CAPÍTULO CXXXII
De los géneros de vida de quienes abrazan la pobreza voluntaria
Y parece que esta cuestión se hace más apremiante si se consideran especialmente los géneros de vida en que necesariamente han de vivir quienes abrazan la pobreza voluntaria.
Hay un género de vida que consiste en vender las posesiones de cada uno y vivir todos de su precio en comunidad; lo cual parece que fue observado en Jerusalén en tiempo de los apóstoles, pues se dice: “Cuantos eran dueños de haciendas o casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido y lo depositaban a los pies de los apóstoles; y a cada uno se le repartía según su necesidad”. Pero este género de vida no parece proveer suficientemente a la vida humana.
En primer lugar, porque no es fácil que muchos de los que tienen grandes posesiones acepten esta vida; y si se distribuye entre muchos el dinero recibido de las posesiones de unos pocos ricos, no será suficiente para mucho tiempo.
Y porque es posible y fácil, por otra parte, que se pierda el dinero así adquirido, ya por fraude de los administradores, ya por hurto o rapiña. En vista de esto, los que siguieron esa pobreza quedarán sin sustento para vivir.
Igualmente, se producen muchas eventualidades que obligan a los hombres a cambiar de lugar. Por lo tanto, no será fácil proveer del dinero recibido a cambio de las posesiones, y puesto en común, a quienes tal vez tuvieron necesidad de dispersarse por distintos lugares.
Existe también otro género de vida que consiste en tener las posesiones en común, de las cuales se provee a cada uno según su necesidad, como se observa en muchos monasterios. Pero este género de vida tampoco parece conveniente.
En efecto, las posesiones terrenas requieren cierto cuidado tanto para procurar los frutos como para defenderlos de los fraudes y violencias; y dicho cuidado ha de ser tanto mayor y ejercido por más individuos cuanto mayores sean las posesiones que han de bastar para el sustento de muchos. Luego, en este género de vida, se malogra el fin de la pobreza voluntaria, al menos en atención a muchos que han de cuidarse de la administración de las posesiones.
La posesión en común suele ser también causa de discordia. En efecto, no pleitean los que nada tienen en común, por ejemplo, los españoles y los persas, sino los que tienen algo común; esto es la explicación de las discordias entre hermanos. La discordia, por otra parte, impide en demasía la dedicación de la mente a las cosas divinas, como dijimos antes (c. 128). Por lo tanto, este género de vida, según parece, impide el bien de la pobreza voluntaria.
Pero existe todavía un tercer género de vida, que consiste en que los que siguen la pobreza voluntaria se sustenten del trabajo de sus manos; éste es el que seguía y propuso a otros con su ejemplo e instrucción el apóstol San Pablo, para que lo observaran. Pues dice: “Ni de balde comimos el pan de nadie, sino que con afán y con fatiga trabajamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros. Y no porque no tuviéramos derecho, sino porque queríamos dalos un ejemplo a imitar. Y, mientras estuvimos entre vosotros, os advertíamos que el que no quiera trabajar que no coma”. -Pero este género de vida tampoco parece conveniente.
El trabajo manual es necesario para el sustento de la vida en cuanto que por él se adquiere algo. Parece, pues, superfluo que alguien, abandonando lo necesario, trabaje para adquirirlo de nuevo. Por tanto, si después de haber seguido la pobreza voluntaria es necesario adquirir de nuevo, por medio del trabajo manual, algo de qué sustentarse, fue superfluo el abandonar todas aquellas cosas que uno poseía para sustento de la vida.
Además, en tanto se aconseja la pobreza voluntaria en cuanto que por ella uno se halla más expedito para seguir a Cristo, ya que exime de los cuidados seculares. Ahora bien, parece requerir mayor cuidado adquirir alguien el sustento con su propio trabajo que usar para el sustento de la vida de aquellas cosas que poseía, principalmente si tenía suficientes posesiones o bienes muebles, con los cuales fácilmente adquiriría lo necesario para el sustento. No parece, en consecuencia, conveniente al propósito de los que abrazan la pobreza voluntaria el vivir del trabajo manual.
Añádase a esto que el Señor, apartando a sus discípulos del cuidado de las cosas terrenas, parece prohibirles, a semejanza de las aves y de los lirios del campo, el trabajo manual; en efecto, dice: “Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros”. Y en otro lugar: “Mirad los lirios del campo cómo crecen, no se fatigan ni hilan”.
