CAPÍTULO LIX: Cómo con todas las cosas quienes ven la substancia de Dios

CAPÍTULO LIX

Cómo con todas las cosas quienes ven la substancia de Dios

Como la visión de la substancia divina es el fin último de toda substancia intelectual, según consta por lo dicho (c. 50), y todo ser, cuando alcanza el último fin, descansa en su apetito natural, es preciso que apetito de la substancia natural que ve a Dios descanse totalmente. Pero el apetito natural del entendimiento tiende a conocer todos los géneros le cosas y las especies y potencias, y todo el orden universal, como lo demuestra el estudio humano acerca de todo esto. Luego todo aquel que vea la substancia divina verá también dichas cosas.

El entendimiento se diferencia del sentido, como consta en el III “Del alma”, en que el sentido se corrompe o se debilita por sensibles excesivos, de manera que después no puede conocer los sensibles inferiores; pero el entendimiento, como no se corrompe ni es impedido por su objeto, sino que sólo se perfecciona, una vez entiende lo más inteligible, no entiende menos, sino más, los otros inteligibles. Ahora bien, la substancia divina es lo sumo entre lo inteligible. Luego el entendimiento que es elevado por la luz divina para ver la substancia de Dios, se perfecciona mucho más por dicha luz para conocer todo lo que hay en la naturaleza.

El ser inteligible no tiene un ámbito menor que el ser natural, sino posiblemente mayor; pues el entendimiento está naturalmente en disposición de entender todo cuanto hay en la naturaleza, y entiende incluso cosas que no tienen ser natural, como las negaciones y privaciones. Luego cuanto se requiere para la perfección del ser natural se requiere también para la perfección del ser inteligible, o incluso más. Ahora, el ser inteligible alcanza la perfección cuando llega a su último fin, así como la perfección del ser natural consiste en la creación de las cosas. Luego Dios manifiesta al entendimiento que le ve todo cuanto Él produjo para la perfección del universo.

Aunque, entre quienes ven a Dios, uno le vea más perfectamente que otro, según se demostró (c. prec.), sin embargo, cada cual le ve perfectamente cuando se llena su capacidad natural, sin que ello impida que dicha visión exceda toda capacidad natural, como vimos (c. 52). Según esto, es menester que quien vea la substancia divina conozca en ella misma todo cuanto alcance su propia capacidad natural. Mas la capacidad natural de cualquier entendimiento se extiende a conocer todos los géneros, especies y orden de las cosas. Luego todo esto verá quien vea la substancia divina.

Por esta razón, al pedir Moisés a Dios la visión de la divina substancia, le respondió: “Yo te mostraré todo bien”. Y San Gregorio dice: “)Qué hay que no conozcan quienes conocen a quien todo lo sabe?”.

Mas si consideramos con atención lo dicho, se ve que quienes ven la substancia divina en cierto modo lo ven todo y en cierto modo no lo ven. Porque, si por “todo” entendemos cuanto pertenece a la perfección del universo, es claro por lo dicho que quienes ven la substancia de Dios ven todo, como lo demuestran las razones aducidas. Pues como el entendimiento es en cierto sentido todas las cosas, cuanto pertenece a la perfección de la naturaleza pertenece también a la perfección del ser inteligible; por lo cual, San Agustín, en “Sobre el Génesis”, dice textualmente que cuanto hizo el Verbo de Dios para que subsistiera en sus propias naturalezas, hacíase a la vez en la inteligencia angélica para que los ángeles lo entendieran. Pero al perfeccionamiento del ser natural pertenecen las naturalezas de las especies, con sus propiedades y potencias; porque la inclinación natural tiende a la naturaleza de las especies, ya que los individuos son para la especie. Luego al perfeccionamiento de la substancia intelectual pertenece el conocer todas las naturalezas de las especies, con sus potencias y accidentes propios. Y esto se conseguirá al fin con la visión de la esencia divina. -Y por el conocimiento de las especies naturales son conocidos también por el entendimiento que ve a Dios los individuos comprendidos en las mismas, como puede verse por lo que dijimos antes hablando del conocimiento de Dios y de los ángeles (l. 1, c. 69; 1. 2, c. 96 ss.).

Por el contrario, si por “todo” entendemos cuanto Dios ve, al ver su propia esencia, ningún entendimiento creado ve todo en la substancia de Dios, como se demostró antes (c. 56).

Y esto puede considerarse en atención a varias cosas, Primero, con respecto a lo que Dios puede hacer, pero que ni hizo ni hará jamás. Pues todo esto no puede conocerse sin comprender previamente su poder; lo cual es imposible a cualquier entendimiento creado, según nos consta (c. 55). Por esto se dice en Job: “)Crees tú poder sondear a Dios, llegar al fondo de su omnipotencia? Es más alto que los cielos. )Qué harás? Es más profundo que el abismo. )Qué entenderás? Es más extenso que la tierra y más ancho que el mar”. Y estas cosas no se dicen como si Dios fuera grande según la dimensión cuantitativa; quiere decir que su poder no está limitado a las cosas que se nos aparecen como grandes, pues incluso puede hacer otras mayores.

En segundo lugar, en cuanto a la naturaleza de todo lo hecho, que el entendimiento no puede conocerla si no comprende la bondad de Dios. Pues la naturaleza de cualquier cosa hecha se toma del fin que intentó quien la hizo. Y el fin de todas las cosas hechas por Dios es la bondad divina. Luego la naturaleza de las cosas hechas es la difusión de la divina bondad. Y así, uno conocería todas las naturalezas de las cosas creadas si conociera todos los bienes que, según el orden de la sabiduría divina, pueden resultar en dichas cosas. Y ello supondría abarcar totalmente la bondad y sabiduría de Dios; cosa que ningún entendimiento creado puede hacer. Por esto Se dice en el Eclesiastés: “Comprendí que el hombre no puede hallar la explicación de todas las obras de Dios”.

En tercer lugar, respecto a aquello que depende de la sola voluntad de Dios, como la predestinación, la elección y justificación, y otras cosas de esta índole que pertenecen a la santificación de la criatura. Por eso se dice en la primera a los de Corinto: “Lo perteneciente al hombre nadie conoce sino el espíritu del hombre que está en él. Así, lo que es de Dios nadie lo conoce sino el Espíritu de Dios”.

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