CAPÍTULO LIII: El entendimiento creado precisa de alguna influencia de la luz divina para ver a Dios por esencia

CAPÍTULO LIII

El entendimiento creado precisa de alguna influencia de la luz divina para ver a Dios por esencia

Es preciso que el entendimiento creado sea elevado por alguna influencia de la bondad divina a tan excelsa visión.

Pues es imposible que lo que es forma propia de una cosa se haga forma de otra, a no ser que ésta participe alguna semejanza de aquella a quien la forma pertenece; pues la luz no se hace acto de un cuerpo si éste no participa de alguna diafanidad. Mas la esencia divina es la forma propia inteligible del entendimiento divino y está proporcionada a él; pues en Dios son una sola las tres cosas siguientes: el entendimiento, el medio de entender y lo entendido. Así, pues, es imposible que la misma esencia divina se haga forma inteligible de un entendimiento creado, como no sea que el entendimiento creado participe alguna semejanza divina. Luego esta participación de la semejanza divina es necesaria para ver la substancia de Dios.

Nada puede recibir una forma más elevada si no es elevado por alguna disposición para ser capaz de ella, pues el propio acto se realiza en su propia potencia. Pero la esencia divina es una forma más elevada que todo entendimiento creado. Luego para que la esencia divina se haga especie inteligible de algún entendimiento creado, que es un requisito para ver la substancia divina, es necesario que el entendimiento creado sea elevado con alguna disposición superior.

Si dos cosas desunidas se unen después, es preciso que esto obedezca a una mutación de las dos o de una de ellas. Ahora bien, si suponemos que algún entendimiento creado empiece de nuevo a ver la substancia de Dios, es preciso, según lo indicado (c. 51), que se le una nuevamente la esencia divina como especie inteligible. Pero es imposible que la esencia divina se cambie, como antes demostramos (libro 1, c. 13). Será, pues, necesario que tal unión comience a existir por un cambio del entendimiento creado. Y tal unión sólo puede consistir en que el entendimiento creado reciba de nuevo alguna disposición. -Y lo mismo resulta si supusiéramos que algún entendimiento creado gozaba desde el principio de su creación de tal visión. Pues si dicha visión excede el poder de la naturaleza creada, según probamos (c. 52), se podrá comprender que cualquier entendimiento creado estará constituido en su propia especie natural sin capacidad para ver la substancia de Dios. Por eso, si en un principio o después comienza a ver a Dios, es preciso añadir algo a su naturaleza.

Nada puede ser elevado a una operación superior si su poder no es robustecido previamente. Y este robustecimiento del poder es de dos maneras. Una, por la simple intensificación del propio poder: como el poder activo de lo cálido aumenta por la intensificación del calor para que pueda actuar con más vehemencia dentro de su misma especie. Otra, por aplicación de una nueva forma: como se aumenta el poder de lo diáfano para que pueda iluminar, al hacerse lúcido en acto recibiendo nuevamente en sí mismo la forma de luz. Y este aumento de poder es necesario para realizar la operación de otra especie. Consta por lo dicho (cf. 1. c.) que el poder del entendimiento creado no es de sí suficiente para ver la substancia divina. Luego es preciso que para llegar a tal visión reciba un aumento de poder. Pero no basta el aumento por intensificación de su poder natural, porque tal visión no es de la misma naturaleza que la visión natural del entendimiento creado, como lo vemos por la distancia de objetivos. Por lo tanto, es menester que se haga un aumento de la potencia intelectiva por la recepción de una nueva disposición.

Como nosotros llegamos al conocimiento de lo inteligible partiendo de lo sensible, por eso trasladamos incluso los nombres del conocimiento sensible al inteligible, y principalmente los que pertenecen a la vista, porque es el más alto y espiritual entre los demás sentidos y, en consecuencia, el más afín al entendimiento; ésta es la causa de que se llame “visión” al mismo conocimiento intelectual. Y como la visión corporal sólo se realiza mediante la luz, todo cuanto perfecciona al conocimiento intelectual recibe también el nombre de “luz”; por esto Aristóteles, en el III “Del alma”, compara el entendimiento agente a la luz, porque el entendimiento agente hace los inteligibles en acto, igual que la luz en cierto sentido convierte en acto todo lo visible. Por eso la disposición con que el entendimiento creado es elevado a la visión de la substancia divina se llama convenientemente “luz de gloria”, y no porque convierte lo inteligible en acto, como lo hace la luz del entendimiento agente, sino porque le da poder al entendimiento para que entienda en acto.

Y ésta es la luz de la que se dice en el salmo: “Con tu luz veremos la luz”, es decir, la substancia divina. Y en el Apocalipsis: “La ciudad -es decir, de los bienaventurados- no precisa ni del sol ni de la luna, porque la iluminará la claridad de Dios”. Y en Isaías: “Ya no te iluminará más el sol por el día, ni tampoco el resplandor de la luna; pues el Señor será para ti luz sempiterna, y tu Dios tu propia gloria”. De aquí también que, como, para Dios es lo mismo el ser y el entender, y es la causa de que todos entiendan, por eso se le llama luz: “Era la verdadera luz, que ilumina a todo hombre venido a este mundo”; y en la primera de San Juan: “Dios es luz”; y en el salmo: “Ceñido por la luz como vestidura”. -Y ésta es también la explicación de que en la Sagrada Escritura se describa a Dios y a los ángeles por medio de figuras de fuego, por la claridad que éste tiene.

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