CAPÍTULO CXLII
No todos los premios ni todas las penas son iguales
Como la justicia divina exige que, para mantener la igualdad en las cosas, se castiguen las culpas y se premien los actos buenos, es preciso, si hay grados en los actos virtuosos y en los pecados -como se ha demostrado, c. 139-, que los haya también en los premios y penas. De otra manera no se observaría la igualdad, si no se diese al mayor pecador una pena mayor y al más virtuoso un premio mayor; pues parece corresponder a una misma razón el retribuir de distinta manera según la diferencia del bien y del mal y según la de lo bueno y lo mejor, lo malo y lo peor.
Tal es la igualdad de la justicia distributiva, que a cosas desiguales corresponde también desigualmente. Según esto, no sería justa la recompensa de premios y penas si tanto unos como las otras fueran iguales.
El legislador propone los premios y penas para apartar a los hombres del mal y llevarlos al bien, como consta por lo dicho (c. 140). Mas es necesario que los hombres no sólo sean atraídos hacia el bien y apartados del mal, sino también que los buenos sean atraídos hacia lo mejor y los malos apartados de lo peor. Cosa que no ocurriría si los premios y penas fueran iguales. Por consiguiente, es preciso que los premios y penas sean desiguales.
Así como mediante las disposiciones naturales se prepara una cosa para recibir la forma, así también mediante las obras buenas y malas se dispone uno para das, penas y premios. Pero, según el orden establecido por la divina providencia, lo mejor dispuesto debe conseguir una forma más perfecta. Luego la diversidad de premios y penas debe corresponder a la diversidad de las obras buenas y malas.
En las cosas, tanto buenas como malas, se da el exceso de dos maneras: una, según gel número, es decir, en cuanto que uno ejecuta muchas más obras buenas o malas que otro; otra, según la calidad de las obras, en cuanto que uno las ejecuta mejor o peor que otro. Ahora bien, es necesario que al exceso de obras según el número corresponda el exceso de premios y penas; por el contrario, no se recompensarían en el juicio divino todas las obras que uno hace si algunas obras malas quedaran impunes y algunas buenas no fueran recompensadas. Así, pues, por idéntica lazan, al exceso según la desigualdad de las obras corresponde la desigualdad, en premios y penas.
Por esto se dice: “Según la magnitud del pecado será también el número de los azotes”. Y en Isaías: “Cuando fuere desechada, con medida igual a su medida la juzgaré”.
Con esto se refuta el error de quienes dicen que en el futuro todos los premios y penas serán iguales.
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