Parece también que este género de vida es insuficiente. Porque hay muchos deseosos de vida perfecta, a los cuales no ayuda la capacidad o el arte para poder pasar la vida en el trabajo manual, ya que no fueron criados e instruidos en estas cosas. Según esto, estarían mejor dotados para abrazar la vida perfecta los rústicos y artesanos que los que se dedicaron al estudio de la sabiduría y fueron criados en las riquezas y placeres, que abandonaron por Cristo. -Acontece también que algunos que abrazan la pobreza voluntaria enferman o quedan impedidos de cualquier otro modo para poder trabajar. Así, pues, quedarían desprovistos de lo necesario para la vida.
Del mismo modo, no basta el trabajo de un poco de tiempo para adquirir lo necesario para la vida, como se ve en muchos, que destinan a esto todo el tiempo sin poder apenas adquirir el sustento suficiente. Si, pues, los que siguen la pobreza voluntaria tuviesen que adquirir con el trabajo manual el sustento, se seguiría que emplearían la mayor parte del tiempo de su vida en este trabajo, y, por consiguiente, quedarían impedidos de ejecutar otras acciones más necesarias y que requieren también mucho tiempo, como son el estudio y la sabiduría, la enseñanza y otros ejercicios espirituales del mismo género. Y así, la pobreza voluntaria más impediría que dispondría a la vida perfecta.
Mas, si alguien dijera que el trabajo manual es necesario para huir del ocio, esto no hace al caso. Mejor sería, en efecto, huir del ocio ocupándose en las virtudes morales, a las cuales sirven orgánicamente las riquezas, por ejemplo, dando limosnas, y otras obras semejantes, que por el trabajo manual. Además, sería vano aconsejar la pobreza solamente para que los hombres convertidos en pobres huyesen del ocio, ocupando su vida en trabajos manuales, a no ser que se des aconsejara para que se dedicasen a ejercicios más nobles que aquellos que se hacen en la vida común de los hombres.
Y si alguien dijera que el trabajo manual es necesario para domeñar las concupiscencias de la carne, esto no afecta a nuestro intento. Pues indagamos a ver si es necesario que los que siguen la pobreza voluntaria adquieran el sustento con el trabajo manual. -Además de esto, es posible domeñar las concupiscencias de la carne de muchas otras maneras; por ejemplo, con ayunos, vigilias y otras cosas semejantes. Los ricos, que no tienen necesidad de trabajar para procurarse el sustento, pueden servirse también del trabajo manual con este fin.
Y existe también otro género de vida, a saber, que los que siguen la pobreza voluntaria vivan de lo que les dan otros que, conservando las riquezas, quieren adelantar en esta perfección de la pobreza voluntaria. Y este género de vida parece haberlo observado el Señor con sus discípulos, pues se lee en el Evangelio que seguían a Cristo algunas mujeres “que le servían de sus bienes”. -Con todo, este género de vida tampoco parece conveniente. En efecto, no parece razonable que uno renuncie a lo suyo y viva de lo ajeno.
Por otra parte, parece inconveniente que alguien reciba de otro una cosa y no le pague nada; porque en dar y recibir se observa la igualdad de la justicia. -Sin embargo, puede defenderse que los que sirven a otros en algún oficio vivan de lo que reciben de ellos; por lo cual no parece inconveniente que los ministros del altar y los predicadores, que dan al pueblo la doctrina y demás cosas divinas, reciban de él el sustento de la vida; “porque el obrero es acreedor a su sustento”, como dice el Señor. Por lo cual dice el Apóstol: “Así ha ordenado el Señor a los que anuncian el Evangelio que vivan del Evangelio, como los que sirven del altar participan del altar”. Parece, por tanto, inconveniente que aquellos que no sirven al pueblo en ningún oficio reciban del pueblo lo necesario para la vida.
Este género de vida parece que es también perjudicial a otros. Pues hay algunos que por su pobreza y enfermedad no pueden bastarse a sí mismos y necesitan alimentarse de los beneficios de otros; y estos beneficios han de disminuir necesariamente si los que siguen voluntariamente la pobreza han de sustentarse de lo que otros les dan, ya que no hay suficientes hombres ni están dispuestos a socorrer a una gran multitud de pobres. Por lo cual manda el Apóstol: “Quien tenga viuda en su casa asístala, para que la Iglesia pueda asistir a las que son viudas de verdad”. Así, pues, es inconveniente que los hombres que eligen la pobreza abracen este género de vida.
