CAPÍTULO CXX: El culto de latría sólo se ha de tributar a Dios

CAPÍTULO CXX

El culto de latría sólo se ha de tributar a Dios

Hubo quienes opinaron que el culto de latría debía tributarse no sólo al primer principio de las cosas, sino también a todas las criaturas superiores ad hombre. De ahí que algunos, aunque sostenían que Dios es el primer principio único y universal de las cosas, pensaran que el culto de latría debía tributarse, después de Dios y primeramente, a las substancias intelectuales celestes, a las que llamaban “dioses”, ya fueran substancias absolutamente incorpóreas, ya fuesen las almas de los orbes y estrellas.

En segundo lugar, a ciertas substancias intelectuales que creían unidas a cuerpos aéreos y llamaban “demonios”; y como pensaban que eran superiores a los hombres, como lo es el cuerpo aéreo al terrestre, opinaban que los hombres debían tributarles culto divino; y llamábanlas “dioses” por comparación a los hombres, considerándolas como medios entre los hombres y aquéllos. Además, como creían que las almas de los buenos, cuando se separan del cuerpo, pasan a un estado superior al de la vida presente, también pensaban que se debla tributar culto divino a las almas de los muertos, llamados por ellos “héroes” o “manes”.

Por el contrario, otros, pensando que Dios es el alma del mundo, creyeron que debía rendirse culto divino a todo el mundo y a cada una de sus partes, pero no en atención al cuerpo, sino al alma, que era Dios, según su parecer; igual que cuando tributamos honor al hombre sabio, no por su cuerpo, sino por su alma.

Otros, en cambio, sostenían que debía tributarse también culto divino a aquellas cosas que son inferiores al hombre en naturaleza, puesto que tienen en sí alguna participación de la naturaleza superior. Por eso, como creían que ciertas imágenes hechas por los hombres gozan de alguna virtud sobrenatural por influencia de los cuerpos celestes o por la presencia de algunos espíritus, afirmaban que a dichas imágenes se debía tributar culto divino, y las llamaban “dioses”. Por esto fueron llamados “idólatras”, pues daban culto de latría a los “ídolos”, es decir, a las imágenes.

Pero es irracional que quienes sostienen la existencia de un solo principio sin par den culto divino a otro. Pues nosotros damos culto a Dios, según dijimos (c. prec.), no porque El lo necesite, sino porque nosotros reafirmamos mediante las cosas sensibles nuestra verdadera opinión de Dios. Ahora bien, la opinión sobre la unicidad de Dios, que está sobre todo, no puede consolidarse en nosotros mediante las cosas sensibles, sino porque le tributamos algo que no rendimos a los demás, y que llamarnos “culto divino”. Y es evidente que la verdadera opinión sobre Dios se debilita al tributar a varios ese culto divino.

Además, según dijimos antes, este culto exterior es necesario al hombre para que su alma se mueva a tributar a Dios una reverencia espiritual. Y para que nuestro ánimo se incline a una cosa hace mucho la costumbre, pues nos inclinamos fácilmente a lo que estamos acostumbrados. Mas es costumbre entre los hombres no tributar a nadie el honor que se le da a quien ocupa el primer lugar en la república, como es el rey o el emperador. Luego para que el ánimo del hombre se convenza de que hay un único primer principio de las cosas, se debe tributar a éste lo que a nadie más se tributa. Y es lo que llamamos “culto de latría”.

Si el culto de latría se debiera a alguien por ser superior, y no por ser el supremo, resultaría que, como unos hombres son superiores a otros, y también los ángeles, unos a otros deberían tributarse culto de latría. Y como entre los hombres uno es superior a los demás en una cosa, y en otras es inferior, se tributarían mutuamente culto de latría, lo cual es inconveniente.

Según la costumbre humana, a un beneficio especial se debe también un reconocimiento especial. Ahora bien, el hombre recibe de Dios sumo un beneficio especial, es decir, el de la creación, pues se demostró en el libro segundo (c. 21) que sólo Dios es creador. Luego el hombre debe tributar algo especial en reconocimiento de este beneficio especial. Y tal es el culto de latría.

