CAPÍTULO LXVI: Solución a lo que se objetaba por parte de la acción y de la pasión

CAPÍTULO LXVI

Solución a lo que se objetaba por parte de la acción y de la pasión

Consideradas estas cosas, han de examinarse las que pertenecen a la cuarta dificultad (cf. c. 62, 4, a dif.). Y sobre ésta hay algo que puede solucionarse fácilmente y algo que en realidad presenta mayor dificultad.

Pues el aparecer en este sacramento las mismas acciones que antes aparecían en la substancia del pan y del vino, a saber, que inmuten el sentido de la misma manera que alteren el aire circundante igualmente o cualquier otra cosa por causa del olor o del color, es bastante explicable en conformidad con lo ya dicho. Pues dijimos (cc. 65, 63) que en este sacramento permanecen los accidentes del pan y del vino, entre los que hay cualidades sensibles que son los principios de tales acciones.

Por otra parte, respecto de algunas pasiones, por ejemplo, las que resultan de las alteraciones de estos accidentes, no aparece ninguna gran dificultad, contando con lo que ya dijimos. Pues como ya anticipamos que algunos accidentes se fundan en las dimensiones como en un sujeto, igualmente puede considerarse que la alteración de otros accidentes tiene lugar sobre ese mismo sujeto, como si estuviese allí la substancia; por ejemplo, si el vino fuera calentado o enfriado, o cambiara de gusto, o algo semejante.

Pero la mayor dificultad que se presenta es sobre la generación y corrupción que parecen suceder en este sacramento. Pues si alguno tomara en gran cantidad este alimento sacramental, podría sustentarse e incluso embriagarse con el vino, según lo que dice el Apóstol: “Uno pasa hambre, otro está, ebrio”; cosa que no podría suceder si de este sacramento no se engendrase carne y sangre; pues el alimento se convierte en substancia del alimentado -aunque digan algunos que el hombre no puede alimentarse con este alimento sacramental, sino sólo confortarse y recrearse, como se conforta con el olor del vino; pero, en realidad, este vigor puede ser momentáneo, pues no es suficiente para sustentar a un hombre que estuviera mucho tiempo sin comer-. Sin embargo, se comprobaría fácilmente por experiencia que el hombre podría sustentarse par mucho tiempo con el alimento sacramental.

También es de admirar por qué niegan que el hombre pueda alimentarse con este alimento sacramental, rechazando que pueda convertirse en carne y en sangre; como salte a la vista que, cuando se pudre o se quema, se convierte en otra substancia, a saber, ceniza o polvo.

Lo cual parece ciertamente difícil, pues no es posible, al parecer, que de los accidentes resulte una substancia, ni es lícito creer que la substancia del cuerpo de Cristo, que es impasible, se convierta en otra.

Y si alguien quiere decir que, así como el pan se convierte milagrosamente en el cuerpo de Cristo, así también los accidentes se convierten milagrosamente en una substancia: en primer lugar, no parece compatible con el milagro que este sacramento se pudra o se disuelva por combustión; además, porque tanto la putrefacción como la combustión suelen ocurrir naturalmente en este sacramento, lo cual no cabe en lo que se realiza milagrosamente.

Y para descartar esta duda, se inventó una célebre opinión, que muchos sostienen. Pues dicen que cuando acontece que este sacramento se convierte en carne o en sangre mediante la nutrición, o en ceniza por la combustión o la putrefacción, no se convierten los accidentes en substancia, ni la substancia del cuerpo de Cristo, sino que vuelve la substancia de pan que había antes, por milagro divino, y de ella nacen aquellas cosas en que vemos se convierte este sacramento.

Pero esto, ciertamente, de ningún modo puede sostenerse. Pues se demostró antes (c. 63) que la substancia del pan se convierte en la substancia del cuerpo de Cristo. Ahora bien, lo que se convierte en otro no puede volver, como no sea en el caso de que el otro vuelva a convertirse en él. Luego, si la substancia del pan vuelve a aparecer, se sigue que la substancia del cuerpo de Cristo se vuelva a convertir en pan. Lo que es absurdo. Además, si la substancia del pan vuelve, es necesario que vuelva a las especies de pan que permanecen o a las que ya están destruidas. Por cierto, permaneciendo las especies de pan, la substancia de pan no puede volver, porque, mientras aquéllas permanecen, permanece bajo las mismas a la substancia del cuerpo de Cristo. Se seguiría, pues, que allí estarían juntamente la substancia del pan y la substancia del cuerpo de Cristo. Y del mismo modo, tampoco la substancia del pan puede volver habiéndose corrompido las especies de pan, ya porque la substancia de pan no existe sin sus especies propias, ya porque, destruidas as especies de pan, se ha engendrado otra substancia, para cuya generación se suponía la vuelta de la substancia del pan.

Luego parece mejor decir que, en la misma consagración, así como la substancia del pan se convierte milagrosamente en el cuerpo de Cristo, así también se concede milagrosamente a los accidentes que subsistan, que es cosa propia de la substancia; y, por consiguiente, que puedan hacer y padecer todas las cosas que podría hacer y padecer la substancia de estar presente allí. Luego sin un nuevo milagro pueden no sólo embriagar y nutrir, sino también quemarse y pudrirse, de la misma manera y dentro del mismo orden como si la substancia del pan y del vino estuvieran presentes.

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