CAPÍTULO CXXII: Por qué razón la simple fornicación sea pecado, según la divina ley, y que el matrimonio sea cosa natural

CAPÍTULO CXXII

Por qué razón la simple fornicación sea pecado, según la divina ley, y que el matrimonio sea cosa natural

Por lo cual es evidente lo vana, que es la razón de quienes afirman que la simple fornicación no es pecado. Dicen: Sea una mujer sin marido, que no está bajo potestad de nadie, ni de su padre ni cualquier otro; quien se le acerca queriéndolo ella, no la ultraja, pues así le place y tiene poder sobre su cuerpo. Tampoco injuria a un tercero, ya que se supone que no está en potestad de nadie. No parece que es pecado.

Y no parece que sea cumplida respuesta con decir que hace injuria a Dios. Porque no recibe Dios ofensa de nosotros sino por obrar nosotros contra nuestro bien, como hemos dicho. No parece que eso es contra el bien del hombre. Con ello, en consecuencia, no se injuria a Dios.

Por lo mismo no se responde acabadamente con decir que cede en injuria del prójimo a quien se escandaliza. Que acaece escandalizarse uno de algo que de suyo no es pecado, y así se da accidentalmente el pecado. Mas ahora no tratamos de si la simple fornicación es accidentalmente pecado, sino si lo es en sí.

Por tanto, es menester buscar la solución en lo susodicho. Hemos visto que Dios tiene cuidado de cada ser atendiendo a su bien. Es bien de cada ser conseguir su fin, y su real apartarse del debido. Se ha de tener presente esto en el todo y en sus partes, tic manera que cada parte del hombre y cada acto surta su fin. El semen, aunque sea superfluo en la conservación del individuo, es, sin embargo, necesario para la propagación de la especie. Otras excreciones, como la evacuación, la orina, el sudor y demás, para nada sirven; por eso sirven al bien del hombre con sólo emitirlas. Mas no solamente esto se da en el semen, sino que se emite para la utilidad de la generación, a que se ordena el culto. Nula seria la generación del hombre de no seguirse la debida nutrición, pues el engendrado no existiría sin ella. Por tanto, debe ser ordenada la emisión del semen para que se produzca la conveniente generación y la educación del engendrado.

Por lo cual es claro que es contra el bien del hombre toda emisión seminal hecha de tal modo que no pueda surtir generación. Y si se hace a propósito, es por fuerza pecado. Me refiero a esa manera por la cual no se sigue de suyo generación, como es todo derrame seminal sin el natural ayuntamiento de varón y de mujer; por lo que esos pecados se llaman “contra naturaleza”. Porque si circunstancialmente no se produce generación, no por eso es pecado ni contra la naturaleza, como cuando sucede que la mujer es horra.

Igualmente va contra el bien del hombre si se emite el semen de modo que puede surtir generación, pero se estorba la adecuada educación. Ha de saberse que, entre los animales en que la hembra hasta para educar a la prole, el macho y ella no permanecen juntos después del culto, v. gr., en los perros. Mas los hay en que la hembra no es capaz de educarla, y después del coito permanecen juntos lo necesario para su educación e instrucción, como es de ver en algunas especies de aves, cuyos polluelos no pueden buscar el alimento acabados de nacer. Y, pues, esas aves, cual los cuadrúpedos, no los nutren con leche, tan a mano como preparada por naturaleza, sino que, amén de incubarlos, es menester buscarles por otro medio el alimento, no bastando para ello la hembra, por divina providencia le es connatural al macho estarse con ella para su educación. -Ahora bien, es evidente que en la especie humana no basta la mujer sola para la educación de los hijos, ya que las necesidades de la vida humana requieren tanto, que no pueden ser satisfechas solamente por uno. En consecuencia, es conveniente, conforme a la naturaleza humana, que el hombre después del coito cohabite con la mujer y no se marche a escape y se llegue indiferentemente a cualquiera, como entre fornicadores sucede.

Y no es embargo a esta razón que una mujer con sus riquezas sea poderosa a nutrir sola al pequeñuelo, puesto que no se mira la natural rectitud en las acciones humanas por lo que circunstancialmente acaece en un individuo, sino antes bien por lo que se sigue a toda la especie.

Y ha de saberse también que en la especie humana no sólo necesita el hijo de nutrición corporal, como en los demás animales, sino también de instrucción en cuanto al alma. Porque los otros animales tienen naturalmente sus artes, con que pueden proveerse, y el hombre vive con razón, la cual llega a ser capaz después de la experiencia de mucho tiempo. Por donde es menester que los hijos sean instruidos por sus padres como por experimentados. Y no son de recién nacidos capaces de instrucción, sino harto tiempo después; cumplidamente hasta los años de la discreción; y para esa instrucción se ha de gastar luengo tiempo. Y aun entonces por el ímpetu de las pasiones, que enturbian el juicio de la prudencia, necesitan de instrucción con reprensión. Para esto no es bastante la mujer sola, antes se precisa el concurso del varón, en quien la razón es más perfecta para enseñar y más fuerte el poderío en castigar. En la especie humana, pues, es menester entender en sacar adelante a los hijos, no por corto tiempo, como en las aves, sino gran espacio de vida. Por donde, siendo en todos los animales necesario al macho permanecer con la hembra mientras el concurso del padre es necesario a la prole, es connatural al hombre no por poco tiempo, sino tener diuturna sociedad con determinada mujer. A esta sociedad llamamos “matrimonio”. El matrimonio es, pues, connatural al hombre, y el coito fornicario, el tenido fuera del matrimonio, va contra el bien del hombre, y por eso es menester que sea pecado.

Con todo, no hay que tener por pecado leve procurar la emisión seminal sin debido fin de generación y de educación, por aquello de que es leve o ningún pecado si uno usa de alguna parte de su cuerpo para otro uso que el dictaminado por la naturaleza, v. gr.: andar con las manos o hacer algo con los pies; porque tales desordenados usos no impiden mucho el bien del hombre. Pero es que el desarreglado derrame seminal conspira contra el bien de la naturaleza, como es la conservación de la especie. De aquí que, después del pecado de homicidio, que destruye la naturaleza humana ya formada, tal género de pecado parece seguirle, por impedir la generación de ella.

Todo lo dicho está confirmado por la autoridad divina. Que la emisión seminal de la cual no puede seguirse hijos es ilícita, se ve cuando se dice: “No te unirás a varón con coito femenino ni te ayuntarás con ningún animal”; “Ni los masturbadores ni los invertidos poseerán el reino de Dios”. Que la misma fornicación y todo ayuntamiento con la mujer no propia sea ilícito, se ve por las palabras: “No habrá hetaira entre las hijas de Israel ni barragán entre los hijos de Israel”; “Ten cuidado con toda fornicación, y fuera de tu mujer no gustes de conocer el crimen”.

Con esto se rechaza el error de quienes dicen que la omisión seminal no es pecado mayor que cualquier excreción de superfluidades; y de los que afirman que la fornicación no es pecado.

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