CAPÍTULO CXLV: Los pecados se castigan también con la sensación de algo nocivo

CAPÍTULO CXLV

Los pecados se castigan también con la sensación de algo nocivo

Quienes pecan contra Dios han de ser castigados no sólo con la privación perpetua de la bienaventuranza, sino también con la sensación de algo nocivo. Porque la pena debe corresponder proporcionalmente a la culpa, según se vio (c. 42). Mas en la culpa no sólo se desvía la mente del último fin, sino que se convierte también indebidamente a otras cosas tomándolas como fines. Por tanto, quien peca no ha de ser castigado solamente con la privación del fin, sino también con la sensación de daño, procedente de otras cosas.

Las apenas se aplican por las culpas, para que por temor a las penas se retraigan los hombres de pecar, según dijimos antes (c. prec.). Pero nadie terne perder lo que no desea conseguir. Luego quienes tienen la voluntad apartada del último fin no temen ser excluidos de él. Por tanto, por la sola privación del fin no se desviarían del pecado. En consecuencia, es menester aplicar a los pecadores otra pena que les haga temer cuando pecan.

Si alguien usa desordenadamente de lo que es para un fin, no sólo es privado del fin, sino que incurre también en otro daño, como lo vemos claramente cuando se toma alimento sin moderación, el cual no da robustez y produce enfermedades. Ahora bien, quien sitúa su fin en las cosas creadas no usa de ellas como debe, es decir, refiriéndolas al fin último. Luego no solamente debe ser castigado con la privación de la bienaventuranza, sino también sufriendo algún daño por parte de las cosas mismas.

Así como u los que obran rectamente se les deben bienes, así a los que obran perversamente se les deben males. Mas quienes obran rectamente reciben la perfección y el gozo en el fin que buscaron. Luego, por el contrario, a los pecadores se les debe dar la pena de recibir aflicción y daño de aquellas cosas en que situaron su fin.

De aquí que la Sagrada Escritura amenace a los pecadores no sólo con la privación de la gloria, sino también con la aflicción de las otras cosas. Pues se dice en San Mateo: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles”. Y en el salmo: “Lloverán sobre los impíos carbones encendidos, fuego y azufre; huracanado torbellino será parte de su cáliz”.

Con esto se refuta la opinión de Algacel, que dio por supuesto que a los pecadores se eles da esta sola pena: el ser afligidos con la pérdida del último fin.

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