CAPÍTULO IV: Distinto modo de considerar las criaturas el filósofo y el teólogo

CAPÍTULO IV

Distinto modo de considerar las criaturas el filósofo y el teólogo

De lo dicho queda manifiesto que la consideración de las criaturas atañe a la doctrina de la fe cristiana, en cuanto resalta en ellas cierta semejanza de Dios y en cuanto el errar acerca de ellas induce a errar en lo divino. Pero dicha doctrina las considera bajo distintas razones que la filosofía humana. Porque la filosofía humana las considera en sí mismas; de donde, según las diversas clases de cosas que haya, aparecen las diversas partes de la filosofía. Mas la fe cristiana las considera no en sí mismas -como el fuego en cuanto fuego-, sino en cuanto representan la grandeza divina y de uno u otro modo se ordenan a Dios, pues como se dice en el Eclesiástico: “De la gloria de Dios está llena su obra. )Acaso no hizo el Señor que los santos enumerasen todas sus maravillas?”

Y he aquí cómo el filósofo considera acerca de las criaturas unas cosas, y otras el creyente; porque el filósofo considera lo que de ellas se puede considerar atendiendo a la propia naturaleza de las mismas, como ocurre con el hecho de que el fuego vaya hacia arriba; el creyente, sin embargo, sólo ve en las criaturas lo que en ellas pueda encontrar de fundamento de relación con Dios, como que son creadas por Dios, que le están sometidas, etc.

De donde no se ha de achacar a imperfección de la doctrina de la fe el que pase de largo muchas propiedades de las cosas, como la figura de cielo y la cualidad del movimiento pues ni siquiera el naturalista trata de aquellas propiedades de la línea que considera el geómetra, sino so lamente aquellas que le atañen en cuanto es término del cuerpo natural

Podría ocurrir que el filósofo y e creyente coincidiesen en algún tratado acerca de las criaturas, mas, en este caso, uno y otro las considerarla bajo distintos principios, pues el filósofo argumentaría acudiendo a las causas propias de las cosas, mientras que el creyente acudiría a la causa primera; por ejemplo: porque asá está revelado por Dios, o porque esto resulta en gloria de Dios, o porque el poder de Dios es infinito. De aquí que se deba llamar a la teología suprema sabiduría, puesto que versa sobre la causa altísima, según aquello del Deuteronomio: “Esta es vuestra sabiduría y entendimiento a los ojos de los pueblos”. Y por este la sirve como a principal. Y, por le mismo, la sabiduría divina parte a veces de principios de la filosofía humana, pues, aun entre los filósofos, la filosofía primera se sirve de las pruebas de todas las ciencias para mostrar su tesis.

De aquí se sigue también que una y otra doctrina proceden por distinto orden. Pues en la filosofía, que considera las criaturas en sí mismas y partiendo de ellas conduce al conocimiento de Dios, la consideración de las criaturas es la primera, y la de Dios la última. En la teología, que considera a las criaturas sólo en orden a Dios, lo primero es el conocimiento de Dios y después el de las criaturas. Y así este segundo conocimiento es más perfecto, como más semejante al conocimiento de Dios, quien, conociéndose a sí mismo, ve lo demás.

Por tanto, siguiendo este orden, después de lo dicho en el libro primero sobre Dios en sí considerado, debemos proseguir sobre lo restante, o sea, las cosas que proceden de Él.

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