CAPÍTULO LVII
El conocimiento de Dios no es discursivo
Otra consecuencia de lo dicho es que el conocimiento de Dios no es raciocinado o discursivo. En efecto:
Nuestro conocimiento es raciocinado cuando pasamos de un objeto a otro, silogizando, por ejemplo, de los principios a las conclusiones. Pero no raciocina o discurre el que examina cómo se saca la conclusión de las premisas, considerando los dos elementos a la vez. Esto se realiza no argumentando, sino juzgando los argumentos; de la misma manera que el conocimiento no es materia por el hecho de juzgar las cosas materiales. Ahora bien, se ha demostrado que Dios no considera una cosa después de la otra sucesivamente, sino todas las cosas a la vez. Luego su conocimiento no es raciocinado o discursivo, aunque conozca todo discurso y raciocinio.
Todo el que raciocina intuye con una consideración distinta los principios y la conclusión; pues no habría necesidad de proceder a la conclusión, una vez vistos los principios, si por el hecho de considerarse éstos se consideraran también las conclusiones. Pero Dios conoce todas las cosas con una sola operación, que es su esencia. Su conocimiento, por lo tanto, no es raciocinado.
Todo conocimiento raciocinado tiene algo de potencia y algo de acto; las conclusiones están en potencia en los principios. Pero en el entendimiento divino no tiene lugar la potencia. Su entendimiento, por lo tanto, no es discursivo.
En toda ciencia discursiva hay necesariamente algo causado; los principios son, en cierto modo, causa eficiente de la conclusión, y por esto se dice que la demostración es “el silogismo que hace saber”. Pero en el conocimiento divino nada puede haber causado, por ser el mismo Dios; es imposible, pues, que la ciencia de Dios sea discursiva.
Lo que se conoce naturalmente nos es notorio sin raciocinio, como sucede con los primeros principios. Pero en Dios no puede haber otro conocimiento que el natural, es más, que el esencial, porque su ciencia es su esencia. El conocimiento de Dios no es, pues, discursivo.
Todo movimiento se ha de reducir a un primer motor que sea solamente motor y no movido. Aquel ser que es la fuente primera del movimiento ha de ser, por lo tanto, motor completamente inmóvil. Tal es el entendimiento divino, como más arriba se ha probado (c. 44). Es necesario, por consiguiente, que sea motor completamente inmóvil. Ahora bien, el raciocinio es un cierto movimiento del entendimiento, que pasa de un objeto a otro. El entendimiento divino no es, por lo tanto, raciocinativo.
Lo más elevado en nosotros es inferior a lo que hay en Dios, pues lo inferior no toca lo superior sino con su parte más alta. Ahora bien, lo más alto en nuestro conocimiento es, no la razón, sino el entendimiento, que es el origen de la razón. Por lo tanto, el conocimiento de Dios no es raciocinativo, sino solamente intelectual.
De Dios se ha de alejar todo defecto, ya que es omniperfecto. Pero el conocimiento raciocinativo tiene su origen en la imperfección de la naturaleza intelectual, porque lo que se conoce por otro es menos notorio que lo que se conoce por sí mismo; y la naturaleza del que conoce no se basta, para llegar a lo que se conoce por otro, sin aquello por lo cual se hace conocido. Ahora bien, en el conocimiento raciocinativo, una cosa se hace conocida por otra. En cambio, lo que se conoce intelectualmente es conocido por sí mismo, y la naturaleza del que conoce se basta para conocerlo sin medio exterior. Luego es evidente que la razón es un entendimiento defectuoso. Por lo tanto, la ciencia divina no es raciocinativa.
Se comprenden sin el discurso de la razón los objetos cuyas especies se hallan en el sujeto que conoce: la vista, por ejemplo, no discurre para conocer la piedra, cuya semejanza está en la misma vista. Ahora bien, la esencia divina es la semejanza de todo ser. Por lo tanto, para conocer algo no procede por discurso racional.
Es también manifiesta la solución de los argumentos que parecen introducir el discurso en la ciencia divina. Ya sea porque conoce los otros seres mediante su esencia. Pero se ha demostrado que esto no se verifica por discurso, pues la esencia divina dice relación a los otros seres, no como el principio respecto de las conclusiones, sino como las especies respecto de los objetos conocidos. Ya sea también porque a algunos parece inconveniente que Dios no pueda silogizar. Pero Dios tiene la ciencia de silogizar como el que juzga, no como el que discurre silogizando.
La Sagrada Escritura da también testimonio de esta verdad, que hemos probado racionalmente. Se dice en la Epístola a los Hebreos: “Todas las cosas son patentes y manifiestas a sus ojos”. En cambio, las cosas que conocemos por raciocinio no nos son patentes y manifiestas, sino que las descubre y manifiesta la razón.
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