CAPÍTULO LVI: Ningún entendimiento creado ve, al ver a Dios, cuantas cosas pueden verse en Él

CAPÍTULO LVI

Ningún entendimiento creado ve, al ver a Dios, cuantas cosas pueden verse en Él

Lo dicho demuestra que, aunque el entendimiento creado vea la substancia divina, no por eso conoce cuanto por ella se puede conocer.

Conocido un principio, únicamente es necesario conocer por él todos sus efectos cuando dicho principio es comprehendido por el entendimiento; pues nosotros conocemos un principio en todo su alcance cuando conocemos todos sus efectos. Ahora bien, por la esencia divina conocemos todo lo demás, como se conoce el efecto por la causa. Luego, como el entendimiento creado no puede conocer la substancia divina como si la comprendiera no es necesario que, viéndola, vea también cuanto se puede ver por ella

Cuanto más superior es un entendimiento, tantas más cosas conoce, o numéricamente o en virtud de las muchas razones de esas mismas cosas. El entendimiento divino supera a todo entendimiento creado. Luego conoce muchas más cosas que cualquier entendimiento creado. Y todo lo que conoce lo conoce porque ve su esencia, según se demostró en el libro primero (c. 49). Según esto, por la esencia divina se pueden conocer muchas más cosas de las que el entendimiento creado puede ver por ella.

La cantidad de virtud está en relación con lo que ella puede. Luego conocer todo cuando puede una virtud y comprenderla es una misma cosa. Pero ningún entendimiento creado pueda comprender la virtud divina, porque es infinita, como tampoco su esencia, según se probó (c. prec.). Ni tampoco puede el entendimiento creado comprender todo lo que puede la virtud divina. Ahora bien, todo lo que alcanza el poder divino es cognoscible por la esencia divina, pues Dios conoce todo, y solamente por su esencia. Luego el entendimiento creado, viendo la esencia de Dios, no ve cuanto se puede ver en la substancia de Dios.

Ninguna potencia cognoscitiva conoce una cosa si no es por razón de su propio objeto; por ejemplo, con la vista sólo conocemos lo que está coloreado. Mas el objeto propio del entendimiento es la esencia, o sea, la substancia de la cosa, como se dice en el III “Del alma”. Luego todo lo que el entendimiento conoce de una cosa lo conoce por el conocimiento de la substancia misma; por eso, en cualquier demostración mediante la cual se nos manifiestan los accidentes propios, tomamos como principio la esencia, como se dice en el I de los “Posteriores”. Ahora, si el entendimiento conoce la substancia de una cosa por sus accidentes (pues se dice en el I “Del alma” que “los accidentes contribuyen en gran parte al conocimiento de la esencia”), esto sucede accidentalmente, en cuanto que el conocimiento intelectivo nace de los sentidos; y así es preciso llegar por el conocimiento de los accidentes sensibles a entender la substancia; pero esto no tiene aplicación en las matemáticas, sino sólo en lo natural. Así, pues, todo cuanto haya en la cosa y no pueda ser conocido por el conocimiento de su substancia deberá ser desconocido para el entendimiento. Mas lo que uno quiere al querer, no puede conocerse por el conocimiento de su substancia, porque la voluntad no tiende a sus objetos queridos de un modo absolutamente natural; por esto se consideran como dos principios activos la voluntad y la naturaleza. Luego un entendimiento no puede conocer lo que uno quiere al querer, como no sea tal vez por algunos efectos; por ejemplo, cuando vemos que uno obra voluntariamente, sabemos lo que quiere; o por la causa, como Dios conoce nuestras voluntades y todos sus otros efectos, por ser Él la causa de nuestro querer; o también porque uno le da a entender a otro su propia voluntad, como cuando uno manifiesta su afecto al hablar. Luego, como hay muchas cosas que dependen exclusivamente de la simple voluntad de Dios, según consta en parte por lo ya dicho (l. 1, c. 81) y expondremos más ampliamente después (cf. c. 64 ss.), el entendimiento creado, aunque vea la substancia divina, no conoce, sin embargo, todo lo que Dios ve por su propia substancia.

Pero alguien podría objetar contra lo dicho que la substancia de Dios es algo más grande que todo cuanto Él puede hacer entender o querer, excepto El mismo; por lo tanto, si el entendimiento creado puede ver la substancia divina, mucho más podrá conocer todo lo que Dios, excepto El mismo, entiende, quiere o puede hacer.

Pero, si nos fijamos bien, el conocer una cosa en sí misma y el conocerla en su causa no obedece a la misma razón; pues hay cosas que, si en sí mismas Son fácilmente cognoscibles, no obstante en sus causas no se conocen con facilidad. Luego es verdad que es mucho más entender la substancia divina que todo cuanto está fuera de ella, y que puede conocerse en sí mismo. Sin embargo, es más perfecto conocer la substancia divina y ver en ella sus efectos que conocerla sin ver en ella dichos efectos. Y el ver la substancia divina puede realizarse sin comprenderla. Pero conocer todo cuanto por ella es posible entender, esto no puede suceder sin haberla comprendido, como consta por lo dicho.

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