CAPÍTULO LII: En las substancias intelectuales creadas difieren el ser y lo que es

CAPÍTULO LII

En las substancias intelectuales creadas difieren el ser y lo que es

Aunque las substancias espirituales no son corpóreas, ni están compuestas de materia y forma, ni existen en la materia como formas materiales, no por ello se ha de pensar que se adecuen a la simplicidad divina, pues hay en ellas cierta composición resultante de que en ellas no se identifica el “ser” (esse) y lo “que es” (quod est).

Si el ser es subsistente, nada fuera del mismo ser puede serle añadido. Porque incluso en aquellos cuyo ser no es subsistente, lo que inhiere al existente más alla de su ser, está ciertamente unido al existente, pero no es uno con su ser, sino accidentalmente, en cuanto es un sujeto que tiene el ser y lo que es además del ser; como es patente que en Sócrates, además de su ser substancial, inhiere la blancura, la cual es ciertamente diversa de su ser substancial; pues no es lo mismo ser Sócrates y ser blanco, a no ser accidentalmente. Si, por lo tanto, el ser no estuviese en algún sujeto, no quedaría ningún modo de que pueda unírsele lo que es más alla de su ser. Porque el ser, en cuanto tal, no admite diversidad: puede, sin embargo, diversificarse por algo que es sobreañadido; así como el ser de la piedra es otro del ser del hombre. Mas aquello que es ser subsistente, no puede ser sino uno. Ya se demostró (l. I, c. 22) que Dios es su ser subsistente. Nada fuera de Él puede ser su ser. Conviene, pues, que en toda substancia fuera de Dios, sea distinta la misma substancia y su ser.

La naturaleza común, si se la intelige separada, no puede ser más que una: aunque puedan ser hallados muchos que tengan dicha naturaleza. Pues si la naturaleza “animal” subsistiera por sí separada, no tendría lo que es del hombre o lo que es del buey; porque ya no sería “animal” solamente, sino hombre o buey. Pues suprimidas las diferencias constitutivas de las especies, resta la naturaleza del género indivisa, porque las mismas diferencias que son constitutivas de las especies, son divisivas del género. Así, por lo tanto, si esto mismo que es “ser” (hoc ipsum quod est esse), sea común como un género, el ser separado por sí subsistente no puede ser sino uno. Si, en cambio, no se divide por las diferencias, como el género, sino que por esto que es de este o de aquel ser, como tiene la verdad, es más manifiesto que no puede ser existente por sí sino uno. Por lo tanto, queda que, siendo Dios ser subsistente, nada fuera de Él es su ser.

Es imposible que existan dos seres absolutamente infinitos, porque el ser que es absolutamente infinito incluye toda la perfección del ser; y así, si a los dos tales se atribuyera la infinitud, no se hallaría en qué distinguir al uno del otro. Y como el ser subsistente debe ser infinito, pues no está limitado por ningún sujeto recipiente, por eso es imposible que haya otro ser subsistente fuera del primero.

Si existe algún ser subsistente por sí, nada le convendrá sino lo propio del ente en cuanto es ente, pues lo que se predica de otro no de este modo, no le conviene sino solo por accidente, por ser sujeto; de ahí que, si se le considera separado del sujeto, en modo alguno le conviene. Ahora bien; ser causado por otro no le compete al ente en cuanto ente, de lo contrario todo ente sería causado por otro, y así se procedería al infinito en el orden de las causas, lo cual es imposible, como se demostró arriba (l. 1, c. 13). Luego, aquel ser que es subsistente, es necesario que no sea causado. Ningún ente causado es su ser.

La substancia de cada cosa está en ella por sí y no por otro; así, ser luminoso en acto no es de la substancia del aire, porque lo recibe de otro. Pero toda cosa creada recibe el ser de otro, pues de lo contrario no sería causada. Por lo tanto, en ninguna substancia creada su ser es su substancia.

Como todo agente obra en cuanto está en acto, al primer agente, que es perfectísimo, le compete ser en acto de modo perfectísimo. Una cosa está más perfectamente en acto cuando tal acto es más posterior en la via de la generación; pues, en todo el que procede de la potencia al acto, el acto es según el tiempo posterior a la potencia. También es más perfecto en acto lo que es el mismo acto que aquello que tiene acto, pues éste es acto a causa de aquél. Supuesto esto, consta por lo dicho anteriormente (l. 1, c. 13), que solo Dios es el primer agente. Luego solo a Él le conviene ser en acto de modo perfectísimo, de modo que sea el mismo acto perfectísimo. Pero esto es el ser, en el cual termina la generación y todo movimiento; pues toda forma y acto están en potencia antes de adquirir el ser. Luego, únicamente a Dios le corresponde ser su mismo ser, como únicamente le corresponde ser el primer agente.

Además, el ser mismo le compete al primer agente según su propia naturaleza; pues el ser de Dios es su substancia, como ya se demostró (l. 1, c. 22). Ahora bien, lo que compete a algo según su propia naturaleza, no conviene a otros sino por modo de participación, así como el calor conviene a los cuerpos por el fuego. Luego el ser mismo compete a todas las demás cosas por cierta participación del primer agente. Mas lo que compete a algo por participación no es su substancia. Es imposible, por lo tanto, que la substancia de otro ente excluido el primer agente, sea su ser mismo.

Por esto, en el libro del Éxodo 3,14 se pone como nombre propio de Dios “El que Es”, porque solamente es propio de Él que su substancia no sea otra que su ser.

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