CAPÍTULO LIII: Razones con que parece probarse que no fue conveniente que Dios se encarnara

CAPÍTULO LIII

Razones con que parece probarse que no fue conveniente que Dios se encarnara

Mas, porque los infieles consideran como una locura la creencia en la encarnación, según aquello del Apóstol: “Plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”; y, al parecer, se tiene por necedad no sólo lo que es imposible, sino también lo que no conviene, se empeñan los infieles en atacar la encarnación, intentando probar que no sólo es imposible lo que predica la fe católica, sino también que es inconveniente e impropio de la divina bondad.

[Objeciones.]

Conviene a la divina bondad que cada cosa se mantenga en su propio orden. Ahora bien, este orden de cosas exige que Dios esté elevado sobre todo y que el hombre esté colocado entre las criaturas más pequeñas. Luego no conviene que la divina majestad se una a la naturaleza humana.

Además, si fue conveniente que Dios se hiciera hombre, debió ser en vistas a la utilidad que ello reportara. Pero Dios pudo producir cualquier utilidad que supongamos con su sola voluntad, porque es omnipotente. Luego, como conviene que cualquier cosa se haga lo antes posible, no convino que Dios se uniera a la naturaleza humana en vistas a tal utilidad.

Por otra parte, como Dios es la causa universal de todos los seres, conviene que Él intente principalmente la utilidad de todas las cosas. Pero la asunción de la naturaleza humana sólo redunda en utilidad para el hombre. Luego, si Dios tenía que asumir una naturaleza extraña a la suya, no fue conveniente que asumiera únicamente la naturaleza humana.

Cuanto una cosa es más semejante a otra, tanto más convenientemente se une a ella. Pero la naturaleza angélica es más semejante y más próxima a Dios que la naturaleza humana. Luego no fue conveniente que asumiera la naturaleza humana, despreciando la angélica.

Lo principal en el hombre es la inteligencia de la verdad. Mas, si Dios asumió la naturaleza humana, el hombre se vería impedido, pues se le daría ocasión para que pensase, como algunos, que Dios no estaba elevado sobre todos los cuerpos. Luego no sirvió de utilidad a los hombres que Dios asumiera la naturaleza humana.

Incluso podemos saber por experiencia que han surgido muchos errores acerca de la encarnación divina. En consecuencia, no parece conveniente para la salvación de los hombres que Dios se encarnara.

Además, entre todas las cosas que hizo Dios, la mayor parece ser que El mismo se haya encarnado. Mas, cuanto mayor es la obra, mayor ha de ser la utilidad que se espera. Luego, si Dios se encarnó para salvar a los hombres, parece fue conveniente que salvara a todo el género humano, aun cuando la salvación de todos los hombres apenas parece ser una utilidad suficiente para que se realizara tan grande obra.

Si Dios tomó la naturaleza humana para salvar a todos los hombres, parece conveniente que había de manifestar su divinidad a los hombres con suficientes indicios. Mas, al parecer, no sucedió esto, pues vemos que otros hombres han realizado milagros semejantes e incluso mayores que los hechos por Cristo, contando sólo con la ayuda del poder divino y sin que Dios se uniera a su naturaleza. Por lo tanto, no parece que la encarnación divina se dispusiera suficientemente para salvar al hombre.

Si la encarnación de Dios es necesaria para salvar a los hombres, parece que deba haber asumido la naturaleza humana al principio del mundo, pues ya existían los hombres, y no casi al fin de los tiempos; porque, al parecer, se ha olvidado la salvación de todos los hombres que la precedieron.

Y, por la misma razón, debía haberse quedado con los hombres hasta el fin del mundo, para instruirlos y gobernarlos con su presencia.

Con mayor motivo siendo esto utilísimo para que los hombres se afianzaran en la esperanza de la bienaventuranza futura. Pero mayor esperanza hubieran concebido si Dios, al encarnarse, hubiera tomado carne inmortal, impasible y gloriosa y para todos visible. Por consiguiente, parece que no fue conveniente que asumiera una carne mortal y pasible.

También parece conveniente que Dios, para demostrar que todo cuanto hay en el mundo fue creado por Él, hubiera tenido abundancia de cosas terrenas, viviendo en la opulencia y con los máximos honores. No obstante, de Él se lee lo contrario: que vivió pobre y miserablemente y sufrió una muerte ignominiosa. Luego no parece conveniente lo que predica la fe acerca de la encarnación de Dios.

