CAPÍTULO LVIII
La nutritiva, la sensitiva y la intelectiva no son tres almas en el hombre
Con las razones anteriores, siguiendo la opinión de Platón, puede dificultarse cuanto pertenece al presente intento. Pues dice Platón que en nosotros no son la misma alma la intelectiva, la nutritiva y la sensitiva. Deduciendo de esto que, aunque el alma sensitiva sea la forma del cuerpo, no convendrá por ello decir que alguna substancia intelectual pueda ser forma del cuerpo.
Mas la imposibilidad de esto se demuestra del modo siguiente: Las cosas que se atribuyen a un mismo sujeto en razón de diversas formas, se predican alternativamente de un modo accidental, pues se dice “blanco” de un “músico” accidentalmente, porque en Sócrates se hallan la blancura y la música. Si, pues, el alma intelectiva, nutritiva y sensitiva son en nosotros diversas virtudes o formas, las cosas que por razón de estas formas nos convengan se predicarán las unas de las otras accidentalmente. Pero, como según el alma intelectiva nos llamamos “hombres”, según la sensitiva “animales” y según la nutritiva “vivientes”, los siguientes predicados serán accidentales: “el hombre es animal” o “el animal es viviente”. Es así que esto es esencial, pues el hombre, en cuanto hombre, es animal, y el animal, en cuanto animal, es viviente. Luego por un solo principio uno es hombre, animal y viviente.
Mas si se dijere que, aun supuesta la existencia de las diversas almas ya mencionadas, no se sigue que las anteriores predicaciones sean accidentales, puesto que tales almas guardan entre sí cierto orden, nuevamente se rechaza; pues de lo sensitivo a lo intelectivo y de lo nutritivo a lo sensitivo hay el mismo orden que de la potencia al acto, porque en la generación lo intelectivo es posterior a lo sensitivo, y lo sensitivo a lo nutritivo; pues en la generación primero es el animal que el hombre. En consecuencia, si este orden hace que las predichas predicaciones sean esenciales, esto no será según el modo de entender “lo esencial”, cuya acepción es formal, sino en cuanto se toma como referente a la materia y al sujeto, como cuando se dice superficie colorada. Mas esto es imposible. Por que, según este modo de concebir “lo esencial”, lo formal se predica esencialmente del sujeto, como cuando de timos “la superficie es blanca” o “e número es par”. Igualmente, según este modo de concebir “lo esencial” el sujeto entra en la definición del predicado, como el “número” en la definición de “par”. Mas en el otro sentido sucede lo contrario. Pues no se predica el “hombre” esencialmente del “animal”, sino al revés; por lo tanto, el sujeto no se incluye en la definición del predicado, sino viceversa. Por consiguiente, las predicaciones mencionadas no se llaman esenciales por razón de dicho orden.
Quien da el ser da la unidad, pues la “unidad” está implicada en el “ser”. Luego, como todas las cosas reciben el ser de la forma, por la forma tendrán la unidad. En consecuencia, si suponemos en el hombre varias almas, o sea, diversas formas, el hombre no será un ser, sino varios. Además, para que haya en el hombre unidad no basta con que las formas estén ordenadas. Porque ser uno por razón del orden no es ser uno esencialmente, pues la unidad de orden es la menor de las unidades.
Queda todavía en pie la dificultad, o sea, que del alma intelectiva y del cuerpo no resulte la unidad esencial, sino sólo la accidental. Pues todo lo que le adviene a uno teniendo ya el ser completo, le adviene accidentalmente, pues está fuera de su esencia. Ahora, toda forma substancial completa al ser en el género de substancia, pues le hace ser en acto y además le determina. Luego cuanto le adviene después de la primera forma substancial adviénele accidentalmente. Así, pues, como el alma nutritiva sea forma substancial, pues “vivo” se predica substancialmente del hombre y del animal, se sigue que el alma sensitiva le advenga accidentalmente, y lo mismo la intelectiva. Y así ni “animal” ni “hombre” significan la unidad esencial ni género alguno o especie del predicamento de substancia.
