CAPÍTULO II: La consideración de las criaturas es útil para instruirse en la fe

CAPÍTULO II

La consideración de las criaturas es útil para instruirse en la fe

La meditación de las obras divinas es necesaria para instruir a la fe humana acerca de Dios.

Primeramente, porque, de cualquier manera que meditemos tales obras, tenemos motivo para admirar y considerar la sabiduría divina; pues las obras de arte manifiestan el arte con que están hechas, y Dios produjo sabiamente las cosas en el ser, conforme a lo que se dice en el Salmo: “Todo lo hiciste con sabiduría”. De donde, considerando tales obras, podemos inferir la sabiduría divina, hechas como están en virtud de cierta comunicación de semejanza que por ellas se encuentra desparramada, pues se dice en el Eclesiástico: “La diseminó -a la sabiduría- sobre todas sus obras”. De aquí que al decir el Salmo: “Maravillosa se ha hecho tu ciencia en mí; se ha fortalecido y no podré con ella”, y sobreañadir el auxilio de la iluminación divina, cuando dice: “La noche me esclarecerá”, etc., manifiesta que la consideración de las obras divinas le ayuda a conocer la sabiduría divina. Así dice: “Admirables son tus obras, y mi alma de sobra las conoce”.

En segundo lugar, esta consideración conduce a admirar el poder altísimo de Dios, y, por consiguiente, engendra reverencia a Dios en los corazones de los hombres; porque es natural suponer que el poder del que obra sea más excelente que las cosas hechas por él. Por esto se dice en el libro de la Sabiduría: “Los que hayan admirado el poder y obras de esas cosas -o sea, del cielo, estrellas y elementos del mundo, cual se admiran los filósofos-, entiendan que el que las hizo es más potente que ellas”. Y en la Epístola a los Romanos se dice: “Lo invisible de Dios se alcanza a conocer por lo que ha sido hecho lo mismo que su poder sempiterno y divinidad”. De este admirar a Dios procede el temor y la reverencia, según se dice en Jeremías: “Grande es tu nombre en fortaleza, ¿quién no te temerá, oh Rey de las gentes?”

Eh tercer lugar, esta consideración enciende a las almas de los hombres en el amor a la bondad divina, pues toda la bondad y perfección diseminada entre las criaturas se encuentra acumulada en Él, como en la fuente de toda bondad, según se demostró en el libro primero (capítulo 28).

Si, pues, la bondad, pulcritud y encanto de las criaturas cautiva tanto las almas humanas, la fontanal bondad del mismo Dios, comparada diligentemente con los arroyuelos de bondad encontrados en cada criatura, inflamará y arrebatará hacia sí a las animas de los hombres. Por esto dice el Salmo: “Me deleitaste, Señor, con tu obra, y transportado en gozo me quedé ante las obras de tus manos”. Y en otra parte se dice de los hijos de los hombres: “Se saciarán de la abundancia de tu casa -como quien dice: de toda criatura-, y los abrevarás como en el torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente de la vida”. Y en el libro de la Sabiduría se dice contra algunos: “De lo que asemeja a lo bueno -esto es, las criaturas, que son buenas por cierta participación- no alcanzaron a conocer al que es”, o sea, verdaderamente bueno, y aún más, la misma bondad, como quedó demostrado en el primer libro (cc. 37 y 38).

Por último, esta consideración sitúa a los hambres en cierta semejanza con la perfección divina, pues se demostró en el libro primero (capítulos 48 y 49) que Dios, conociéndose a sí mismo, ve en sí todo lo demás; y como quiera que la fe cristiana instruye al hombre principalmente sobre Dios, y por la luz de la divina revelación le hace conocedor de las criaturas, se efectúa en el hombre cierta semejanza con la sabiduría divina. De aquí que se diga: “Todos nosotros contemplamos a cara descubierta la gloria del Señor, nos transformamos en la misma imagen”.

Así, pues, es evidente que la consideración de las criaturas tiene importancia para la instrucción de la fe cristiana. Por lo cual se dice: “Voy a traer a la memoria las obras del Señor y a pregonar lo que he visto. En la palabra del Señor están sus obras”.

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