CAPÍTULO LVIII: Uno puede ver a Dios más perfectamente que otro

CAPÍTULO LVIII

Uno puede ver a Dios más perfectamente que otro

Como la modalidad de operación responde a la forma, que es principio de operación, y la luz mencionada es para el entendimiento creado como un principio para ver la substancia divina (c. 53), es necesario que, según la modalidad de esta luz, sea también la de la visión. Mas es posible que haya diversos grados de participar esta luz, de modo que uno puede ser iluminado por ella más perfectamente que otro. Luego es posible que uno vea a Dios más perfectamente que otro, aunque ambos vean su divina substancia.

En todo género en que hay algo sumo, que excede a todo lo demás, ha de haber lo más y lo menos en relación con la proximidad o distancia de aquél, como hay cosas que son más o menos cálidas según su proximidad mayor o menor al fuego, que es lo mas cálido Dios ve perfectísimamente su propia substancia, puesto que solamente Él la comprende, como antes se demostró (c. 55). Luego, entre los que le ven, uno ve más que otro la substancia divina según que está más o menos cerca de Él.

La luz de gloria eleva a la visión divina, porque es cierta semejanza del entendimiento divino, según dijimos (c. 53). Pero la semejanza con Dios es mayor o menor. Luego es posible que alguien vea más o menos perfectamente la substancia divina.

Como el fin responde proporcionalmente a lo que se ordena a él, es preciso que así como algunas cosas se disponen al fin de diverso modo, así también participen diversamente de él. Ahora bien, la visión de la substancia divina es el fin último de toda substancia intelectual, según consta (capítulo 50). Pero las substancias intelectuales no todas se disponen de la misma manera al fin, pues unas tienen mayor virtud que otras, y la virtud es el camino para la felicidad. Luego ha de haber diversidad de grados en la visión de Dios, viendo unos más perfectamente que otros la substancia divina.

Por eso, para designar esta diferencia de felicidad, dice el Señor en San Juan: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas”.

Y con esto se rechaza el error de quienes decían que todos los premios son iguales.

Así como por la modalidad de visión parecen los diversos grados de gloria en los bienaventurados, así también por parte de lo que se ve aparece la misma gloria, pues la felicidad de cada cual consiste en ver la substancia de Dios, como se probó. Luego una misma cosa es la que hace a todos bienaventurados; pero no todos reciben de olla una bienaventuranza igual.

Luego no está reñido con lo dicho lo que enseña el Señor: que a todos cuantos trabajaron en la viña, aunque no trabajaran igual, se les retribuyó con un premio idéntico, o sea, un denario; porque lo que a todos se da como premio para ver y gozar, es idéntico, o sea. Dios.

Se ha de tener en cuenta, además, que el orden de los movimientos corporales y espirituales es en cierto modo contrario. Pues el primer sujeto de todos los movimientos corporales es idéntico numéricamente, pero los fines son diversos. Sin embargo, en los movimientos espirituales, o sea, las aprehensiones del entendimiento y de la voluntad, los primeros sujetos son diversos, pero el fin es idéntico numéricamente.

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