Si el hombre, según la sentencia de Platón, no es un compuesto de alma y cuerpo, sino un alma que usa del cuerpo, o esto se entiende únicamente del alma intelectiva o de las tres almas, si son tres, o de dos de ellas. Si se refiere a las tres o a las dos, se sigue que el hombre no es uno, sino dos o tres, pues es tres almas, o por lo menos dos. Mas si esto se refiere exclusivamente al alma intelectiva, de modo que se suponga que el alma sensitiva es la forma del cuerpo, y el alma intelectiva, usando del cuerpo animado y sensibilizado, sea el hombre, continúan todavía los inconvenientes, a saber, que el hombre no sea animal, sino que “use del animal”, pues se es animal por el alma sensitiva; además, que el hombre no sienta, sino que “use ele una cosa que siente”. Siendo éstos los inconvenientes, es imposible que en nosotros haya tres almas substancialmente diferentes: intelectiva, sensitiva y nutritiva.
De dos o más cosas no se puede hacer una si no hay algo que las una, a no ser que una de ellas sea con respecto a la otra lo que el acto es respecto a la potencia; así, de la materia y de la forma se hace una sola cosa sin que ningún vínculo extraño las junte. Si, pues, en el hombre hay varias almas, no estarán relacionadas entre sí como la materia y la forma, pues se las supone sólo como ciertos actos o principios de operaciones. Es necesario, en consecuencia, que si se unen para formar alguna unidad, por ejemplo, el hombre o el animal, haya algo que las una. Esto no puede ser el cuerpo, pues no es el cuerpo, sino más bien el alma quien le une; prueba de ello es que, salida el alma, el cuerpo se disuelve. Dedúcese, por lo tanto, que es necesario haya algo más íntimo que haga de ellas una sola. Y esto lo hará mejor el alma que no las otras cosas que por ella se unen.
Ahora, si lo resultante tiene nuevamente partes diversas y no es uno esencialmente, es necesario que haya otro que una. Y como no es cosa de llegar hasta el infinito, se deberá llegar a algo que sea en sí uno. Tal es precisamente el alma. Luego es necesario que tanto en el hombre como en el animal haya una sola alma.
Si lo que hay en el hombre con respecto al alma es un conjunto de varias cosas, es necesario que, así como todo el conjunto dice relación a todo el cuerpo, cada una de sus partes diga relación a cada una de las partes del cuerpo. Esto no está reñido con la opinión de Platón, pues situaba el alma racional en el cerebro, la nutritiva en el hígado y la concupiscible en el corazón. Pero esto parece falso, por dos razones. Primera, porque en realidad hay una parte del alma que no se puede atribuir a parte alguna del cuerpo, a saber, el entendimiento, del cual se dijo anteriormente que no es acto de ninguna parte del cuerpo (cc. 51, 56). Segunda, porque es evidente que en una misma parte del cuerpo aparecen operaciones de las diversas partes del alma, como se ve en los animales, que, seccionados, viven, porque tal parte tiene movimiento, sentido y apetito que le mueve; e igualmente, una parte de la planta, cortada, se nutre, aumenta y germina; con lo que se demuestra que las diversas partes del alma están en la misma y única parte del cuerpo. Luego en nosotros no hay diversas almas, atribuidas a las diversas partes del cuerpo.
Las fuerzas diversas, que no radican en un mismo principio, no se impiden mutuamente al obrar, a no ser que casualmente sus acciones fuesen contrarias; lo que no hace a este propósito. Sin embargo, vemos que las diversas acciones del alma se impiden mutuamente; pues cuando una es intensa, la otra se remite. Es necesario, pues, que estas acciones y las potencias, que son sus principios próximos, se reduzcan a un solo principio. Mas este principio no puede ser el cuerpo, ya porque hay alguna acción en que el cuerpo no participa, a saber, el entender; ya porque, si el principio de estas potencias y acciones fuera el cuerpo en cuanto tal, se hallarían en todos los cuerpos; lo que es falso evidentemente. Y así conclúyese que el principio de ellas sea sólo la forma por la que el cuerpo es tal cuerpo. Y ésta es el alma. Dedúcese, pues, que todas las acciones del alma que hay en nosotros proceden de una sola alma; y así no hay en nosotros varias almas.
Esto concuerda con lo que se dice en el libro “Sobre los dogmas eclesiásticos”: “Tampoco creemos que, haya dos almas en el hombre, como Jacobo y algunos de los sirios escriben, una animal, que anima al cuerpo y está mezclada con la sangre, y otra espiritual, que gobierna a la razón; sino que decimos que en el hombre hay una sola alma, la cual asociándose al cuerpo lo vivifica y con su razón a sí misma se rige”.
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