CAPÍTULO CXVI: El fin de la ley divina es amar a Dios

CAPÍTULO CXVI

El fin de la ley divina es amar a Dios

Como la intención principal de la ley divina es que el hombre se una a Dios, y la mejor manera de unirse a Él es por el amor, es necesario que la intención principal de la ley divina se ordene a amar.

Que la unión máxima del hombre con Dios sea por el amor, es cosa manifiesta. Pues en el hombre hay dos cosas por las que puede unirse a Dios, a saber, el entendimiento y la voluntad; porque por las potencias inferiores del alma puede unirse a las cosas inferiores, pero no a Dios. Ahora bien, la unión que se realiza mediante el entendimiento se completa por aquella que es propia de la voluntad, pues mediante la voluntad descansa el hombre en cierto modo en lo que el entendimiento aprehende. Mas la voluntad se adhiere a una cosa por amor o por temor, aunque de manera diferente, porque a lo que se une por temor se adhiere en atención a otro, es decir, para evitar el mal que, de no unirse a él, le amenaza; por el contrario, a lo que se adhiere por amor únese por ello mismo. Sin embargo, lo que es por sí es más principal que lo que es por otro. Luego el mejor modo de unirse a Dios es por el amor. Y esto es lo que principalmente se intenta en la ley divina.

El fin de cualquier ley, y sobre todo de la divina, es hacer buenos a los hombres. Y se dice que el hombre es bueno cuando tiene buena voluntad, mediante la cual actualiza cuanto hay en él de bueno. Y la voluntad es buena cuando quiere el bien, principalmente el sumo bien, que es fin. Así, pues, cuanto más quiere el hombre dicho bien, tanto más bueno es. Pero el hombre quiere mucho más aquello que quiere por amor que aquello que únicamente quiere por temor, puesto que lo que quiere solamente por temor lleva mezcla de algo involuntario, como cuando uno quiere arrojar la mercancía al mar por temor. Por tanto, el amor del Sumo Bien, o sea, de Dios, es lo que principalmente hace buenos a los hombres y también lo que primeramente se intenta en la ley divina.

La bondad del hombre es por la virtud, “pues la virtud es la que hace bueno a quien la posee”. Por eso la ley intenta hacer hombres virtuosos, y sus preceptos versan sobre actos virtuosos. Pero es condición de la virtud que el virtuoso “obre con firmeza y agrado”. Y esto es fruto del amor, puesto que por él hacemos las cosas con tesón y gusto. Según esto, el fin intentado en la ley divina es el amor del bien.

Los legisladores mueven con la imposición de la ley a aquellos a quienes se les da. Pero en todas las cosas que son movidas por algún primer motor, tanto más perfectamente se mueve una de ellas cuanto más participa de la moción del primer motor y de su semejanza. Ahora bien, Dios, que es el dador de la ley divina, hace todas las cosas por su amor. Luego quien tiende a Él de este modo, es decir, amándole, muévese perfectísimamente hacia Él. Mas todo agente intenta la perfección de aquello en que obra. Este es, pues, el fin de todo legislador, que el hombre ame a Dios.

Por esto se dice en la primera a Timoteo: “El fin de lo mandado es la caridad”. Y en San Mateo se afirma que “el primer y principal mandamiento de la ley es: Amarás al Señor, tu Dios”.

De ahí que la ley nueva, como más perfecta, se denomine “ley de amor”; y la antigua, como más imperfecta, “ley de temor”.

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