CAPÍTULO CXXXI: Error de los que impugnan la pobreza voluntaria

CAPÍTULO CXXXI

Error de los que impugnan la pobreza voluntaria

Hubo quienes condenaron el voto de pobreza, oponiéndose a la doctrina evangélica. El primero de ellos fue, según San Jerónimo, Vigilando, a quien siguieren poco después algunos otros “que se llamaban a sí mismos doctores de la ley, sin entender ni lo que dicen ni lo que afirman”; siendo inducidos a ello por las razones siguientes y otras semejantes:

El apetito natural reclama que cada animal se provea de lo necesario para la vida; por esto los animales que no pueden hallar en cualquier tiempo del año lo necesario para su vida, reúnen y conservan tales cosas, en virtud de cierto instinto natural, en el tiempo en que pueden hallarlas, como vemos en las abejas y las hormigas. Ahora bien, los hombres necesitan para la conservación de su vida muchas cosas que no pueden hallar en todo tiempo. Luego es natural que el hombre reúna y conserve lo que le es necesario. Es, por lo tanto, contra la ley natural el desparramar mediante la pobreza las cosas acumuladas.

Además, todas las cosas tienen una inclinación natural a cuanto sirve para conservar su propio ser, pues “todas apetecen la existencia”. Es así que por el patrimonio de los bienes exteriores el hombre conserva su vida. Luego, así como cada uno está obligado por ley natural a conservar su propia vida, así también lo está a conservar el patrimonio exterior. En consecuencia, así como es contra la ley natural el qué alguien se suicide, así también es contra dicha ley el que alguien se abstenga de las cosas necesarias a la vida mediante la pobreza voluntaria. Asimismo, “el hombre es por naturaleza animal social”, como se dijo antes (c. 129). Mas la sociedad humana no puede conservarse sin la ayuda mutua. Luego es natural que los hombres se ayuden mutuamente en sus necesidades. Pero los que se abstienen del patrimonio exterior, por el que se auxilia grandemente a los demás, se vuelven impotentes para prestar dicho auxilio. Luego es contra el instinto natural y contra el bien de la misericordia y de la caridad que el hombre se abstenga de todos los bienes de este mundo por la pobreza voluntaria.

Igualmente, si poseer los bienes de este mundo es malo, pero es bueno librar al prójimo del mal, y malo el inducirle a él, será malo, en consecuencia, dar a un indigente los bienes de este mundo, y bueno el quitárselos a quien los posee; cosa que no conviene. Es pues, bueno poseer los bienes de este mundo, y malo, por lo tanto, el abstenerse totalmente de ellos por la pobreza voluntaria.

Por otra parte, han de evitarse las ocasiones del mal. Es así que la pobreza es una ocasión de mal, porque algunos son inducidos por ella a cometer hurtos, adulaciones, perjurios y otras cosas semejantes. Luego no debe adoptarse voluntariamente la pobreza, sino que, por el contrario, debe evitarse que sobrevenga.

Además, como quiera que la virtud consiste en el medio, uno y otro extremos resultarán viciosos. Pues bien, la liberalidad es una virtud que da lo que debe darse y retiene lo que se ha de retener; y, en cambio, la avaricia es un vicio, por defecto, que retiene lo que ha de retenerse y también lo que no debe retenerse; y existe otro vicio, por exceso, el derroche, que todo lo da; y esto hacen quienes siguen voluntariamente la pobreza. Por consiguiente, esto es vicioso y parecido a la prodigalidad.

Estas razones parecen estar confirmadas por la autoridad de la Escritura, pues se dice en los Proverbios: “No me des ni pobreza ni riqueza. Dame aquello que he de menester. No sea que, harto, te desprecie y diga: ¿Quién es Yavé?; o que, necesitada, robe y blasfeme del nombre de Dios”.

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