CAPÍTULO LIX: No se excluye de Dios la verdad enunciada en las proposiciones

CAPÍTULO LIX

No se excluye de Dios la verdad enunciada en las proposiciones

De lo dicho se deduce que, aun cuando el conocimiento del entendimiento divino no se realiza a la manera de un entendimiento que compone y divide, sin embargo, no hemos de excluir de él la verdad, que, según el Filósofo, no se encuentra más que en la composición y división del entendimiento. En efecto:

Como quiera que la verdad intelectual es la adecuación del entendimiento y el objeto, en el sentido de que el entendimiento dice ser lo que es y no ser lo que no es, la verdad pertenece a lo que el entendimiento dice y no a la operación con que lo dice. Pues no se requiere para la verdad intelectual que el entender adecue con el objeto, porque muchas veces el objeto es material, pero el entender es inmaterial; sino que es necesario que lo que el entendimiento dice y conoce al entender, adecue con el objeto, es decir, que sea en realidad como el entendimiento dice. Ahora bien, Dios conoce con su inteligencia simple y que no admite composición ni división, no sólo las quididades de las cosas, sino también las enunciaciones. Y, en consecuencia, lo que el entendimiento divino dice al entender, es composición y división. Por lo tanto, la verdad no se ha de excluir del entendimiento divino por causa de su simplicidad.

Cuando se enuncia o se entiende un simple incomplejo, éste de suyo ni adecua ni deja de adecuar con el objeto, porque la igualdad o desigualdad se predica por comparación, y lo incomplejo de suyo no contiene ninguna comparación o aplicación al objeto. Por esto de suyo no puede afirmarse que es verdadero ni que es falso. Esto solamente se puede afirmar del complejo, en el que se designa la comparación del incomplejo con el objeto por la nota de composición o división. Ahora bien, el entendimiento incomplejo, conociendo lo que una cosa es, capta la quididad de la cosa en una cierta comparación con la misma, pues la aprehende como la quididad de tal cosa. Y de aquí resulta que, aun cuando el incomplejo, o también la definición, no sea de suyo verdadero o falso, sin embargo, el entendimiento que aprehende “lo que una cosa es” se dice que de suyo siempre es verdadero, como consta en el III “De anima”, aunque accidentalmente pueda ser falso, en cuanto la definición incluye alguna complejidad, o de las partes de la definición entre sí, o de toda la definición con lo definido. Por esto la definición, en cuanto es comprendida por el entendimiento y aplicada a tal o cual cosa, será considerada como absolutamente falsa si las partes de la definición no concuerdan entre sí, como si, por ejemplo, dijésemos que el animal es un ser insensible; o será tenida por falsa en un sentido determinado, como si, por ejemplo, tomáramos la definición del círculo por la del triángulo. Admitida, por lo tanto, la imposibilidad de que el entendimiento divino conociese únicamente los incomplejos simples, aun así sería verdadero, conociendo como suya su propia quididad.

La simplicidad divina no excluye la perfección, porque en la simplicidad de su ser tiene toda la perfección que se halla en los otros seres en virtud de una cierta agregación de perfecciones o formas. Por otra parte, nuestro entendimiento, mientras capta los incomplejos, no ha llegado todavía a su última perfección, porque está en potencia respecto de la composición y división, de la misma manera que en la naturaleza los seres simples están en potencia respecto de los compuestos, y las partes respecto del todo. Dios, pues, en virtud de la simplicidad de su inteligencia, posee la perfección del conocimiento que nuestro entendimiento tiene por el doble conocimiento de lo complejo y de lo incomplejo. Pero la verdad sigue a nuestro entendimiento en l conocimiento perfecto de sí cuando ha llegado ya hasta la composición. Luego la verdad está también en la simple inteligencia de Dios.

Por ser Dios el bien de todo otro bien, es decir, que tiene en sí toda bondad, no le puede faltar la bondad del entendimiento. Pero la verdad es el bien del entendimiento, según el Filósofo. Luego la verdad está en Dios.

En este sentido se dice en el Salmo: “Dios es veraz”.

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