CAPÍTULO CXXXV: Solución a las objeciones contra los diversos géneros de vida de quienes abrazan la pobreza voluntaria

CAPÍTULO CXXXV

Solución a las objeciones contra los diversos géneros de vida de quienes abrazan la pobreza voluntaria

Después de lo dicho, debe tratarse de los distintos géneros de vida en que han de vivir los que siguen la Pobreza voluntaria.

El primer género de vida, que consiste en que todos vivan en comunidad del precio de las posesiones vendidas, es, sin duda alguna, suficiente, mas no para mucho tiempo. Y por esta razón los apóstoles establecieron entre los fieles de Jerusalén este género de vida, porque preveían por el Espíritu Santo que no habían de permanecer por mucho tiempo en aquella ciudad, ya por las persecuciones que habían de sufrir por parte de los judíos, ya por la inminente destrucción de la ciudad y de sus 1 habitantes; por lo cual no fue preciso proveer a los fieles sino por poco tiempo; de aquí que al dispersarse entre los gentiles, en medio de los cuales había de afirmarse y perdurar la Iglesia, no se lee que establecieran este género de vida.

Mas no es el fraude que puedan cometer los administradores contra este género de vida, porque esto es común a todo género de vida en que algunos viven en comunidad; y en éste ocurriría tanto menos cuanto parece que quienes siguen la vida perfecta cometerán un fraude con menos facilidad. Esto se remedia por la prudente institución de administradores fieles. Por eso, en tiempo de los apóstoles, fueron elegidos Esteban y otros que eran considerados aptos para este oficio.

(Para la “tercera” objeción no hay una respuesta especial; la solución queda manifiesta por lo ya dicho en este capítulo.)

Hay también un segundo género de vida conveniente a los que siguen la pobreza voluntaria, consistente en que vivan de las posesiones comunes; pues por él no se pierde nada de la perfección, a la cual tienden los que siguen la pobreza voluntaria. Porque puede hacerse que uno o pocos administren debidamente las posesiones, y así los demás, quedando exentos de la preocupación de las cosas temporales, puedan dedicarse libremente a las cosas espirituales, que es el fruto de la pobreza voluntaria. Y nada les falte tampoco de la vida perfecta a aquellos que se encargan de este cuidado por los demás; pues lo que parecen perder por falta de quietud lo recuperan en el ejercicio de caridad, en que consiste la perfección de la vida.

Y por este género de vida tampoco se pierde la concordia por motivo de poseer en común. Pues la pobreza voluntaria deben adoptarla quienes desprecian las cosas temporales; y estos tales no pueden tener discordia a causa de las cosas temporales comunes, cuando no deben esperar de las cosas temporales nada más que lo necesario para la vida, y, debiendo ser fieles administradores, no debe rechazarse este género de vida porque algunos abusen de él, ya que los malos usan mal de las cosas buenas, como los buenos usan bien aun de las cosas malas.

El tercer género de vida, que consiste en vivir del trabajo manual, conviene también a los que siguen la pobreza voluntaria.

En efecto, no es superfluo renunciar a los bienes temporales para adquirirlos de nuevo por el trabajo manual, como decía la “primera” objeción; porque la posesión de las riquezas requería la solicitud para adquirirlas o, por lo menos, para conservarlas, atrayendo el afecto del hombre, lo cual no ocurre cuando alguien procura adquirir el alimento cuotidiano por medio del trabajo manual.

Y es manifiesto que, para adquirir mediante el trabajo manual el alimento que se requiere para el sustento de la naturaleza, es suficiente poco tiempo y poco cuidado; mas para adquirir riquezas y abastecerse en demasía, mediante el trabajo manual, como buscan los trabajadores seglares, hay que emplear o consumir mucho tiempo y tener máximo cuidado; con lo cual queda manifiesta la solución de la “segunda” objeción.