Para la perfección de la virtud se requiere, además, en gran manera, la libertad de espíritu, y, quitada ésta, los hombres fácilmente “vienen a participar de los pecados ajenos”, o consintiendo expresamente, o adulándolos, o al menos disimulándolos. Pues a esta libertad le causa grande perjuicio el género de vida de que venimos hablando; porque no puede menos de ocurrir que el hombre tema ofender a aquel de cuyos beneficios vive. Por consiguiente, dicho género de vida impide la perfección de la virtud, que es el fin de la pobreza voluntaria, y, así, no parece convenir a los voluntariamente pobres.
Además, no podemos disponer de lo que depende de la voluntad de otro. Ahora bien, depende de la voluntad del donante dar sus cosas propias. Luego por este género de vida no se provee suficientemente a los que son pobres voluntariamente en la abundancia del sustento de la vida.
Es preciso también que los pobres, que han de alimentarse de lo que otros les dan, expongan sus necesidades y pidan lo necesario. Mas tal mendicidad vuelve despreciables y hasta gravosos a los pobres; pues los hombres se creen superiores a aquellos que necesitan ser alimentados por ellos y difícilmente dan lo que es de precio subido. Conviene, por tanto, que los que adoptan la vida perfecta sean reverenciados y amados, para que de este modo los hombres les imiten más fácilmente y sigan con noble emulación el estado de la virtud; pero, si aconteciese lo contrario, se desprecia la misma virtud. Por consiguiente, el vivir de limosna es un género de vida nocivo en aquellos que para conseguir la virtud perfecta abrazan voluntariamente la pobreza.
Asimismo, los hombres perfectos no sólo han de huir del mal, sino también de lo que tiene apariencia de mal; porque dice el Apóstol: “Absteneos hasta de la apariencia de mal”. Y el Filósofo dice que se ha de huir no sólo de las cosas torpes, sino también “de las que parecen torpes”. Ahora bien, la mendicidad tiene apariencia de mal, ya que muchos piden limosna por lucro. Luego no es éste un género de vida digno de ser abrazado por hombres perfectos.
Por otra parte, el consejo de pobreza voluntaria se da para que la mente del hombre, libre del cuidado de las cosas terrenas, se dedique más libremente a Dios. Pero este modo de vivir de limosna requiere mucho cuidado, pues parece requerir mayor cuidado adquirir lo ajeno que usar lo propio. Por tanto, no parece conveniente este género de vida a los que adoptan la pobreza voluntaria.
Mas, si alguien quisiere alabar la mendicidad por lo que tiene de humildad, hablaría, al parecer, sin razón alguna. En efecto, se alaba la humildad en cuanto desprecia la grandeza terrena que consiste en las riquezas, honores, fama y otras cosas por el estilo, y no en cuanto desprecia la grandeza de virtud, respecto de la cual tenemos que ser magnánimos. Sería, por tanto, una humildad digna de vituperio si alguien por humildad hiciese algo que se opusiera a la excelencia de la virtud. Es así que la mendicidad se opone a la excelencia de la virtud, ya porque “mejor es dar que recibir”, ya porque tiene apariencia de bajeza, como se dijo. Luego la mendicidad no es digna de ser alabada por lo que tiene de humildad.
Hubo también algunos que, siguiendo la pobreza voluntaria, decían que no se había de tener ningún cuidado ni pidiendo limosna, ni trabajando, ni reservándose algo, sino que se debía esperar únicamente de Dios el sustento de la vida, según aquello que se dice en San Mateo: “No os inquietéis por vuestra vida, sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, sobre qué os vestiréis”; y en otro lugar: “No os inquietéis, pues, por el día de mañana”. Pero esto parece una sinrazón total.
En efecto, sería necio querer el fin y despreciar lo que se ordena al fin. Ahora bien, la solicitud humana por la cual el hambre se procura la comida se ordena al fin de la comida. Luego quienes no pueden vivir sin comer han de tener algún cuidado en buscar la comida.
La solicitud de las cosas terrenas no ha de evitarse tampoco sino en cuanto impide la contemplación de las cosas eternas. Ahora bien, no puede un hombre, dotado de cuerpo mortal, vivir sin hacer muchas cosas que impiden la contemplación, como dormir, comer y otras cosas semejantes. No ha de despreciarse, por consiguiente, la solicitud de las cosas terrenas que son necesarias para la vida porque sean impedimento de la contemplación.
Seguiríase además un absurdo espantoso. Pues por idéntica razón se puede decir que el hombre debería dejar de caminar o abrir la boca para comer, o huir de la piedra que cae o de la espada que amenaza, esperando que Dios interviniera; lo cual es tentar a Dios. Por tanto, no ha de despreciarse totalmente el cuidado del alimento.
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