CAPÍTULO CXXXIV: Solución a las objeciones contra la pobreza expuestas anteriormente

CAPÍTULO CXXXIV

Solución a las objeciones contra la pobreza expuestas anteriormente

Habiendo examinado esto, no es difícil resolver las objeciones expuestas, con las cuales se impugna la pobreza (c. 131).

Pues, aunque exista naturalmente en el hombre el apetito de reunir lo que es necesario para la vida, como proponía la “primera” objeción, sin embargo, no está en él de tal modo que sea necesario que cada uno se ocupe de esto. Pues incluso entre las abejas no todas se dedican al mismo oficio, sino que unas recogen la miel, otras construyen con la cera los panales, mientras que las reinas no se ocupan en estas obras. Y así debe ocurrir entre los hombres; en efecto, como hay muchas cosas necesarias para la vida del hombre, que uno no puede obtener por sí mismo, es preciso que las cosas diversas sean hechas por distintas hombres, por ejemplo, que unos sean agricultores, otros pastores, otros constructores, y así en otros casas. Y como la vida de los hombres no sólo necesita las cosas corporales, sino principalmente las espirituales, es preciso también que algunos se dediquen a las cosas espirituales en beneficio de los demás, debiendo estar exentos de cuidados temporales. Mas la divina providencia distribuye los diversos oficios entre personas distintas, conforme a que algunos tienen más inclinación a estos oficios que a los otros.

Así, pues, queda manifiesto que quienes renuncian a las cosas temporales no se privan del sustento de la vida, como adelantaba la “segunda” objeción. En efecto, les queda una esperanza probable de sustentar la propia vida, bien por el trabajo propio, bien por los beneficios de otros, ya reciban éstos a modo de posesiones comunes o de alimento cotidiano; pues así como “lo que podemos por los amigos lo podemos en cierto modo por nosotros mismos”, como dice el Filósofo, así también lo que poseen los amigos lo poseemos en cierto modo nosotros. Conviene, pues, que haya mutua amistad entre los hombres, en cuanto que mutuamente se ayudan, ya sea en las cosas espirituales, ya en los oficios terrenos. Pero vale más ayudar a otro en las cosas espirituales que en las temporales, en cuanto que las cosas espirituales son más excelentes y más necesarias para conseguir el fin de la bienaventuranza. Por lo cual quien se priva, 1mediante la pobreza voluntaria, de la facultad de socorrer a otros en las cosas temporales para conseguir cosas espirituales, por las cuales pueda socorrerles con más utilidad, no obra contra bien común de la sociedad humana, como concluía la “tercera” objeción.

Y todo lo dicho manifiesta que las riquezas son cierto bien del hombre, en cuanto que se ordenan al bien de la razón, mas no lo son por sí mismas; por lo cual nada impide que la pobreza sea mejor si por ella se ordena alguno a un bien más perfecto. Y así se resuelve la “cuarta” objeción.

Y como ni las riquezas ni la pobreza ni ningún bien exterior son por sí mismos un bien del hombre, sino sólo en cuanto se ordenan al bien de la razón, nada impide que se origine de ellos algún vicio cuando el hombre no usa de ellos según las reglas de la recta razón. No obstante, no han de juzgarse por eso como absolutamente malos, sino que es malo el uso que de ellos se hace; y así no debe despreciarse la pobreza por ciertos vicios que ocasionalmente proceden de ella alguna vez, como pretendía demostrar la “quinta” objeción.

Debe tenerse en cuenta también aquí que el medio de la virtud no se toma según la cantidad de cosas exteriores de que nos servimos, sino según la regla de la razón. Efectivamente, no hay quien tienda a mayores cosas que el magnánimo, o quien supere al magnífico en la superioridad de los gastos. Por lo tanto, guardan el medio, no por la cantidad de los gastos u otras cosas similares, sino en cuanto que sobrepasan la regla de la razón, ni se quedan por debajo de ella; y esta regla no sólo mide la cantidad de la cosa que se usa, sino también la condición de la persona, su intención, la oportunidad de lugar y de tiempo y otras circunstancias semejantes que se requieren para los actos virtuosos. Por consiguiente, no contraría uno a la virtud por la pobreza voluntaria aunque renuncie a todas las cosas. Y no obra en esto con prodigalidad, toda vez que lo hace por el fin debido y observando las debidas condiciones. Pues, más que renunciar a todas las cosas por un fin debido, es exponerse a sí mismo a la muerte, como hace alguno por la virtud de la fortaleza, salvando las debidas circunstancias. Y así se resuelve la “sexta” objeción.

En cuanto a la “séptima” objeción, las palabras de Salomón que se aducen no son contrarias. Porque se ve Claramente que habla de la pobreza impuesta, que suele ser ocasión de hurto.

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