Latría quiere decir “servicio”, y el servicio se debe al señor. Y es propia y verdaderamente señor quien da a los demás las órdenes para obrar y él de nadie las recibe; pues quien ejecuta lo dispuesto por el superior es más bien ministro que señor. Es así que Dios, supremo principio de todo, dispone todas las cosas a ejecutar sus debidos actos, según demostramos (c. 64); por eso en la Sagrada Escritura se dice que los ángeles y los cuerpos superiores “sirven” a Dios, ejecutando sus órdenes, y a nosotros, en cuyo provecho redundan sus acciones. Por tanto, el culto de latría, que se debe al supremo Señor, sólo debe tributarse al supremo principio de todo.

Entre todo lo que corresponde al culto de latría parece que singulariza el “sacrificio”, pues tanto las genuflexiones, las postraciones, como otros signos parecidos de honor, se tributan también a los hombres, aunque con distinta intención que a Dios. Sin embargo, nadie pensó ofrecer sacrificio a otro sino porque lo creyó Dios o porque fingió que así lo creía. Mas el sacrificio externo es una representación del verdadero sacrificio interior, según el cual la mente humana se ofrece a sí misma a Dios. Y se ofrece a Él como a quien es principio de su creación, autor de sus actos y fin de su bienaventuranza. Cosas que verdaderamente sólo convienen al supremo principio de todo, puesto que ya demostramos (l. 2, c. 87) que únicamente Dios es la causa creadora del alma racional y que El solamente puede mover la voluntad humana hacia donde quisiere, según consta (c. 88), que únicamente en gozar de Él consiste la felicidad última del hombre, como se ve por lo dicho (c. 37). Luego el hombre debe tributar el sacrificio y el culto de latría únicamente a Dios sumo, y no a substancia espiritual alguna.

Aunque la opinión que sostiene que Dios sumo no es otra cosa que el alma del mundo se aparte de la verdad, según hemos demostrado (l. 1, c. 27), y, en cambio, aquella que afirma que Dios es independiente y que por Él existen todas las otras substancias intelectuales, ya separadas o ya unidas a cuerpos, sea verdadera, sin embargo, la primera procede más racionalmente al tributar a las diversas cosas culto divino. Pues al tributarles culto de latría parece rendirlo también a un Dios supremo a quien, según su opinión, se comparan las diversas partes del mundo como los diversos miembros del cuerpo con el alma humana. No obstante, está en oposición con la razón. Pues dicen ellos que al mundo no so le debe tributar culto de latría por razón del cuerpo, sino por razón del alma, la cual dicen que es Dios. Es así que, aunque el mundo sea divisible en diversas partes, el alma es indivisible. Así, pues, no se debe dar culto divino a las diversas cosas, sino a una solamente.

Si se supone que el mundo tiene alma que anima al todo y también a todas sus partes, no puede creerse que tal alma sea la nutritiva o la sensitiva. Porque las operaciones de estas partes del alma no corresponden a todas las partes del universo. Y aun en el supuesto de que el Inundo tuviera alma sensitiva o nutritiva, no por esto se le debería tributar culto de latría, como no se tributa a los irracionales y a las plantas. Queda, pues, que este Dios, a quien llaman alma del mundo y a quien se debe culto de latría, sea el alma intelectual, la cual no es una perfección de determinadas partes del cuerpo, puesto que de algún modo se refiere al todo. Como podemos ver en nuestra propia alma, a pesar de ser menos noble; porque el entendimiento no tiene órgano corporal alguno, como se prueba en el III “Del alma”. Luego, siguiendo su opinión, no se debería tributar culto divino a las diversas partes del mundo, sino al mundo en totalidad, en atención a su alma.

Además, si sólo hay un alma, según su opinión, que anima a todo el mundo y a cada una de sus partes, y el mundo se llama Dios por razón del alma, habrá únicamente un Dios. Y, en consecuencia, el culto divino, tendrá que tributarse a uno solo. Por el contrario, si hay un alma del todo, y calda una de las partes tiene también su alma correspondiente, deberán afirmar que las almas de las partes están ordenadas bajo el alma del todo, porque la proporción de perfecciones y perfectibles es una misma. Y existiendo varias substancias intelectuales ordenadas, el culto de latría se deberá dar a la que ocupe el supremo lugar, según demostramos contra la otra opinión (cf. Además, según dijimos antes, este culto exterior, etc.). Según esto, el culto do latría deberá tributarse, no a las partes del mundo, sino solamente al todo.

Es evidente que algunas partes del mundo no tienen alma propia. Luego no se les debe rendir culto. Sin embargo, ellos daban culto a todos los elementos del mundo, a saber, la tierra, el agua, el fuego y los demás cuerpos inanimados.