Ha de tenerse en cuenta también que el Señor no prohibió en el Evangelio el trabajo, sino la preocupación de la mente por las cosas necesarias para la vida; en efecto, no dijo: “No queráis trabajar”, sino: “No queráis estar preocupados”. Y pruébalo partiendo de lo inferior: porque si la divina providencia sustenta a las aves y los lirios, que son de naturaleza inferior y no pueden trabajar en aquellas obras con las que los hombres se procuran alimento, mucho más proveerá a los hombres, que son de naturaleza más digna y fueron dotados por El del poder de procurarse el sustento por sus propios trabajos, a fin de que no sea necesario afligirse demasiado buscando lo indispensable para la vida. De donde se ve que, por las palabras del Señor que se aducían, no se condena este género de vida.

Y tampoco puede condenarse este género de vida por no ser suficiente. Porque el que alguien no pueda proporcionarse por el trabajo manual el mínimo indispensable para el alimento, ya sea por enfermedad u otras cosas similares, ocurre en contadas ocasiones. Y no se ha de rechazar ordenación alguna porque sobrevenga un defecto en casos excepcionales, pues esto ocurre también en las ordenaciones naturales y en las voluntarias. Y no hay género de vida por el cual se provea al hombre de tal manera que no tenga sus fallos, porque así como el que vive del trabajo manual puede enfermar, así también pueden perderse las riquezas por hurto o rapiña. -Pero todavía queda cierto remedio para el género de vida ya citado, que consiste en que aquel cuyo trabajo no le rinde lo suficiente para su propio sustento sea socorrido, o por otros de la misma sociedad, que pueden trabajar más de lo que necesitan, o por quienes poseen riquezas, en conformidad con la ley de la caridad y del amor natural, mediante la cual un hombre socorre a otro indigente. Por eso, al decir el Apóstol: “El que no quiere trabajar, no coma”, añadió, en favor de quienes no se bastan para procurarse el alimento por su propio trabajo, una advertencia para los otros, diciendo: “Mas vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien”.

Y como para el alimento indispensable basta con poco, no es menester que quienes se contentan con poco ocupen mucho tiempo en el trabajo manual para adquirir lo necesario. Y de este modo no se ven muy impedidos para hacer otras obras espirituales por las cuales adoptaron la pobreza voluntaria; y máxime cuando pueden, mientras trabajan manualmente, pensar en Dios, alabarle y hacer otras cosas similares que deben observar especialmente quienes viven entregados a Él. Además de que pueden ser ayudados también con las limosnas de los demás fieles para que no queden totalmente impedidos en las cosas espirituales.

Y aunque no se abrace la pobreza voluntaria para huir del ocio o macerar la carne con el trabajo manual -pues esto también pueden hacerlo quienes poseen riquezas-, no obstante, es indudable que el trabajo manual sirve para lo dicho, prescindiendo de la necesidad de ganarse el alimento. Sin embargo, mediante otras ocupaciones más útiles puede huirse del ocio, y mediante remedios más eficaces puede domeñarse la concupiscencia de la carne; luego por estos motivos no es inminente la necesidad de trabajar para aquellos que tienen o pueden tener otras cosas de que vivir lícitamente; porque sólo la necesidad de alimento fuerza al trabajo manual. Por lo cual dice también el Apóstol: “El que no quiere trabajar, no coma”.

El cuarto género de vida, o sea el vivir de lo que otros proporcionan, es también conveniente a quienes abrazan la pobreza voluntaria.

En efecto, no hay inconveniente en que aquel que renuncia a lo suyo a cambio de algo que redunda en beneficio de los otros, se sustente de lo que los otros le dan. De no ocurrir esto, la sociedad humana no podría subsistir, porque, si cada uno se cuidase únicamente de sus propias cosas, no habría nadie que sirviese a la utilidad común. En consecuencia, es oportuno a la sociedad humana que los que, renunciando al cuidado de sus propias cosas, sirven a la utilidad común, sean alimentados por aquellos a cuya utilidad sirven. Por esta misma razón, dos soldados viven de los estipendios de los otros, y se provee a los gobernantes de la república del fondo común. Y quienes adoptan la pobreza voluntaria para seguir a Cristo, renuncian ciertamente a todas las cosas para consagrarse a la utilidad común, como ilustrando al pueblo con la sabiduría, la erudición y los ejemplos, o confortándolos con su oración e intercesión.

