en el pensamiento, se sigue que Dios conoce lo que hay en el pensamiento y en la voluntad.

Dios conoce las criaturas por el conocimiento de su esencia, como se conocen los efectos por el conocimiento de la causa. Por lo tanto. Dios, conociendo su esencia, conoce todo aquello a que se extiende su causalidad, y ésta se extiende a las operaciones del entendimiento y de la voluntad. En efecto, como cada cosa obra en virtud de su forma, que le imprime su manera de ser, conviene que el principio fontal de todo ser, de quien procede también cualquier forma, sea principio de toda operación, porque los efectos de las causas segundas han de remontarse principalmente hasta las causas primeras. Dios, por lo tanto, conoce los pensamientos y las afecciones de la mente.

Como el ser de Dios es el primer ser y, por consiguiente, causa de todo otro ser, así su operación intelectual es la primera y causa, por consiguiente, de toda otra operación intelectual. Por lo tanto, así como conociendo su ser, conoce también el ser de cada cosa, así conociendo su entender y querer, conoce todo pensamiento y volición.

Se ha puesto ya en claro (c. 66) que Dios conoce las cosas no sólo en sí mismas, sino también en sus causas, como quiera que conoce la relación de la causa a su efecto. Pero las obras de arte están en los artistas por su entendimiento y voluntad, como las cosas naturales están en sus causas por las virtudes de las causas pues así como las cosas naturales producen efectos semejantes sí por sus virtudes, activas, así el artista por el entendimiento infunde en la obra la forma por la cual se asemeja a su arte. Y semejante razón vale para todas aquellas cosas que se hacen a propósito. Dios conoce, por lo tanto, los pensamientos y voliciones.

Dios no conoce menos las substancias inteligibles que lo que El o nosotros conocemos las sensibles, ya que las substancias intelectuales son más inteligibles por ser más en acto. Ahora bien, Dios y también nosotros conocemos las informaciones e inclinaciones de las substancias sensibles. Como quiera, pues, que el pensamiento del alma se realiza por una información de la misma, y la afección es una cierta inclinación del alma a algo -pues llamamos apetito natural la misma inclinación natural de la cosa-, queda probado que Dios conoce los pensamientos y deseos de los corazones.

Esta doctrina se confirma con el testimonio de la Sagrada Escritura, pues se dice en el Salmo: “Dios escrutador de los corazones y de los riñones”; y yen los Proverbios: “Están delante de Dios el infierno y la perdición, cuánto más los corazones de los hombres”; y en San Juan: “Él conocía lo que había en el hombre”.

Se ha de notar que el dominio que ejerce la voluntad sobre sus actos, y que le da el poder de querer o no querer, excluye la determinación de la virtud a una cosa y la violencia de la causa exterior. Sin embargo, no excluye la influencia de la causa superior, de quien ella recibe su ser y su obrar. Y, por consiguiente, existe siempre la causalidad de la causa primera, que es Dios, respecto de los movimientos de la voluntad; y conociéndose Dios a sí mismo, puede conocer semejantes movimientos.

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