También es evidente que el superior no debe dar culto de latría al inferior. Mas el hombre, por tener una forma más perfecta, es por lo menos superior dentro del orden natural a todos los cuerpos inferiores. Por consiguiente, si a los cuerpos interiores se les debiera culto en atención a sus propias almas, el hombre no habría de tributárselo.

Y si alguien dice que cada una de las partes del mundo tiene su alma propia, y que el todo carece de alma común, se siguen necesariamente los mismos inconvenientes. Pues sería preciso que la parte suprema del mundo tuviera un alma más noble, a la cual debería tributarse, según lo dicho, culto de latría.

Y menos sentido tiene que estas opiniones aquella que afirma que se ha de dar culto de latría a las imágenes. Puesto que, si dichas imágenes tienen cierta virtud o dignidad por los cuerpos celestes, no habrá de dárseles por esto culto de latría, ya que tampoco se debe a dichos cuerpos; de no ser en atención a sus almas, como algunos opinaron (cf. “En segundo lugar…”). Además, se supone que estas imágenes alcanzan alguna virtud de los cuerpos celestes, pero puramente corporal.

Además, es evidente que no reciben de los cuerpos celestes una perfección tan noble como es el alma racional. Están, pues, en un grado de inferioridad con respecto al hombre y, en consecuencia, éste no debe rendirles culto alguno.

La causa es mejor que el efecto. Luego, si el hombre es el hacedor de estas imágenes, no debe rendirles culto.

Y si se dijere que estas imágenes poseen cierta virtud porque se les unen algunas substancias espirituales, tal afirmación no es suficiente, ya que a ninguna substancia espiritual se le debe culto de latría, si exceptuamos la que es suprema entre todas.

El alma humana se une de un ruedo más noble al cuerpo humano del que pudiera unirse cualquier substancia espiritual a dichas imágenes. Por tanto, todavía el hombre goza de una dignidad mayor que la de esas imágenes.

Además, como dichas imágenes se hacen a veces para producir algunos efectos nocivos, es evidente, si realizan tales efectos por algunas substancias espirituales, que éstas serán viciosas. Y tenemos una prueba más clara en esto: que suelen engañar con sus respuestas y que obligan a quienes les dan culto a cosas contrarias a la virtud. Por tanto, son inferiores a los hombres buenos. En consecuencia, no se les debe dar culto.

Todo lo dicho manifiesta que el culto de latría sólo se debe a un solo Dios sumo. Por eso se dice en el Éxodo: “Quien ofrece sacrificios a dioses extraños, y no al único Señor, será exterminado”. Y en el Deuteronomio: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a El solo servirás”. Y en la carta a los Romanos se dice de los gentiles: “Porque diciendo que eran sabios se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por el simulacro de la imagen del hombre corruptible y de las aves, de los cuadrúpedos y de las serpientes”. Y después: “Quienes trocaron la verdad de Dios en mentira y dieron culto y sirvieron a la criatura más que al Creador, que es el Dios bendito sobre todo y por los siglos de los siglos”.

Y como es cosa indebida el tributar el culto de latría a lo que no sea el primer principio de todo, y el mover a cosas indebidas es propio de la criatura racional mal dispuesta, es evidente que los hombres fueron provocados a estos cultos indebidos por sugestión de los demonios, los cuales se mostraron a los hombres en lugar de Dios, apeteciendo honores divinos. Por esta razón se dice en el salmo: “Todos los dioses de los gentiles son demonios. Lo que los gentiles ofrecen, tribútanlo a los demonios y no a Dios”.

Luego como la intención principal de la ley divina es que el hombre se someta a Dios y le rinda una reverencia singular, no sólo con el corazón, sino también con la boca y con las obras, por eso en el Éxodo, donde se nos propone la ley divina, se prohíbe primordialmente el culto de varios dioses, al decir: “No tendrás dioses ajenos en mi presencia y no harás imagen o escultura alguna”. En segundo lugar, se le advierte al hombre que no pronuncie el nombre de Dios irreverentemente, es decir, como para confirmar algo falso; y esto es lo que quiere decir “no tomarás el nombre de Dios en vano”. Por último, se consigna el cesar en las obras exteriores durante algún tiempo, para que la mente vaque a la divina contemplación. Y por eso se dice: “Acuérdate de santificar el día del sábado”.

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