Por eso es evidente también que no viven bajamente de lo que otros les dan, pues les devuelven mayores bienes, recibiendo bienes temporales para alimentación y aprovechando a tos otros en los bienes espirituales. Por esto dice el Apóstol: “Vuestra abundancia -a saber, en las cosas temporales- alivie la escasez de aquéllos” en las mismas cosas temporales, “para que asimismo su abundancia -a saber, en las cosas espirituales- alivie vuestra penuria”. En efecto, quien ayuda a otro se hace partícipe de sus obras tanto en lo bueno como en lo malo.

Y, mientras con sus ejemplos estimulan a otros a la virtud, ocurre que los que progresan por sus ejemplos se aficionan menos a las riquezas, viendo que otros renuncian totalmente a ellas a cambio de la vida perfecta. Pero cuanto uno ama menos las riquezas y es más propenso a la virtud, tanto más fácilmente distribuye también estas riquezas mara socorrer la necesidad ajena. Por lo cual, los que, adoptando la pobreza voluntaria, viven de lo que otros les dan, se hacen más bien útiles a los otros pobres (provocando a otros con sus palabras y ejemplos a obras de misericordia) que perjudiciales, recibiendo los beneficios para el sustento de la vida ajena.

Se ve también que los hombres perfectos en virtud, cuales deben ser quienes siguen la pobreza voluntaria menospreciando las riquezas, no pierden la libertad de ánimo por lo poco que reciben de los demás para sustentar la vida, ya que el hombre no pierde la libertad de ánimo sino por las cosas que se apoderan de su afecto. Y por eso el hombre, si se le da lo que menosprecia, no pierde la libertad de ánimo.

Mas aunque el sustento de quienes viven de lo que otros les dan dependa de la voluntad de los donantes, sin embargo, no por esto es insuficiente para tal género de vida para sustentar a los pobres de Cristo. Porque no depende de la voluntad de uno, sino de muchos. Y no es probable que en la congregación del pueblo fiel no haya quienes socorran espontáneamente las necesidades de aquellos a quienes reverencian por la perfección de su virtud.

Tampoco hay inconveniente en que expongan sus necesidades y pidan lo necesario para otros o para sí. Pues se lee que también los apóstoles hicieron esto, no sólo recibiendo lo necesario de manos de aquellos a quienes predicaban -lo cual era signo de poder más que de necesidad, por haber ordenado el Señor que “los que anuncian el Evangelio, que vivan del Evangelio”-, sino también recibiendo lo necesario para los pobres que había en Jerusalén, los cuales, renunciando a lo suyo, vivían en pobreza, aunque no predicaban a los gentiles; mas su trato espiritual podía ser útil a quienes les sustentaban. Por eso el Apóstol aconseja que a estos tales, no por obligación, sino por voluntad de los donantes, se les socorra con limosnas; lo cual equivale a mendigar. -Pero esta mendicidad, si se hace moderadamente, para lo necesario, no para lo superfluo, y sin importunar, no vuelve a los hombres despreciables, considerada la condición de las personas a quienes se pide y las circunstancias de lugar y de tiempo; cosas que han de tener en cuenta quienes siguen la pobreza voluntaria.

Y ello demuestra, a la vez, que tal mendicidad no es deshonrosa, como lo sería si se hiciese importuna e indiscretamente y para placeres y cosas superfluas.

(La octava objeción no tiene respuesta propia; sin embargo, véase “El tercer género de vida”…)

Sin embargo, es manifiesto que la mendicidad se hace con cierto envilecimiento; porque así como padecer es menos noble que obrar, así también recibir es menos noble que dar, y ser gobernados y obedecer, que gobernar y mandar, aunque pueda esto quedar recompensado por algo adjunto.