Más aún: cuanto más bajas fueron las cosas que padeció, más oculta quedó su divinidad, siendo así que lo que más necesitaban los hombres era conocer su divinidad, si Él era verdaderamente el Dios encarnado. Por lo tanto, lo que predica la fe no parece convenir a la salvación humana.

Y no parece razonable que alguien diga que, por obedecer al Padre, el Hijo sufrió la muerte. Pues se cumple la obediencia cuando el obediente se conforma con la voluntad del que manda. Ahora bien, la voluntad del Padre no puede ser irracional. Luego, si no fue conveniente que el Dios hecho hombre muriera, porque la muerte parece ser contraria a la divinidad, que es vida, no puede asignarse la obediencia al Padre como razón conveniente de su muerte.

Dios no quiere la muerte de los hombres, incluso pecadores, sino más bien la vida, según aquello de Ezequiel: “No quiero la muerte del pecador, sino más bien que se convierta y viva”. Luego mucho menos pudo ser voluntad del Padre que un hombre perfectísimo se sometiera a la muerte.

Parece impío y cruel condenar a muerte por decreto a un inocente, máxime por unos impíos, que son dignos de muerte. Es así que Jesucristo hombre fue inocente. Luego sería impío que por un decreto de Dios Padre fuera sometido a la muerte.

Y si alguien dijere que esto era necesario para demostrar la humildad, según parece decir el Apóstol: que “Cristo se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte”, ni aun así parece conveniente. Principalmente, porque la humildad se aconseja al que tiene un superior a quien pueda someterse, cosa que no puede suponerse en Dios. Luego no fue conveniente que el Verbo de Dios se humillara hasta la muerte.

Igualmente, hubiera bastado, para instruir a los hombres en la humildad, con palabras divinas, a las que hay que prestar una fe incondicional, y con los ejemplos humanos. Luego no fue necesario que, para dar ejemplo de humildad, el Verbo de Dios asumiera la carne y se sometiera a la muerte.

Y si nuevamente alguien dijere que Cristo tuvo que padecer necesariamente la muerte y otras cosas viles para expiar nuestros pecados, tal cual dice el Apóstol: que “fue entregado por nuestros pecados”, y repite: “Fue muerto para borrar los pecados de muchos”, tampoco parece una razón conveniente. Primeramente, porque basta la gracia divina para expurgar los pecados de los hombres.

Además, porque, si era necesaria alguna satisfacción, lo conveniente fue que satisficiera quien pecó, porque, según el justo juicio de Dios, “cada cual debe llevar su carga”.

Por otra parte, si era conveniente que un hombre puro superior satisficiera por el hombre, hubiera bastado, al parecer, que un ángel, asumiendo la carne, realizase tal satisfacción, porque el ángel es superior al hombre.

Además, un pecado no expía otro, sino que lo aumenta. Luego, si Cristo tuvo que satisfacer muriendo, su muerte debió ser tal que nadie pecase en ella; es decir, debió morir de muerte natural y no violenta.

Si convenía que Cristo muriera por los pecados de dos hombres, como éstos pecan con frecuencia, convendría que Cristo sufriera la muerte frecuentemente.

Y si alguno dijere que fue necesario que Cristo naciera y padeciera especialmente por el pecado original, que inficionó toda la naturaleza humana al pecar el primer hombre, tal aserto parece imposible; porque, si otros hombres no bastan para satisfacer por el pecado original, tampoco parece que la muerte de Cristo satisfaga por los pecados del género humano, pues Él murió según la naturaleza humana y no según la divina.

Si Cristo satisfizo suficientemente por los pecados del género humano, parece injusto que los hombres padezcan todavía los castigos impuestos al pecado que nos recuerda la Sagrada Escritura.

Si Cristo satisfizo suficientemente por los pecados del género humano, no hay por qué buscar ya los remedios para la absolución de los pecados. Pero resulta que todos los que cuidan de su propia salvación los buscan siempre. Luego, al parecer, Cristo no quitó suficientemente los pecados de los hombres.

Estas y otras semejantes son as razones por las que puede parecer a alguno que cuanto enseña la fe católica sobre la encarnación no conviene a la majestad ni a la sabiduría divinas.

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