CAPÍTULO LXI
Dios es la verdad más pura
Esto probado, es evidente que en Dios está la verdad pura, a la cual no alcanza la falsedad o el engaño. En efecto:
La verdad es incompatible con la falsedad, como la blancura con lo negro. Ahora bien, Dios no sólo es verdadero, sino la verdad misma. Luego en El no puede haber falsedad.
El entendimiento no se engaña en el conocimiento de la quididad, como tampoco el sentido respecto del sensible propio. Ahora bien, se ha de mostrado que todo el conocimiento del entendimiento divino es a modo del entendimiento que conoce h quididad (c. 58). Es imposible, por lo tanto, que haya en el conocimiento divino error o falsedad.
El entendimiento no yerra en los primeros principios, pero si algunas veces en las conclusiones a que se llega discurriendo sobre los primeros principios. Ahora bien, el entendimiento divino no es raciocinativo o discursivo. Ni hay, por lo tanto, en él falsedad o engaño.
Cuanto más alta es una facultad cognoscitiva, tanto más universal es su objeto propio y abarca más cosas en sí; por esto, lo que la vista conoce accidentalmente, el sentido común o la imaginación lo captan como contenido en su objeto propio. Pero el poder del entendimiento divino está en el grado más alto del conocer. Luego todos los objetos cognoscibles son para Él como objetos propios, conocidos por sí y no accidentalmente. Ahora bien, en tales objetos la facultad cognoscitiva no yerra. Por lo tanto, el entendimiento divino no puede errar en ningún objeto.
La virtud intelectual es una perfección del entendimiento en el acto de conocer, y por ella el entendimiento no dice la falsedad, sino la verdad; pues decir la verdad es un acto bueno del entendimiento, y es propio de la virtud hacer el acto bueno. Pero l entendimiento divino por su naturaleza es más perfecto que el humano por el hábito de la virtud, pues se halla en la cúspide de la perfección. Luego queda probado que en el entendimiento divino no puede haber falsedad.
La ciencia del entendimiento humano es causada, en cierto modo, por las cosas; de donde los objetos son la medida de la ciencia humana, y por esto es verdadero lo que afirma el entendimiento, porque las cosas son así, y no al contrario. Ahora bien, el entendimiento divino es causa de las cosas por su ciencia. Su ciencia es, pues, necesariamente la medida de las cosas, como el arte es medida de los objetos artificiales, los cuales son perfectos en cuanto concuerdan con él. Por lo tanto, la comparación del entendimiento divino a las cosas es tal cual la comparación de las cosas al entendimiento humano. Ahora bien, la falsedad proveniente de la inecuación del entendimiento humano y la cosa no está en las cosas, sino en el entendimiento. Luego, si no hubiera entera adecuación del entendimiento divino respecto de las cosas, la falsedad estaría en las cosas y no en el entendimiento divino. Pero tampoco hay falsedad en las cosas, porque tienen de verdad cuanto tienen de ser. No hay, pues, inecuación entre el entendimiento divino y las cosas, ni hay, por lo tanto, en el entendimiento divino falsedad alguna.
De la misma manera que la verdad es el bien del entendimiento, la falsedad es su mal, pues naturalmente deseamos conocer la verdad y huimos de caer en la falsedad. Ahora bien, en Dios es imposible el mal (c. 39). Por lo tanto, en El no puede haber falsedad.
Por esto se dice en la Epístola a los Romanos: “Dios es veraz”; y en los Números: “No es Dios como l hombre para que mienta”; y en la I Epístola de San Juan: “Dios es luz y en El no hay tiniebla alguna”.
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