Pero el adoptar espontáneamente cuanto se relaciona con la abyección corresponde a la humildad, aunque no siempre, sino cuando es necesario. Porque, como la humildad es una virtud, nada hace indiscretamente. Luego no es humildad, sino necedad, el que uno acepte cualquier abyección; lo es, sí, cuando uno acepta lo abyecto porque es necesario para la virtud. Por ejemplo, si la caridad exige que se preste al prójimo algún servicio bajo por humildad, nadie debe rechazarlo. Por consiguiente, si es necesario para seguir la perfección de la vida pobre que alguien mendigue, toca a la humildad el soportar esta abyección. -Incluso algunas veces corresponde a la virtud el aceptar cosas abyectas, aunque no lo exija nuestro oficio, para que con nuestro ejemplo excitemos a otros a quienes corresponde hacerlo, a fin de que lo soporten más fácilmente; pues el general desempeña también en ocasiones el papel de soldado para animar a los demás. -Otras veces nos servimos también de lo abyecto por virtud como de cierta medicina. Por ejemplo, si uno es propenso a un orgullo inmoderado, se aprovecha útilmente, con la debida moderación, de las abyecciones espontáneas o impuestas por otros para reprimir el orgullo, pues al hacer tales cosas se equipara en cierto modo a los hombres más bajos, que se ocupan de los oficios más viles.

Por consiguiente, es totalmente absurdo el error de quienes piensan que el Señor les ha prohibido la preocupación de adquirir el sustento. Pues todo acto requiere una preocupación. En consecuencia, si el hombre no debiera preocuparse de las cosas corporales, resultaría que no debería hacer nada corporal, lo cual es imposible e irracional que se observe. En efecto, Dios dotó a cada cosa de acciones conformes a la propiedad de su naturaleza. Mas el hombre está compuesto de naturaleza espiritual y corporal. Por lo tanto, es menester que, según la disposición divina, el hombre ejecute acciones corporales y tienda a las cosas espirituales; y tanto más perfecto será el hombre cuanto más tienda a éstas. Sin embargo, este género de perfección humana no consiste en no hacer nada corporal; porque, como quiera que las acciones corporales se ordenan a lo que es necesario para la conservación de la vida, si alguien las abandona, descuida su vida, que cada cual debe conservar. Y esperar el auxilio divino, sin hacer por nuestra parte, en aquellas cosas que cada uno puede realizar por sus medios, es propio del necio y del que tienta a Dios. Porque es propio de la bondad divina proveer a todas las cosas, no haciéndolo todo inmediatamente, sino moviendo a otros a sus propias acciones, según se demostró antes (c. 77). Luego no se ha de esperar que, al omitir uno la acción propia con que puede valerse, Dios le ayude, pues esto se opone a lo dispuesto por Dios y a su bondad.

Mas porque, aunque en nosotros esté el obrar, no lo está, sin embargo, el que nuestras acciones alcancen su debido fin, por los impedimentos que pueden sobrevenir, el resultado de la acción propia de cada uno queda subordinado a la divina disposición. Por esta razón ordenó el Señor que no debemos afanarnos por lo que a Él le pertenece, es decir, los resultados de nuestras acciones; pero no prohibió que dejáramos de afanarnos por lo que nos pertenece, o sea, por nuestras acciones. Por consiguiente, no obra contra el precepto del Señor el que se cuida de lo que ha de hacer, sino el que se afana por la que puede sobrevenir, aunque ejecute sus propias acciones de modo tal que, para impedir estos efectos contra los cuales debemos esperar en la providencia de Dios -que sustenta también a las aves y las hierbas-, omita él las acciones debidas; porque el afanarse así parece pertenecer al error de los gentiles, que niegan la divina providencia. Por esto concluye el Señor: “No os inquietéis, pues, por el mañana”. Con ello no prohibió que conserváramos lo que nos es necesario a su tiempo para el mañana, sino el que nos inquietáramos por los sucesos futuros, como desesperando del auxilio divino; o también que no nos inquiete hoy el cuidado que hemos de tener mañana, ya que cada día tiene su propia preocupación. Por lo cual se añade: “Bástale a cada día su afán”.

Así, pues, vemos que quienes siguen la pobreza voluntaria pueden vivir varios géneros de vida, todos ellos convenientes. Entre los cuales tanto más laudable es un género de vida cuanto más libra el ánima de la solicitud y ocupación de las cosas corporales.

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