CAPÍTULO LXVIII: De qué modo la substancia intelectual puede ser forma del cuerpo

CAPÍTULO LXVIII

De qué modo la substancia intelectual puede ser forma del cuerpo

Por las razones expuestas podemos concluir que la substancia intelectual puede unirse al cuerpo como forma.

Porque, si la substancia intelectual no se une al cuerpo como motor solamente, como dijo Platón; ni se une a él mediante los fantasmas, como dijo Averroes, sino como forma; ni tampoco el entendimiento, con que el hombre entiende, es una preparación de la naturaleza humana, como dijo Alejandro; ni el temperamento, según Galeno, ni la armonía, según Empédocles; ni cuerpo, ni sentido, ni imaginación, como dijeron los antiguos, resta, pues, que el alma humana es una substancia intelectual unida al cuerpo como forma. Lo cual puede demostrarse de este modo:

Para que una cosa sea forma substancial de otra se requieren dos condiciones. De las cuales la primera es que la forma sea principio substancial de la existencia de aquello que informa; y digo principio, no factivo, sino formal, por el que una cosa existe y se denomina “ser”. De esto se deduce la segunda condición, a saber, que la forma y la materia convenga en un solo ser; cosa que no sucede con el principio efectivo y lo que de él recibe el ser. Y tal es el ser con que subsiste la substancia compuesta, que, constando de materia y forma, es una, no obstante, en cuanto al ser. Sin embargo, el que la substancia intelectual sea subsistente no le impide ser principio formal de la existencia de la materia, en cuanto comunica su ser a la materia. Porque no hay inconveniente para que el ser por el cual subsiste el compuesto sea el ser de la misma forma, pues el compuesto existe por la forma, y separados no pueden subsistir.

No obstante, se puede objetar que la substancia intelectual no puede comunicar su ser a la materia corporal, resultando de ello un solo ser para la substancia intelectual y para la materia corporal, porque a géneros diversos corresponden diversos modos de ser, y el ser más noble corresponde a la substancia más noble.

No habría inconveniente en afirmarlo si dicho ser fuera del mismo modo ser de la materia y de la substancia intelectual. Pero no sucede así. Porque es ser de la materia corporal como recipiente y sujeto para algo más elevado, y, por el contrario, de la substancia intelectual lo es como principio y en conformidad con su propia naturaleza. No existe, pues, impedimento para que la substancia intelectual, que es el alma humana, sea forma del cuerpo.

Y esto nos mueve a considerar la admirable concatenación de las cosas. Siempre está unido lo ínfimo del género supremo con lo supremo del género inferior. Así, algunas especies inferiores del género animal exceden en muy poco la vida de las plantas, por ejemplo, las ostras, que son inmóviles y sólo tienen tacto y a modo de plantas se agarran a la tierra. Por lo cual dice Dionisio que “la sabiduría divina unió los fines de las cosas superiores con los principios de las inferiores”. Lo cual da lugar a considerar lo supremo del género corpóreo, es decir, el cuerpo humano, armónicamente complexionado, el cual llega hasta lo ínfimo del género superior, o sea, el alma humana, que ocupa el último grado del género de las substancias intelectuales, como se ve por su manera de entender. Por eso se dice que el alma humana es como “horizonte” y “confín” entre lo corpóreo e incorpóreo, porque, aunque es substancia incorpórea, es, sin embargo, forma del cuerpo. Y no es menor la unidad resultante de la substancia intelectual y de la materia corporal que la unidad de la forma del fuego con su materia, sino mayor, porque cuanto más avasalla la forma a la materia, mayor unidad resulta de ambas.

Mas, aunque el ser de la forma y de la materia sea uno, no es necesario, sin embargo, que la materia se adecue siempre al ser de la forma. Antes bien, cuanto más noble es la forma tanto más sobrepasa en su ser a la materia. Como puede verse fijándose en las operaciones de las formas, por cuya consideración conocemos las naturalezas de las mismas, porque cada cual obra en conformidad con su ser. Luego la forma, cuya operación supera la condición de la materia, superará también por la dignidad de su propio ser a la materia.

Encontramos, en efecto, ciertas formas ínfimas incapaces de realizar otra operación que aquella que las cualidades dispositivas de la materia alcanzan, como lo cálido, lo frío, lo húmedo y lo seco, lo raro, lo denso, lo pesado y leve y otros parecidos, como las formas de los elementos. Luego estas formas son totalmente materiales y totalmente inmersas en la materia.

Sobre éstas están las formas de los cuerpos mixtos, que, aunque no sobrepasen las operaciones de las citadas cualidades, producen, sin embargo, a las veces aquellos efectos por un poder superior, conforme con su especie, recibido de los cuerpos celestes. Así, el imán atrae al hierro.

Y sobre éstas hay algunas formas cuyas operaciones se extienden a ciertos efectos que exceden el poder de dichas cualidades, sirviéndoles, sin embargo, éstas orgánicamente para sus operaciones. Tales son las almas de las plantas, las cuales se asemejan en poder no sólo a los cuerpos celestes, rebasando las cualidades activas y pasivas, sino también a los motores de éstos, en cuanto son principio de movimiento para los seres vivientes que se mueven a sí mismos.

Sobre estas formas encuéntranse otras semejantes a las substancias superiores no sólo en moverse, sino también, de algún modo, en el conocer; y, aunque son capaces para las operaciones que ni orgánicamente pueden realizar las predichas cualidades, precisan, no obstante, de un órgano corpóreo para ejecutarlas. Tales son las almas de los animales brutos. Porque sentir e imaginar no se realizan calentando o refrigerando, aunque ambas cosas sean necesarias para la buena disposición del órgano.

Y sobre todas estas formas hay una semejante a las substancias superiores incluso en cuanto al género de conocimiento, que es el entender; y, en consecuencia, es capaz de la operación que se realiza plenamente sin órgano corpóreo. Esta es el alma intelectiva, porque el entender no se ejecuta con órgano corporal. Por eso es necesario que aquel principio por el que el hombre entiende, que es el alma intelectiva y excede la condición de la materia corporal, no esté totalmente sujeto a la materia ni inmerso en ella, como las otras formas materiales. Lo que manifiesta su operación intelectual, para la cual no comunica con la materia corporal. Sin embargo, como el entender del alma humana precisa de potencias que obran mediante órganos corpóreos, es decir, de la imaginación y del sentido, por esto mismo se comprende que naturalmente se une al cuerpo para completar la especie humana.

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