CAPÍTULO LXIII: Razones de los que quieren substraer a Dios el conocimiento de los seres particulares

CAPÍTULO LXIII

Razones de los que quieren substraer a Dios el conocimiento de los seres particulares

Hay algunos que se esfuerzan por substraer a la perfección del conocimiento divino la noción de los singulares. Y para ello aducen siete razones.

La primera se apoya en la condición misma de la singularidad. Como quiera que el principio de la singularidad sea una materia determinada, si todo conocimiento se realiza por asimilación, parece imposible que una virtud inmaterial conozca lo singular. Por esto, en nosotros, solamente captan lo singular las potencias que usan de órganos materiales, como la imaginación, los sentidos y otros semejantes. En cambio, nuestro entendimiento, por ser inmaterial, no conoce lo singular. Mucho menos lo conocerá el entendimiento divino, que es lo más alejado de la materia. Y, por consiguiente, es claro que Dios no puede de ningún modo conocer lo singular.

La segunda es porque lo singular no existe siempre. Ahora bien, o Dios lo conoce siempre, o unas veces lo conoce y otras no. Lo primero es imposible, porque no puede haber ciencia de lo que no es, ya que la ciencia es de la verdad, y lo que no es no puede ser verdad. Tampoco es posible lo segundo, porque se ha demostrado ya que l conocimiento divino es invariable (c. 45).

La tercera razón parte de que no es necesaria la existencia de todos los seres singulares, sino que algunos son contingentes. Y de éstos no puede tenerse un conocimiento cierto sino cuando existen. En efecto, el conocimiento cierto es infalible. Y, en cambio, todo conocimiento de lo contingente, por ser futuro, es falible, pues podría suceder muy bien lo contrario de lo que se conoce; y si esto no es posible, lo contingente sería ya necesario. No podemos por esto tener ciencia de los futuros contingentes, sino una cierta estimación conjetural. Por otra parte, es necesario admitir que todo conocimiento de Dios es cierto e infalible, como ya hemos probado (c. 61). Además, también se ha demostrado la imposibilidad de que Dios comience a conocer de nuevo (c. 45), por su inmutabilidad. Por consiguiente, de todo esto se deduce que Dios no conoce lo singular contingente.

La cuarta razón se apoya en que la voluntad es causa de algunos singulares. Y el efecto antes de existir no puede ser conocido sino en su causa; sólo así puede existir antes que comience a existir en sí mismo. Ahora bien, nadie puede conocer con certeza los movimientos de la voluntad, sino el sujeto bajo cuya potestad están. Parece, pues, imposible que Dios tenga conocimiento eterno de los singulares, que tienen por causa la voluntad.

La quinta proviene de la infinitud de los singulares. En efecto, “lo infinito en cuanto tal es desconocido”, porque todo lo que se conoce es medido, en cierto modo, por la comprensión del sujeto cognoscente, ya que la medición no es más que una certificación de lo medido. Por esto, todo arte rechaza lo infinito. Ahora bien, los singulares son infinitos, al menos en potencia. Parece imposible, por lo tanto, que Dios conozca los singulares.

La sexta razón se basa en la vileza de los singulares. Como quiera que la nobleza de una ciencia proviene de la nobleza de su objeto, parece lógico que también la vileza del objeto influya en la vileza de la ciencia. Pero el entendimiento divino es nobilísimo. Su nobleza, por lo tanto, no permite que Dios conozca ciertos singulares vilísimos.

La séptima, en fin, se apoya en la malicia que se encuentra en ciertos singulares. Como lo conocido está de alguna manera en el cognoscente, y en Dios no puede haber mal, parece seguirse que Dios no conoce en absoluto el mal y la privación, que es cognoscible solamente por un entendimiento potencial, ya que la privación no puede estar más que en potencia. Y, consiguientemente, se deduce que Dios no tiene conocimiento de los seres singulares, en los cuales se halla el mal y la privación.

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